¿Quién demonios es Sartre?
Autor: Por Óscar Garduño Nájera
Fernanda consigue una beca para estudiar en Francia, se larga por tres años, regresa, concluye la tesis, se titula con menciones honoríficas que sin dudarlo otorgan la mayoría de los profesores, bueno, menos una: Matilde Domínguez, profesora de literatura mexicana del siglo XIX, pero sus razones no son del todo convincentes, ya que si bien señala que la tesis de Fernanda es mala en cuanto a sus referencias históricas (señala una que otra confusión con los años de publicaciones), por otro lado Matilde Domínguez piensa que ese peinado y ese vestido no le vienen bien a Fernanda, y mucho menos le viene bien ese tufillo snob de presunción: llegó a su examen y lo primero que hizo, incluso antes que saludar a los profesores, fue presumir que en París conoció el lugar donde tomó café exprés Julio Cortázar y la librería donde adquirió sus primeros libros de filosofía un tal Jean Paul- Sartre, a quien, además, Matilde Domínguez no ha leído.
Entre las dos, a partir de ese momento, una vez que los familiares de Fernanda aplauden emocionados, surge una especie de disgusto entre Matilde Domínguez y Fernanda, pues cuando Fernanda se acerca a Matilde para agradecerle su participación, Matilde la ataja:
- ¿Y quién demonios es ese tal Sartre?— pregunta haciendo mueca de fuchila.
Fernanda guarda silencio, piensa que cómo puede haber una profesora tan ignorante y regresa con sus familiares, quienes ya le prometen una cena especial para la mujer que, dice la madre de Fernanda, es la más inteligente de la familia.
Pasan varios meses y Fernanda no encuentra trabajo a pesar de que llega a las entrevistas con copia de su título bajo el brazo y dos libros, uno de Julio Cortázar y otro de su querido Jean Paul-Sartre.
En una de tantas entrevistas Fernanda conoce a un jefe del área de recursos humanos de una empresa que se dedica a la fabricación de jaulas para pájaros. Se llama Ceferino y en cuanto ve a Fernanda frente a su escritorio, pierna cruzada, medias negras, queda enamorado por amor a primera vista de ella, o al menos así se lo comenta a Fernanda durante la tercera cita.
Fernanda no entra a trabajar a la fábrica, pero inicia una relación con Ceferino, quien confiesa ser admirador número uno de la obra literaria de Jean Paul-Sartre. Ceferino es un tipo tierno que los sábados se levanta temprano para ver caricaturas en la televisión. También es ignorante a más no poder y en realidad lo que conoce del filósofo francés lo investiga en Internet, memoriza buena parte de la información y luego intenta repetirla frente a Fernanda, quien queda sorprendida al descubrir que un jefe de recursos humanos puede saber tanto de filosofía.
Mientras tanto Matilde Domínguez continúa con sus clases en la universidad, tiene un horario de siete de la noche a nueve, los martes y los jueves, y amenaza con reprobar a sus alumnos (160 en total) si no leen al autor del siglo XIX en turno. Nos queda claro que se ha olvidado ya de Fernanda y que solo la recuerda cuando entra a una librería y por mera casualidad ve en la mesa de novedades editoriales algún libro con referencia a Jean Paul- Sartre, el último de estos escrito por un profesor y escritor francés muy de moda, en Francia, se entiende, por sus muy “peculiares” puntos de vista respecto a la filosofía francesa y por sus opiniones contrarias al academicismo y la vanguardia, Matilde se entera porque lee la cuarta de forros del libro, no lo compra porque se acuerda de Fernanda, regresa el libro a la mesa de novedades y el libro a la semana se agota, pues tiene muy buena aceptación por parte de la crítica literaria especializada, si es que en México eso existe.
En una de sus tantas clases, Matilde Domínguez conoce a un joven apuesto de veinticinco años que se dice admirador número uno de la obra de Ignacio Manuel Altamirano.
- ¡He leído todo de él!— dice frente a una Matilde sorprendida.
Luego el joven apuesto comenta que entraba a clases de literatura mexicana del siglo XIX con otro profesor, pero que, al no gustarle (las clases, no el profesor) decidió cambiarse de grupo. Matilde se siente atraída por el joven apuesto, pues además de inteligente (es lo que aparenta con esa barbita de candado) está delgado sin llegar a tener cuerpo de limosnero, de tez blanca sin parecer güero de rancho, y guapo (dentro de los parámetros de belleza de Matilde).
Matilde Domínguez se lanza a la conquista con el atrevimiento propio de una profesora universitaria cachonda y le comenta, al termino de una de sus clases, mientras guarda su termo de café, a ese joven apuesto que ella tiene en su casa material inédito de Ignacio Manuel Altamirano, varios textos que pertenecían a la biblioteca privada de un tío de Matilde que vivía en Chihuahua, quien al morir de un infarto fulminante se los dejó en una suerte de herencia literaria.
El joven apuesto abre su apuesta boca en forma de O y Matilde continúa, mientras ahora guarda dos libros que recién compró cuando vio en la mesa de novedades aquel libro de Jean Paul- Sartre.
- Lo que tengo de Altamirano no es tan bueno como sus primeras novelas o cuentos, pero se deja leer… pienso que además te puede servir por si quieres hacer tu trabajo final de esos textos… sin problemas, te lo puedo prestar si vas el sábado… no, no dejo que salga de mi casa, comprenderás que es material muy delicado, pero lo puedes revisar con calma el sábado, no tengo planes…
Lo que Matilde ignora es que el joven apuesto mintió desde el primer día de clases.
De hecho, si se metió a esa clase es porque por los pasillos de la Facultad y en la cafetería se rumora que con esa vieja (Matilde no es precisamente una jovencita) es fácil acreditar la materia tan pinche de literatura mexicana del siglo XIX, algo que le urge al joven apuesto, pues luego de tres semestres seguidos, y cursadas con al menos cinco profesores, dos de los cuales incluso ya están tres metros bajo tierra, no ha logrado acreditar la maldita materia, requisito para que el joven apuesto pueda entrar a la maestría en filosofía donde por fin leerá, analizará y discutirá las teorías de su tan admirado Jean Paul- Sartre, autor por el que siente una devoción casi divina, tanta que en unos cuantos días devoró el libro de un especialista francés, cuyas teorías son contrarias al academicismo y a la vanguardia, y el cual se agotó en unas semanas. El cómo el joven apuesto se enteró de que existía alguien llamado Ignacio Manual Altamirano es fácil de deducir si se toma en cuanta que ha cursado la materia en tantas ocasiones.
El joven apuesto decide ir a la casa de Matilde no por el material inédito, que en realidad le importa un reverendo carajo, sino porque considera correcta la ocasión para pedirle, suplicarle, de ser necesario, que le ponga una calificación aprobatoria en literatura mexicana del siglo XIX (piensa ser sincero, decirle que a él no le gusta nada ese tipo de literatura con tufo de nacionalistas alemanes), que necesita de ese 7 (no piensa conformarse con un 7, pues afectaría su promedio general) para completar sus créditos y entrar a la maestría en filosofía.
El joven apuesto llega el sábado a una casa modesta en el centro. Toca el timbre. Tardan unos segundos en abrir.
Aparece la profesora y lo saluda luego de advertirle, apenada, que tiene la casa patas pa arriba pues…
- Aunque no lo creas desde ayer estoy buscando esos textos inéditos… y nada más no los encuentro, ¿me crees?
El joven apuesto dice que no se preocupe, que quizás no es el momento idóneo, la profesora Matilde lo mira fijamente y le dice que quizás, tal vez pueden buscar los textos entre los dos.
En cuanto entra a la casa, el joven queda entre admirado y aterrorizado: libros y libros por todas partes de todos los tamaños y colores, una que otra revista de espectáculos, políticas, periódicos amarillentos dispersos como alfombra y varios retratos pequeños de rostros adustos a los que la profesora Matilde se refiere como mis ídolos (con esfuerzos mentales el joven apuesto reconoce a Ignacio Prieto y a Mariano Azuela; los demás son unos perfectos desconocidos).
Fernanda invita al jefe de recursos humanos a una conferencia acerca del porvenir de la filosofía. El jefe, por supuesto, se da la aburrida de su vida mientras escucha a un viejo decrépito de más de setenta años hablar con una voz que parece de ultratumba, y además, por si fuese poco, citar cada diez minutos fragmentos en un mal masticado francés.
La conferencia concluye y la presentadora hace un anuncio frente al micrófono: la semana siguiente se presentará un libro acerca de Jean Paul-Sartre escrito por ese escritor francés muy de moda y contrario al academicismo y la vanguardia. Fernanda se emociona e invita al jefe de recursos humanos, quien acepta, no sin antes maldecir en sus pensamiento a toda la dichosa filosofía francesa.
Cuando Matilde Domínguez se para atrás del joven apuesto, este intenta alejarse, da dos pasos, la profesora lo sigue, el joven se aleja un poco más y llega hasta un librero; pero la profesora aparece nuevamente atrás de él, mientras con voz suave, o el intento de, le dice al joven apuesto que no se preocupe, que los textos de Altamirano pueden esperar. El joven está visiblemente nervioso, suda y no atina más que a leer en voz alta (y con un tono como de retrasado mental) los títulos de los libros que salen a su paso. Los Bandidos de Río Frío. El Zarco. El Águila y la…
La profesora alarga las vocales y dice que él, el joven, es tan guapo como Ignacio Manuel Altamirano. El joven apuesto se sorprende y se aleja hasta chocar con uno de los sillones, donde inevitablemente cae de nalgas. La profesora Matilde vuelve al ataque y el joven apuesto no se aguanta más las ganas y le confiesa por qué se metió a la clase con ella para pedirle, por favor, un 7 en la calificación final del semestre. Matilde estalla en llanto, se siente desilusionada; el joven apuesto no sabe qué hacer, si reír, si llorar, y una vez que repite un aforismo de Jean Paul- Sartre acerca de la decepción escucha cómo Matilde llora con más fuerza y le pide que salga ahora mismo de mi casa, que de ninguna manera me prestaré a un juego tan sucio como poner una calificación que no te has ganado.
El joven apuesto sale de la casa, camina, se pierde entre automóviles y anuncios de refrescos de cola, bebidas energizantes y la nueva moda: bebidas con saliva.
Minutos antes de que inicie la conferencia, el jefe de recursos humanos le habla al celular a Fernanda y le dice que me será imposible asistir, la empresa tiene un grave problema de sobreproducción de jaulas y poco pájaros, hay que atender de inmediato, discúlpame, corazón, escribe luego de colgar por mensaje. Agrega con una carita triste: me siento muy triste porque me voy a perder las palabras del escritor francés (ni siquiera recuerda cómo se escribe su nombre).
Fernanda ocupa un lugar hasta enfrente del auditorio.
La conferencia inicia y tras tres largas horas tediosas de análisis existenciales finaliza, dan paso a una ronda de preguntas y respuestas, un joven apuesto al lado de Fernanda hace una de las preguntas más inteligentes de la tarde y Fernanda queda flechada.
Cuando salen, en la cafetería del lugar, los dos se encuentran, Fernanda se acerca al joven apuesto, le dice hola, y le pide su opinión acerca de la obra más representativa de Jean Paul- Sartre. Al opinar el joven apuesto mueve sus manos en el aire, parece que hace magia, habla con soltura pero sopesa cada palabra, hace juicios, cita, tiene referencias tanto en francés como en inglés y alemán.
A las dos semanas Fernanda y el joven apuesto salen juntos a la Cineteca, un ciclo de cine alemán; a las tres semanas se acuestan, mientras el jefe de recursos humanos, se rumora, conoce a una profesora de literatura mexicana cuando se dispone a devolver uno de los tomos de las obras completas de Jean Paul- Sartre.
Por cierto, el escritor francés fallece a los tres meses de impartir su conferencia. Le sobreviven sus tres esposas, sus cinco hijos, dos perros san Bernardo y 16 nietos. Nadie publica su obra completa y pasa, como tantos autores, al olvido.
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