Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

Viñetas

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Por Ludim Cervantes

16 Abril 2020

Su casa se convertía en un pequeño cubito que se alejaba del mundo real, de los deberes y de las burlas de sus compañeros. Cuando estaban juntos se borraba el tiempo; separando lo real de lo profundo. Cuando los otros niños le decían que no podía jugar, ni siquiera sus juguetes lo querían mirar. Porque era distinto, tenía pecas y ojos verdes en medio de las calles grises y los humanos cafés.  Se acurrucaba en su mesa de madera con su lápiz y una hoja. Invocaba al futuro Rey de los Guti, nómadas, barbaros, asesinos, los mismos que responden a la Madre Dragón como diosa suprema. Luego aparecía sobre la blancura y restos de carboncillo, como lo ha hecho desde que era niño.

Le gustaba pintarlo con su capa granate y el cuello afelpado. Los detalles de la funda de su espada eran delineados con cuidado ya que cada símbolo tenía un significado o eso decía. Siempre majestuoso; reluciendo collares de piedras preciosas y zafiros como aretes. Daba grandes zancadas a través de las páginas, con la cabeza en alto y los brazos fuertes, la espalda ancha y el cabello cenizo. Sus ojos rubí señalaban su siguiente conquista. Y aunque nadie apreciaba su talento y sus compañeros se burlaban, jamás dejo el pincel. Cada critica e insulto lo inspiraba a darle vida a un rey que amansaba bestias, derrotaba monstruos, peleaba con titanes. Algunas veces a las faldas del bosque, en la orilla de los lagos. De fondo se apreciaba el fuego de los volcanes, el ardiente sol y sus gritos de batalla. Siempre en compañía de su fiel dragón carmesí.

Las paredes de su habitación se tapizaron con acuarelas, grafitos y xilografías de ese Rey que invitó a salir de su cabeza desde los ocho años. Sus padres creyeron que lo ayudaría con sus problemas de socialización, pero no fue así. Fue peor. Isaac se encerró en las páginas de su block de dibujo. Escribía epopeyas y leyendas. Pasaba también algunas noches trazando escenarios, aconsejando estrategias. Sin embargo, esa tarde… él no estaba ahí. Ni siquiera sus gritos furibundos. El rojo de su capa ya no era vino y se habían rotó dos lápices.

Dentro del bote de basura no cabían más bolas de papel, arrugadas se amontonaban en la esquina y alrededor cuando eran arrojadas. Un intento tras otro para conseguir las viñetas adecuadas. Perdió la cuenta de sus fracasos que comenzaban a formar una montaña de papiro. Y no era que Isaac no supiera dibujar o perdiera el toque del pincel, todo era culpa de la presión. Desde hace tres días todo giró en torno al concurso de historieta que lanzó una editorial famosa. Un premio tentador de tres mil pesos y una colaboración con ellos; era su sueño y el futuro.  Debía crear una pequeña historieta en cinco viñetas. Tema libre, técnica clásica, desarrollo del protagonista. Se supone que él era talentoso. ¿Por qué no salía nada de sus manos y menos de su cabeza?

Sus compañeros decían que no tenía talento y que a nadie le interesaría la historia de un bárbaro con su dragón que saqueaba aldeas y causaba guerras. Dos veces rompieron los dibujos y vaciaron sus colores en la taza del baño. Sus manos siempre terminaban manchadas de grafito cuando recogía los restos de las hojas blancas y miraba sus trazos arrugados y partes del cuerpo de su personaje principal sobre el suelo y la mugre. A pesar de mentir a su madre y fingir que no pasaba nada, lo alentó cuando le compró nuevo material para las ilustraciones.

Esa tarde y las dos anteriores, el rey no estaba. No había asomado su cabeza rubia tras el pisapapeles, no había tampoco rastro del dragón que coloreó en una cartulina. Ya cansado de que sus manos no dieran vida, garabateó sin sentido un bosquejo de una trama sobre los hombros hachos de un boceto. Luego sus brazos se convirtieron en almohadas para su cabeza y se quedo dormido sobre el escritorio y dibujos sin terminar.

El ruido de la chicharra lo despertó en su pupitre. Abrió los ojos, su respiración se agitó. Algunos de sus compañeros habían guardado sus cosas y salían del aula. El líder del grupo de niños que lo molestaban, le dio un zape en la cabeza. Oyó sus risas y antes de salir del aula, los oyó decir algo sobre colgar sus tenis en el cable de la luz. Buscó al profesor, pero llamó su atención que el pizarrón no tuviera anotaciones y el escritorio estuviera vacío. Inmediatamente llevó su mano derecha a la nunca al sentir una punzada dolorosa. Pensó que le habían hecho daño. Notó sus dedos pintados de sangre. Estaba seguro que había una marca porque ardía, igual que una mordida. Dio un brinco decidido a buscar un profesor. La presencia de alguien con él el salón lo paralizó.

Estaba seguro que todos se habían ido, dejándolo sólo como siempre.

Una sombra se dibujó en el suelo frente a él. Un hombre en cuclillas sobre la ventana abierta lo observaba. La capa escarlata ondeaba como una bandera ensangrentada en medio del campo de batalla. Sus ojos furiosos lo retaban al mismo tiempo que mostraba su par de colmillos manchados de sangre.

Muy a lo lejos escuchó que lo llamaban. Cosa extraña porque nadie en el salón le hablaba. Oyó los últimos pasos en el corredor dirigiéndose a la puerta de salida. Algunas voces y risas de niñas que probablemente salían de los sanitarios.

Confirmando que él era el único en el tercer piso.

Respiró con dificultad. Inmediatamente pensó que era un sueño, pero el ambiente era tan vivido que no pudo diferenciar la vigilia de la realidad. Le dolía la nuca y los restos de vino en sus dedos eran bastante verdaderos. El bárbaro lo observó con calma. No movió un musculo ni pronunció palabra. Issac siguió inmovilizado. Su pierna derecha era la única que se sacudía impaciente.

Las enormes botas del rey hicieron un ruido seco al caer en el piso. La escuela cimbró como un pequeño temblor. La capa se arrastró tras sus pasos. Finalmente estuvo frente a él. Issac lo miró hacia arriba. Era mucho más alto de lo que creyó que sería, la piel era bronceada y olía a tierra mojada. Sus ojos era más como grosellas que como rubíes. Las piedras que formaban su collar, brillaban intensamente igual que sus aretes. El tatuaje en su brazo derecho no recordó haberlo diseñado. Sin embargo, creyó haberlo visto en otro lado puesto que era más como un garabato que como un símbolo.

Lentamente se dirigió a la puerta. Dio la vuelta y lo perdió de vista. Los gritos en el patio no lo inquietaron, creyó que eran sus compañeros jugando futbol con otro grupo y a pesar de que hubo llantos y agonía en cada alarido, no se asomó. Los cristales de las ventanas estallaron a causa de un fuerte viento que provino de algo gigantesco que sobrevolaba la escuela. El miedo le impidió mirar el ojo reptiliano color ámbar que se asomaba tras las ventanas. Escudriñándolo de la misma manera que el Rey lo hizo minutos atrás.

Repetía en su mente que todo era una pesadilla y por eso esperó sentado a que algo externo lo despertase. Recordó que ya casi era la hora de la cena, su madre entraría en cualquier momento al cuarto y lo despertaría. Luego de cenar, se daría un baño. Al día siguiente tenía educación física y tendría las dos últimas horas libres porque el profesor no asistiría. Pudiera ser que, en ese lapso de tiempo, se le ocurriera una buena historia, porque ya se le estaban agotando las ideas.