Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

LAS VIUDAS

LAS VIUDAS

Las Viudas 

Por Miguelángel Díaz Monges

16 Octubre 2019

Satis praestiterit ratio, si id unum ex dolore, quo est superest et abundat, exciderit; ut quidem nullum omnino esse eum patiatur, nec sperandum ulli nec concupiscendum est.

–Seneca, Ad Polybium De Consolatione

Bastante hace la razón si le quita al dolor lo que le sobra y le es superfluo, pero que no se sufra nada en absoluto, ni se ha de esperar ni se ha de desear.

–Séneca, Cosolación a Polibio

 

Este otoño caen de las ramas mirlos secos que crujen cuando los pisas. Los niños juegan a atraparlos mientras descienden en vaivén de ligereza. Enviudan las ramas y atesoran los nidos por si hay una segunda vez, como les han dicho que sucede con las golondrinas. Las ramas se preguntan si es de ellas, como las hojas, de donde brotan los mirlos. Debaten el asunto y seguirán en eso toda la estación, callarán en invierno para no resfriarse, como cuando murieron tantas de ellas, y volverán a disertar en primavera. Cuando reverdezcan y algunas den flores, frutos o granos se sentirán hermosas, verán regresar las golondrinas y pasarán la primavera aguardando a los mirlos.

Las liendres muertas tienen el centro negro, como los que predican la decencia o los que lloran en los funerales. ¿Alguien ha visto a un piojo llorar por sus nonatos? Según la doctora Gregoria Larrauri Zuloaga, en su Tratado sobre el llanto y la risa en ácaros y filósofos (Irún, 2009, 782 pp.), durante las plagas de la peste y la influenza, sólo en la región de Bizkaia se documentaron 427 casos de piojos hembra que lloraron la muerte de otras hembras y encontraron consuelo en la extinción de los machos y los huevos:

En Getxo, allá en donde desembocan convertidos en uno los ríos Ibáizabal y Nerbioi –al que los castellanos llaman Nervión–, confluencia, ésta, que llaman Ría y es el tiradero de la mierda que se produce en Bilbo —nos dice doña Gregoria— fue inaugurado por las hembras de piojo un mausoleo llamado De la buena esperanza de la extinción, donde se hacían incineraciones multitudinarias de crías para agradecer a Natura el envenenamiento sanguíneo de los humanos, mismo que aniquilaba a las minúsculas criaturas hematófagas; conocimiento, éste —apunta la multilaureada doctora–, que fue traspapelado aposta entre un altero de notificaciones de desahucio sin enviar, con el avieso fin de permitir que boticarios y laboratorios farmacéuticos pudiesen medrar con la desgracia del empiojamiento, mismo que podría curarse de modo gratuito y natural contrayendo la peste, el mal de San Vito, la malaria y otras ponzoñas que corren por los humanos sistemas nervioso y circulatorio. O bien, como he dicho en el capítulo dedicado a las farmacopea filosófica, leyendo a Heidegger, a Slavoj Zizek o a los sofistas franceses de la segunda mitad del S.XX, exitososos merodeadores de la philosophie.

Así pues, como deja claro tan docto y autorizado estudio, las liendres muertas podrían provenir de los equilibrios de la naturaleza y no, como se acostumbra, del uso de productos químicos, vinagre de manzana, preparados cítricos y jabón Roma, principalmente. Otro tanto puede decirse de los predicadores de la decencia y los que lloran en los funerales.

Pero esas son cosas de los meses cálidos de primavera y los húmedos, largos y ardientes de verano, valga el simil que la perversa mente del lector encaje. Pueden preferirse los piojos o los mirlos, cosa de cada quién. Yo soy sentimental y espiritual así que se me da más el apego a los piojos, pues nunca un mirlo ha anidado en mi cabeza. Cosas que vienen de la juventud, cuando uno daba hogar a las ladillas y las obsequiaba generosamente en bacanales e idilios.

Las ramas, entretanto, siguen en espera de los mirlos muertos. Son ramas de ficus, boj, laurel, álamo, pirul, trueno, hule, jacaranda, colorín, arrayán, sauce, roble o liquidámbar. Preguntan a zorzales, cardenales y estornios; a petirrojos, ruiseñores y gorriones; a tórtolas, zanates y palomas; a sastrecillos, colibríes y pinzones. Las golondrinas pasan arrogantes y no responden no, como los otros. Las ramas ya no saben si resguardar los nidos de los mirlos. Los tordos lloran aunque no entienden nada sino que vieron mirlos caídos y pisados en el pavimento, algunos, otros en el sendero, les dijeron. Más llora un tordo que una hembra de piojo, y con menos razones para el llanto.

Los niños apedrean, como en la noche a la caza del murciélago. Una calandria recién envejecida asegura que el mundo está hecho un desastre. Un viejo eucalipto le deja claro que así ha sido siempre. Que el inicio del mundo fue un crío en la nada con una resortera apuntando a un algo y que la piedra era un átomo único por entonces, el único que había. ¨¡Qué natural es todo!¨, murmura la calandria y se marcha volando y esquivando piedras. Las carcajadas de los niños suenan como el paso de la savia en invierno, como el canto olvidado de un ave, como las canciones que entona esa muchacha casi virgen a la que despioja amorosamente su amante desnudo mientras le dice que los mirlos no cantaban tan bello. Ella, sin saber lo que dice, pregunta si su canto es como el de la alondra.

Este otoño, parece, según cuentan los que están enterados del porvenir y las desgracias, perderemos a los mirlos para siempre. Crujen en el asfalto y los senderos, como los piojos entre las uñas del enamorado. Los echarán de menos un otoño y otro, ninguno más, las ramas y, sin saber por qué, algunos tordos. Nunca sabrán, porque olvidarán que querían saberlo, si los mirlos brotan, como hojas, de entre la corteza, por acción de la sabia, de la luz o de alguna forma de fecundación que hubiesen querido conocer cuando aún recordaban que querían conocer, que es lo que aún sucede mientras mueren.

1 Comment

  1. Genial, como todo lo de Miguel Ángel Díaz Monges, la frase: “Las liendres muertas tienen el centro negro, como los que predican la decencia o los que lloran en los funerales”, es una gran verdad, oro molido.

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