Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

Verdad – realidad

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Por Herles Velasco

16 Mayo 2020

La vida es un sueño, dijo Calderón de la Barca; ¿despertamos entonces en la muerte?, si le preguntamos a los poetas místicos, que conocen bien estos temas, responderían, en general, con un rotundo “sí”. Verdad y realidad son conceptos que hemos sobrevalorado desde que alguien más, allá afuera, nos enseñó, con las mejores intenciones, a vivir; una ficción del ego, dirían los budistas, para seguir dándole vueltas a la rueda del samsara, permanecer, darnos a nosotros mismos la falsa sensación de continuidad, de control sobre el mundo y nuestras decisiones, certezas sobre las que nos vamos moviendo para establecer relaciones sociales y relaciones con lo sensible. Verdad y realidad, todos creemos saber de qué va la vida (ególatras) aferrados, como al barandal de los puros, a estas percepciones del mundo.

 

Verdad: la segunda acepción de este término en el diccionario dice que es la “conformidad entre lo que una persona manifiesta y lo que ha experimentado, piensa y siente”, conformidad, adecuación; la primera acepción es todavía más subjetiva: es la “adecuación (otra vez) entre una proposición y el estado de cosas que expresa”, adecuación, conformidad, caminamos en círculos de percepción que no terminan nunca, que no llevan a un sitio.

La realidad, dice la academia, es la “existencia verdadera y efectiva de algo o alguien”, existencia verdadera, la realidad depende entonces de la verdad que, como ya vimos, resulta ser algo que depende de quien mira, de su manera de “formar” certezas basada en su experiencia del mundo.

 

He leído insistentemente que la verdad está en la ciencia, afirmación que suele venir de gente que no está inmersa en esos mundos; la ciencia no tiene certezas, entendidas como algo en lo que creer que sea a la vez inamovible, la ciencia duda todo el tiempo de si misma; pero es, quizá junto con la filosofía y la poesía, el mejor acercamiento que hemos tenido a lo último y, sobre todo, al por qué de las cosas y sus fenómenos; y lo hemos hecho a través de las matemáticas, un universo muy alejado de nuestros sentimientos y percepciones vulgares que no importan al universo, y ni ahí están todas las certezas. Pero, preguntarás, ¿uno más uno no es siempre dos? Sí y no; aritméticamente llegamos a esa conclusión, pero en el sistema binario, 1 + 1 es 10; en el álgebra de Boole, 1+1 es 1 y en algunos casos no es irracional que 1 + 1 nos lleve a concluir que la respuesta da lugar al número 11, todas son verdades, todas son realidades, no sólo una, qué matemática tan manipuladora.

 

Platón pensaba que la verdad es lo que percibimos dentro de nuestras cavernas, y que la realidad estaba afuera, reservada para algunos elegidos que decidían salir del rebaño y explorar otras posibilidades; es decir, que todo lo que creo verdadero (o que creemos como sociedad) es sólo una sombra de otra cosa que no tiene nada que ver con esas percepciones; con esas sombras y el romper de las cadenas,  hay implícita una invitación a cuestionar no sólo los fenómenos físicos, más bien nuestra moral, ideales, metas… lo bueno y lo malo, lo que nos daña y lo que nos es beneficioso, nuestra relación con el mundo. Y si le preguntamos a los poetas del romanticismo, estas verdades, estas percepciones, también son realidades en los contextos de lo intangible, el sueño de Calderón de la Barca es tan real como la montaña, es la aceptación de la existencia de mundos que están fuera del alcance de nuestros cinco sentidos. ¿Verdad, realidad?

Les hemos dado un peso que no se merecen, hacemos construcciones con base en la mera percepción parcialísima que tenemos para poner encima una piedra que curva cada pieza como un castillo de cartas imposible. Nada más peligroso creer que poseemos la verdad inamovible, esas aparentes verdades, esas falsas realidades, se manifiestan desde lo más vulgar: “esa persona me hizo mal, me dañó”; hasta constructos más elaborados relativos a situaciones que nos afectan no sólo como personas, también socialmente o incluso concernientes a nuestra propia existencia. La ciencia (en particular la física) y algunas filosofías invitan a cuestionar que estamos aquí de la manera en la creemos estar, que quizá somos el personaje de la historia de Pao Cheng, de Elizondo, todos y cada uno de nosotros; antes de la mátrix, ya los filósofos orientales se preguntaban si no estamos dentro de la mente de algo, como un cuento que nos creemos real; la física determinista llega a afirmar que el libre albedrio es una ilusión, peor aún (para quienes buscan certezas) que el presente, pasado y futuro son como un bloque de hielo en el que vamos experimentando desde adentro con falsas sensaciones del correr del tiempo, que no es como lo percibimos, Cronos es un mentiroso.

 

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Los propios átomos no tienen palabra de honor, ni una verdad inamovible (busque el experimento de la doble rendija); sus fotones, cuando los observamos, se comportan como partículas, cuando no, como ondas, qué moral más inconcebible, qué falta de verdad en los propios elementos que nos constituyen. ¿Estoy proponiendo abandonar estos sobrevaluados conceptos? No, sólo pretendo, por lo menos para mí, bajarlos de su pedestal al que subieron generaciones de inmaculados, esos a los que hace referencia Pessoa en su “Línea Recta”. Quizá la muerte es la verdad, como la solemos concebir, única, realidad compartida, y me veo obligado a dudar de todos modos; las otras verdades, las morales, las de “yo soy bueno y tu malo porque acepto el paradigma”, esas no, las tengo en el cajón de lo imposible. La vida es un sueño, dijo Calderón de la Barca, un sueño que nos tomamos muy en serio. Mis realidades, mis verdades, son más bien dudas; son un grano de sal en el océano, donde los daños y las felicidades se disuelven en el mismo caldo donde muchos pretenden aferrarse a la consistencia, a quedarse con su grano.

 

Verdad:

certeza del paso prudente,

guía de ciegos a través de la inmunda vereda,

y arma blanca de la legítima defensa

de los que no se quieren ensuciar.

Verdad sicaria,

de la mentira mamas

del otro lado de tu moneda,

que no ves,

te muerdes,

verdad uróbora

huevo hueco, cascarón,

cacareada hasta el hartazgo,

mentira que decreta el crédulo.

No me perteneces

no te compro

cortesana que paga

las buenas conciencias

con un cheque en blanco, al portador;

vanidad salomónica del recto.

Verdad paja,

regurgitas en el rumiante,

en el hambre del rebaño,

colectiva,

verdad que no engañas

a quien te mira desde afuera

de los signos infalibles

que alguien puso aquí, para ser venerados,

verdad becerra.

Irrefutable piedra

de los que te lanzan primero

sin dudar,

la gema del idiota

que presume su baratija,

dorado reflejo en el espejo.

Verdad:

para no vivir la vida

a ti se aferran

los cobardes.

 

herles@escueladeescritoresdemexico.com