Quisimos retar el cúmulo de inviernos, pero olvidamos que la metralla era ávida paloma negra, por ello desafiamos las improntas de la desolación.
Aquella tarde refulgió lo que creímos era la máxima utopía, mientras las balas se abalanzaron sobre las gerberas y las acacias recién humedecidas.
Marchamos para conocer el color de la esperanza: verde atropellado en cualquier cuartel / loco destierro. El tiempo de páramos hizo su anuncio. Huimos, y algunos geranios pronunciaron sangre. Aquella vez, sólo un obrero en el escenario de nuestro aprendido e ingenuo manifiesto. Por ello los obreros permanecieron en las fábricas, mientras nosotros, elevábamos consignas sin comprender los significados de la gran derrota. ¿Quiénes éramos, ante los espejos rojos? Lo supimos cuando el sol se apagó y la coreografía se mudó a los cementerios clandestinos.