Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

Sabor de Ánima

naranja

Autora: Mariana Vega

Para Maty, porque la cocina hay que disfrutarla sádicamente sin importar cuáles sean los ingredientes con que se prepara.

 

La cocina se impregnó con los sabores de la abuela Maty que se elevaban hacia la chimenea de piedra erguida al fondo de la habitación, tan amplia ésta como la variedad de tonos y colores de las frutas y verduras que decoraban los estantes.

Una olla garigoleada con humaredas de años, se movía graciosamente en vals acompasado con la lumbre de la estufa, mientras en su interior hervían fideos de sémola entre cebollas y ajos. La cuchara de madera de la cocinera volaba de la olla a la sartén donde se freían lajas de mantequilla y pomodoro con madejas de hierbas de colores verdes obscuro.

En el comedor, la familia de la abuela Maty -hijos, nietos, sobrinos y parientes políticos- reían y brindaban con botellas de vino blanco y colorado mientras entonaban canciones viejas, oteando los aromas de la pasta que salían de la cocina.

Pancho, el hijo mayor, junto con Atolino y Jasón, sus hermanos, chocaban copas conspirando en voz baja por lo que harían ahora que la abuela Maty estaba por firmar su testamento. Sería importante confirmar quién se beneficiaría con qué, en caso de su fallecimiento.

De cuando en vez Maty asomaba la cabeza canosa por la puerta para vigilar a su parentela, y al ver la algarabía se reía entre sus dientes postizos respondiendo a la alzada de copas en su honor, y regresaba a remover las cacerolas. Resoplando, tomó los atados de albahaca y cilantro para sazonar la salsa y volcó sobre ésta los fideos que estaban ya al dente.

Sonrió satisfecha por el efecto visual del platillo, y sacó con los “notequemes” el pan de queso de las profundidades del horno de piedra.

Entrelazó las manos a la altura del pecho, y bendijo los alimentos que estaba por servir. Lanzó el aviso acompañado del tintineo de un triángulo turco anunciando que la comida estaba en camino a la mesa.

La emoción brillaba en los ojos de los comensales que se comían con la mirada los platillos humeantes adivinando los sabores que inundarían el paladar. La abuela Maty, orgullosa bajo el delantal, sirvió abundantes platos de fideos y pan de queso.

Los nietos preguntaron qué ingrediente secreto tenía la pasta, porque el sabor exquisito les invitaba a pedir, casi exigir, un segundo plato. La abuela Maty sonrió amorosa y acarició la cabeza del menor de los niños:

-Albahaca, corazón de mi cielo, el ingrediente secreto se llama albahaca-, respondió disfrutando las relamidas del infante.

Al ver que los platones estaban vacíos, se levantó para llevarlos a la cocina, recibiendo en la faena las felicitaciones por el maravilloso sazón que siempre había caracterizado a la entrañable abuela Maty. A sus espaldas escuchó los murmullos y adivinó conversaciones conspiradoras

Tarareando metió la olla y la sartén debajo del chorro de agua caliente del fregadero para restregar los residuos de la pasta, aspirando el olor penetrante del vapor con la albahaca. Sonrió cuando escuchó el primer plato de porcelana estrellarse en el suelo, y se preguntó divertida si habría sido la mujer insoportable de Atolino, o el hijo más mocoso de Jasón.

Las risas y las voces se fueron apagando y supo que la comida estaba haciendo efecto en sus familiares. Sonrió. A ver cuánto tiempo continuaban conspirando en su contra y repartiéndose sus bienes antes de que ella desapareciera.

 

II

Cuando finalmente los miembros de su familia se fueron sintiendo cierto malestar, la abuela Maty encendió un puro y se sentó al centro de la cocina. Tomó entre las manos los manojos sobrantes de albahaca y hierbas con las que había cocinado su venganza.

Recordó a la anciana tan amable del mercado de Sonora que le había vendido la albahaca con la que ésta adornaba su altar a la Santa Muerte.

–Pero no la vaya a usar para cocinar-, le había advertido la yerbera desdentada.

-¿Podrían morir quienes la consuman?- preguntó Maty con cierta preocupación.

-No’mbre, ¿cómo va usté a creer? Pero eso sí, mis hierbitas están bien cargadas con tan malas vibras, que no vaya a ser el diablo. Imagínese que si las cocina les llama la mala suerte y la tragedia a su familia. No, señito, tanto así como que se mueran no se me hace, pero una nunca sabe. Yo nomás se las vendo, pero no las vaya a usar en la cocinada.

La abuela Maty había abandonado el mercado con la albahaca y las hierbas metidas en su canasta de compra. Sonreía y silbaba pensando en invitar a toda su parentela a cenar esa misma noche.

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