Viejo… no te vayas viejo.

Autora:Elba Margarita Díaz

Mayo 2025

 

La noche se iba acercando; un atardecer nervioso de nubes trataba de oscurecerlo lentamente y flotaba un aire húmedo que se hundía en un gris plomo. La lluvia se sentía venir y así empezó a temblar la noche. Delmiro y Rosalía dentro del rancho también la esperaban ya que la sequía estaba ahogando las cañadas y el arroyo; la situación se agravaba día a día, la tierra polvorienta, las cachimbas sin vida y los animales no tenían dónde calmar su sed. Rosalía mirando el paisaje de siempre pensaba que así también los sentimientos como pareja se iban secando día a día. Ya hacía tiempo que aquel amor con música de ternura y algo de esperanza se había perdido y el silencio en el rancho empezó a notarse más. Delmiro día por medio se iba al pueblo y llegaba de madrugada listo para ordeñar las lecheras y comenzar las tareas del día sin dar explicaciones; y ella tampoco preguntaba. Sólo se hablaba del tiempo, los animales y ahora de la falta de agua. El silencio se fue dando de a poco entre ellos, comenzó hace años, cuando ningún llanto de niño se escuchó en el rancho, y a estas alturas eran dos desconocidos viviendo bajo el mismo techo. El tiempo continúa su marcha y los cabellos de ambos comenzaron a tornarse blancos.

La lluvia comenzó por fin en aquel atardecer y se sintió un placer tranquilo; tomaron mate junto al fuego, quietos dejándose penetrar por aquella lluvia que caía abundante, sin interrupciones; las aves corrían presurosas hacia los graneros, los gritos de los teru- tero confirmaban su presencia, los horneros llegaban a los aleros, las lecheras y caballos estaban protegidos en los galpones. Con el paso de las horas se desata un temporal; el viento enfurecido dobla los árboles del monte, acompaña a la lluvia un granizo que golpea los techos, los ahueca y los trozos se desparraman por el suelo. El rancho sigue en pie; el viento lo rodea. De pronto el cielo se abre en relámpagos, un rayo furioso ilumina el cielo y un trueno aprovecha, sale y aturde el firmamento. Todo en segundos queda negro, sigue la lluvia que desborda; otro trueno y otro. No hay fuego ni faroles. Delmiro en la oscuridad sale del rancho como puede hacia los galpones gritando:

-Lucero, Lucero!!-

Su alazán tostado, su caballo fuerte e incansable, su amigo de la vida estaba allí entre pedazos de techo esparcidos por el suelo y el agua que todo inundaba. Al entrar pudo verlo junto a los demás, tirado jadeando;

-El rayo, el maldito rayo.-

Lo abrazó, puso la cabeza de éste contra su pecho y vio su mirada lejana clavada en sus ojos.

-No Lucero, no, no podés dirte. No dejaré que te vayas. Viá darte calor. No!!!-

Y su voz en grito se perdió en la turbulencia de la noche. Afuera la lluvia arreciaba y adentro los demás se juntaron en un rincón techado. La voz de Rosalía cruzó los patios

-Delmiro dentrá, qué pasa…! Vení, no te quedés allí. No me dejés sola!. Qué pasa!-

– No pasa nada mujer. No pasa nada.-

Las lágrimas cubrieron su rostro y una herida honda penetró en su alma. Su caballo ya entrado en años, era todavía fuerte e incansable, ya no hacía los trabajos de la tierra; le gustaba pasear, Delmiro lo sabía y lo llevaba al pueblo con frecuencia. Su compañero de siempre; fue regalo de su padre y junto a él pasó sus horas de trabajo y de vida. Uno y otro se escuchaban y compartían penas y alegrías. Los dos al galope redoblaban olvidos, desengaños, amores… y mientras esto pasaba por su mente los ojos de Lucero se perdieron en el tiempo. En ellos había amistad, bondad, lealtad, amor!. Y así, juntos cuerpo con cuerpo, un corazón se fue apagando lentamente. Delmiro lo abrazó más fuerte como para retenerlo pero ya se había ido. Se cubrió con algo que encontró y esperó el amanecer; la lluvia fue cesando y los gallos mañaneros anunciaban un nuevo día. Delmiro lo cubre, le ata las patas traseras, las engancha a otro caballo, y lo lleva de arrastro con paso lento sobre la tierra anegada más allá del rancho, más allá de la esperanza. Todavía ¡no podía creerlo! Cavó un pozo profundo en esa tierra que tanto amó y allí quedó solo en un silencio de recuerdos vividos.

– Lucero no miró p´atras, el tiempo juído nunca mas ha´e volver! –

Quedó un momento mirando la llanura y emprendió el regreso.

Cacique, su perro lo vio en la lejanía y fue a su encuentro; los dos entraron al rancho. Rosalía lo esperaba sentada en un banco paralizada de frío y llorando: buscó un poncho medio seco, se lo puso en la espalda y le dijo

– Lucero se jué, se jué pa siempre. Hoy me largo sin rumbo ande me yeve la voluntá de mi cabayo. Quién sabe si radando, po´ande quiera puedo hayar acomodo; esperar es zoncera, nada me ata. –

Rosalía escuchaba, le quedó grabado:

 – Te dejo tuíto, rancho y animales,- lo demás fue así.

– Del pueblo te mandaré noticias y ya encontraré a alguien que pueda ayudarte aunque sea al principio. Los ahorros están donde sabés, creo que te darán hasta que cobrés lo vendido. Y el tiempo…, el tiempo solito se encargará qué hacer con nuestras vidas. Nos quisimos y mucho pero ahora no hay nada más y entonces pa qué seguir juntos. –

Trató de contestarle, decirle algo pero no le salían las palabras para retenerlo, estaba todo decidido. Vio que ensillaba a Tormenta un overo caminador, luego tomó sus pilchas, su poncho, dio una última mirada a lo que dejaba y montó. En ese último instante, Rosalía salió del rancho, fue hacia el  hombre de su vida y entre sollozos en un grito ahogado sólo dijo:

– Viejo… No te vayás viejo. Yo te quiero!!

El grito quedó flotando entre las acacias, y espinillos del monte. Ya caminando,

– Quién sabe si dispués de un tiempo me verás llegar-

En el alero del rancho, una pareja de horneros con la tierra húmeda en sus picos, lo miraban, lo miraban; iban a comenzar su nido. Rosalía los vio y pensó que habría una esperanza. Delmiro entró en el camino firme y decidido, de atrás le seguía una brisa que hacía tiempo no sentía; quizá fuera el adiós de Rosalía. Siguió en un trote suave pensando en Lucero galopando a su lado, sería su luz, la esperanza de comenzar de nuevo y ser feliz.

-El pasado debe quedarse en el pasado. –

-El tiempo juído nunca mas ha´e volver. –

 

Elba Margarita Díaz, nació en Montevideo – Uruguay, un 26 de mayo. Fue Docente de educación primaria y ocupó cargo de Dirección. Se formó en la Escuela Nacional de Declamación.

Algunos de sus libros publicados son: “Un Puñado de Sueños”; “Cantares de la Abuela”; “Momentos”; “Poemas con Habitantes”; y el audio-libro infantil “Para Contar, Cantar y Pintar”. Ha colaborado en publicaciones colectivas, boletines y libros de A.U.L.

Recibió premios de: Fundación Lolita Rubial en “Cuentos Para Nuestros Nietos”; Concurso de Cuentos Cortos AUDE 2014; Concurso de Cuentos Cortos para personas Mayores de la Intendencia de Montevideo ediciones 2018 y 2020.

Es integrante de la Comisión Directiva del Movimiento Cultural Cezarina; y de A.U.D.E (Asociación Uruguaya de Escritores).