Sonámbulo
Autor: David Becerril
16 Julio 2019
Hay en ese viejo pueblo quien dice que él sale de su casa todas las noches a la misma hora. Y no, no son las tres de la madrugada cuando se escapa. Se puede argumentar que un peculiar defecto en el funcionamiento de su reloj biológico lo hace levantarse pasadas las dos de la mañana. Es extraño porque actúa como si estuviera despierto y dispuesto a iniciar sus labores diarias. Pero, sus párpados permanecen sellados ocultando los ojos verdes que tantas envidias causan en los hombres que lo conocen y que han cautivado a más de una docena de mujeres en el pueblo. Algunos tienen la idea de que se levanta a esa hora porque su cuerpo, tan habituado al consumo de pulque, lo obliga, desde los rincones del subconsciente, a buscar esa bebida en medio de esas misteriosas horas.
Y tienen razón, en parte, los que defienden esa teoría, porque, ya que abandona la cama, comienza a caminar y sale de su casa; sus pasos, su gusto por el pulque o su instinto de borracho lo guían por las rústicas calles de un pueblo zafio hasta el lugar donde se encuentra “El Tinacal”, un negocio dedicado a la venta de pulque y cuya casa principal está rodeada por un extenso cultivo de magueyes. La casa y magueyal son la última frontera del pueblo con las arcaicas tierras que preceden el bosque y las montañas. Donde termina el cultivo de magueyes, se dibuja una pequeña grieta en el suelo que en realidad es el inicio de una temida, misteriosa y profunda barranca que se pierde en las entrañas de un viejo bosque.
Pues bien, el hombre de ojos verdes que camina semidesnudo por las calles del pueblo en plena madrugada, al llegar a la puerta de la pulquería, pasa de largo. Sigue avanzando y sus pies que de tantas veces que han recorrido ese camino, a pesar de la oscuridad, avanzan con certeza. Y no, no es su instinto de borracho, ni su afición por el pulque el motivo que lo lleva a esos rumbos, porque el hombre sigue de frente y cada paso que da, está impregnado de un convencimiento irreal porque camina sonámbulo. Dicen que desde la primera ocasión que salió de su casa dormido en calzoncillos, su mujer salió tras él. Y es ella la que atestigua de primera mano esas peculiares caminatas.
La primera vez que ocurrió, el hombre solo llegó a la puerta de la casa porque antes de poner un pie afuera, abrió los ojos, percibió el frío de la noche y se dio cuenta que no tenía ropa. Fue vergüenza, tal vez, lo que lo obligó a decir que salió a causa de un ruido que escuchó de repente. No hubo comentarios de ese insólito evento, sin embargo, una semana después, volvió a ocurrir. Y conforme se repetía y se repetía su andar nocturno, los pasos que daba se fueron acumulando hasta llegar primero a las inmediaciones de “El Tinacal”, y después, fueron tantos que llegaron hasta el borde del barranco.
Y hubo una ocasión que llegó a un paraje donde las fauces de la barranca eran tan oscuras que solamente servían para revelar la parte más profunda y amenazante, porque de esos lugares surgieron una y mil historias espeluznantes, pues dicen que extrañas criaturas deambulan en lo más hondo, que es escondite de brujas y demonios, aunque la versión que más se oye, es que la barranca es el hogar del diablo. Para el hombre de ojos verdes, ese paraje cerca del abismo, es el final de su extraña caminata.
Y su mujer, vigía y eterna compañera, angustiada de verlo caminar dormido y tan cerca del precipicio, se pone a rezar con todas las fuerzas de su alma para que su esposo abra los ojos y se percate del peligro en el que se encuentra. Y algo provocan esas potentes oraciones porque justo a un paso del abismo, el hombre se queda quieto, gira su cabeza como si quisiera grabar en su memoria ese oscuro paisaje, pero lo que él ve, lo visualiza en sus sueños, o en otra realidad, porque sus ojos siguen cerrados. “Observa” a todos lados y luego extiende su mano derecha como si le ofreciera algo a alguien. Se agacha e insiste con el brazo extendido y haciendo movimientos pidiendo que se acerquen a él.
La mujer, aterrada de ver a su compañero tan cerca del precipicio, lo ve suspirar frustrado. Luego lo ve levantarse y colocar sus manos en la cintura en clara muestra de enfado. Lo ve hacer un ademan para despedirse antes de dar media vuelta y comenzar el regreso a casa. El alma de la mujer regresa a su guardia al verlo alejarse de la barranca. Y aunque ella se da cuenta que su esposo camina con los ojos abiertos, no lo llama y procura no perturbarlo; tan solo lo acompaña a una distancia prudente hasta que lo ve entrar a su casa. No dice nada de la tierra en los pies de su cónyuge que se riega en la sabana. Solo se limita a guardar silencio y a ocupar su lugar en la cama.
Al otro día, ella tampoco dice nada a pesar de las marcas en sus ojos a causa de la vigilia. Sin embargo, llega el día en que al verla, él experimenta la necesidad de confesarle su experiencia.
—Es un sueño —le dijo.
En su sueño, se encuentra con un anciano vestido con harapos, de cabello largo, sucio, enmarañado; de ojos oscuros, piel arrugada y encorvado. Camina sostenido en un grueso palo y detrás de él, avanza lentamente un rebaño de ovejas. En el sueño, el viejo pastor le pide que se haga cargo del rebaño mientras él da una vuelta por el pueblo para buscar a un pequeño y blanco cordero que se le ha extraviado. Le describe al animal diciendo que resplandece en la oscuridad. Y que de todos sus animales es el más preciado por ser níveo y tan puro, que le dolería saber que alguna bestia se lo trague. Ya que acepta el encargo, se queda quieto, observando a un pasivo rebaño de cuarenta borregos. Pero después de un rato, el cordero blanco de pronto aparece y el hombre de ojos verdes, al verlo, no le queda más remedio que ir tras el animal para entregarle al viejo pastor, su rebaño completo. No le importa dejar a los demás animales en el abandono, porque la belleza del pequeño cordero es hipnótica.
Y en el sueño que se le ha repetido cientos de veces, termina por seguir al cordero a través de las calles del pueblo. Hay momentos en los que se da por vencido, da media vuelta y regresa. Pero hay otras ocasiones que la belleza del animal es irresistible y echa a correr para tratar de alcanzarlo. Lo logra cuando el cordero se queda quieto en medio de un paraje repleto de hierbas llenas de espinas. Es ahí donde el animal se muestra dócil y a la espera de ser capturado para regresarlo al rebaño. Empero, el hombre siente los pies fríos y adoloridos, además de que ese paraje no le gusta y de pronto siente una sensación en su pecho que lo obliga a detenerse. A pesar de eso, hace un último intento ofreciéndole al cordero una manzana tan roja que parece que la sumergieron en un tinacal lleno de sangre. El animal se queda quieto, esperando que él se acerque, lo cargue y lo regrese al rebaño. Pero siempre los dos terminan esperando que sea el otro el que realice el último movimiento.
El hombre decide regresar a su casa porque recuerda que su trabajo era cuidar al rebaño y decide que sea el viejo pastor el que camine en ese paraje repleto de espinas. Antes de marcharse, escucha ruidos extraños, voltea una última vez al sitio donde estaba el blanco cordero, pero en su lugar, ve al viejo pastor cargando al animal. El hombre de ojos verdes suspira, da media vuelta y se marcha. Concluye que cuidar al rebaño es trabajo del viejo. No se da cuenta que el pastor se carcajea y camina, con pezuñas en lugar de pies, hacía lo profundo de la barranca, lo último que se le puede ver antes de perderse en la oscuridad, son los cuernos de chivo que adornan la maraña de su pelo.
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