Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

Sexus barbaru

andres

Autor: Andrés Cisneros de la Cruz

16 Agosto 2019   

Para todas ellas que viven en ti, y aún no conozco,

y que conoceré por tus propias manos.

Me pides que me ponga otro nombre.

Que hoy no basta con Andrés para llenar

el vaso de tus manos.

Me lo pides con tu boca cerrada

sólo con tus ojos me lo pides

mirándome con un poco de ira,

con la molestia de un ansia guardada

entre tus labios tensos

y a la vez un poco húmedos.

Me pides que sea otro nombre.

Uno más, otro: que no basta Danton,

que no basta Soren

y yo con ellos,

cada uno con distintas partes de mi cuerpo,

te frotan, te  levantan las piernas con la punta de sus dedos

te cubren de alfileres

y en la oscuridad de tu boca

no alcanzo a distinguir cuántas mujeres me hablan,

me tocan con tus manos.

No alcanzó a distinguir cómo la muerte es tan breve

y al mismo tiempo el flujo infinito de las lenguas.

 

II

 

Atravieso la calle

y las hojas de los árboles caen

como caricias sobre mi hombro izquierdo.

El aire me despeina y son tus manos, lo sé

que buscan todos los recuerdos

que guardo de tus cuerpos desnudos.

 

Camino hacia ti

y me abrasas con el calor de tus llamas sobre mis sienes,

dejas caer un beso entre la lluvia sobre mis labios,

y me arde el pecho, me duele el vacío que existe de mis piernas

al sitio en donde me aguardas, igual que un poco de agua caliente sobre mis manos

después de soportar el frío de una tormenta durante horas:

lo sé, estás en la oscuridad de nuestra cama esperando

a que lleguen mis palabras con hambre,

mi espalda para que te sostengas mientras el péndulo de mi cuerpo

entra en tu bóveda de cosas vivas,

a donde llego porque esperaba desde el mismo segundo

en que tuve que distanciarme, volver

para sentir cómo nos tocas con tu sombra,

cómo nos meces en la curva de tus labios

cómo nos sostienes con un relámpago a tu cuerpo

—nos esparces en la pelambre de un tornado—

y con el mar escapándose entre tus piernas

al ritmo de una esfera nos despedazas

nos muestras con la tensa herida de un beso

cómo es que amanece

de repente.

 

 

III

 

Nuestra desnudez parece una plaza

donde hombres y mujeres sin tinturas sobre el cuerpo se aman.

Penetrándolos las cosas tristes de una ciudad

lamen de sus múltiples heridas las aguas

que debajo de las puerta brotan, y el aire

en la garganta de las ventanas les afila sus cabellos

Con sus dos collares entrelazados

cubren las grietas que en sus paredes de yeso suave

aún fresco, se abren, cubren las llagas de sus paredes rojas,

más aún por la lluvia rojas, azulado sol son sus bocas

que muerden la nuca de dos animales dormidos

y con la dureza de sus llaves hundiéndose en la plata de los charcos

igual que un perfume de mil bellezas muertas

(extractos de la piel, todos los aromas

que jamás podrán dormir en una palabra)

impronunciables como un ruido brotando de las gemas del placer

que empujan a la carne hacia el abismo de un incontenible deseo

y provocan los órganos se besen para levantar una ciudad en armas

Escucha cómo hacen la revolución los cuerpos que se aman dentro de nuestros cuerpos

mira cómo mezclan sus resinas en esta plaza oval

que entre despierta siente el tirón profundo de un nervio líquido

de los más espeso de todas las savias,

de los ríos que brotan de todas esas mujeres

que ahogo en tus ojos, y que amaré la última noche

en el último orgasmo de una hermosa mujer anciana

con cicatrices de guerra, y mirada hirviente,

a quien entregaré mis últimas manos, mi último par de labios,

el último tacto de todos los hombre que moriremos en batalla,

para que ella pueda cerrarles los ojos y llenarles la boca con agua,

para que esa última noche cuando llegue la muerte

con sus invisibles manzanas, ella sea tan profunda

como el infinito camino de sus ojos.

(como el infinito camino en el que caben de noche todos los hombres).

No Comment

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *