Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

Visión sangría

Autora: Ana Chiw

Octubre 2022

 

“La rebelión consiste en mirar una rosa hasta pulverizarse los ojos.” Alejandra Pizarnik.

 

El hechizo funcionó. Una gota de sangre brotó del lagrimal en el ojo derecho de Miranda. No sintió dolor, si acaso una leve punción y algo de prurito. Madín, la menor de las tres, levantó los pétalos secos mezclados con cristales de los lentes que estrellamos para obtener la “Visión sangría”, los residuos de las “últimas gotas de la felicidad” en nuestras copas, habían impregnado previamente los espejuelos de la abuela que quebramos para dicho efecto. No tendríamos que brindar por la nueva pareja, sino porque la verdad le fuera revelada a la novia. Todo fue pulverizado conforme a las instrucciones: en especial las peonías, las rosas favoritas de mi hermana, convertidas en vidrio molido. Yo, Mireya, por ser la mayor de las tres hermanas, fui quien insufló los polvos sobre los ojos de Miranda y, tal cual lo leímos en el grimorio, el llanto escarlata rodó por la mejilla de la conjurada. Muy pronto sabríamos si los rumores acerca de la infidelidad del novio eran ciertos o sólo habladurías de gente envidiosa. Me guardé entre mis ropas de dama de honor, conforme a las indicaciones, un pequeño espejo de mano para reflejar los ojos de Miranda luego de que ella observara con la “Visión sangría” a su prometido. Por su parte, Madín ya tenía reservada la otra porción de polvos para esparcir sobre el novio llegado el momento de completar el hechizo.

            Esa tarde, la música de la marcha nupcial se detuvo ante la exclamación de asombro de todos los invitados. No hubo uno solo que no mirara con horror a la novia aproximándose al altar. Miranda, goteando lágrimas carmesí sobre su vestido de un blanco resplandeciente fue interrumpida en su andar por parte de nuestro padre.

            —¡Cariño, tu ojo sangra! ¡Pronto, alguien llame a un médico!

            —¡No, papá, por favor no detengas mi boda! Mi ojo está bien, es sólo un poco de sanguaza, ni siquiera me duele.

            René, el prometido, corrió por el pasillo de la iglesia a encontrarse con su novia.

            —¡Mi amor, ¿estás bien?! ¡Déjame llevarte al hospital!

            —Estoy bien, corazón, no es nada, sólo un leve rasguño.

            —Pero no podemos seguir con la boda estando tú así… ¡Y mira, tu vestido!

            —De verdad, amor mío, continuemos con la ceremonia, el sacerdote y los invitados ya están aquí.

            —¡Pero tu ojo!

            —Te digo que no es nada, además yo veo muy bien. A ti te veo a la perfección.

            Miranda acarició el rostro de René y lo observó detenidamente, después me llamó.

            —Mireya, préstame un espejo, lo único que necesito es acomodarme un poco el cabello.

            Nadie en el santuario podía comprender como es que a la novia le preocupara más su cabello que su ojo sangrante y aunque nuestro padre y René insistían en que fuera atendida por un médico, ella se empeñó en proseguir con la boda.

             Yo le entregué el espejo a mi hermana y ambas pudimos ver en él, primero una capa líquida color sangría, después las pupilas de Miranda que reflejaban dos cuerpos desnudos, los protagonistas de un encuentro sexual: René abrazado a una mujer desconocida, dando rienda suelta a su lujuria. Miranda contuvo su sufrimiento y pidió que los músicos retomaran los acordes de la marcha nupcial. Continuaría su andar por el pasillo del brazo de su prometido y ya no de papá. Los pajes conforme a los preparativos iban esparciendo pétalos frescos, así que Madin, la más joven de las tres, no llamó la atención cuando se abrió paso para llegar hasta el novio, fingiendo que también era parte del sequito floral.

            Cerca del altar, cuando René estaba a punto de arrodillarse, mi voz oculta de bruja hizo la invocación: “¡Hermanas, ahora!”. Al instante Madín, la menor, esparció los polvos de la “Visión sangría” sobre el novio infiel y las tres mujeres gritamos al unísono:

            —¡Cristales de sangre caigan sobre el traidor!

            En ese momento el vitral colorido de la cúpula se desplomó hiriendo solamente a René, un trozo enorme de vidrio lo mató partiéndolo en dos. El lagrimal de Miranda dejó de sangrar.

 

 

 

 

 

Ana Laura Coronado Chiw nació en la Ciudad de México el 17 de octubre de 1978. Es egresada de la Escuela de Escritores de Sogem, generación 2013-2015. Ha participado con poemas, cuentos y reseñas en revistas impresas y electrónicas como son: Tílde, BalabardOs, Liebre de fuego, La sombra de Prometeo y  Circulo literario de mujeres. Obtuvo el primer lugar del Concurso Anual de Cuento 2015 del Programa Los Hijos Locos, emitido por Radio Sogem. Fue ganadora del primer lugar en el XVIII Concurso Internacional de Cuento Navideño, Súbito, Breve y Electrónico; convocado por editorial Ficticia y publicado por el periódico El Economista, el 17 de enero del 2016. También ganó el tercer lugar de la edición XX del mismo concurso el 15 de enero de 2018. Actualmente participa en el taller literario de exalumnos de la Sogem, donde da continuidad a su obra creativa.