Por Álvaro Luquín
16 Septiembre 2020
1
Discutíamos sobre la forma
menos glamorosa de morir.
Ser arrollado por un chofer
del seis veintiséis.
Caer de un andamio
mientras limpias cristales
de un viejo edificio.
Siempre hablamos de eso.
Y de que no puedo seguirte el paso,
que no pongo atención,
que camino muy lento.
Que no es bueno
cruzar de la mano de alguien
que no tiene nada que perder.
2
Sí, entiendo su punto.
Pero qué si lo hago de nuevo,
me internan por cuarta o quinta vez
y me derrumbo al sentir que no ha avanzado el tiempo.
¿Aún duermo en la cajuela del auto
de mi madre aquel día de mi octava fiesta
de cumpleaños?
¿Todo ha sido un sueño interminable?
Porque es tan raro ser alguien
que alucina el tiempo de otros mundos;
como la imagen que solamente existe
si huye de todas las pantallas.
3
Jugaba con su tía
que durante muchos años
fue tiranizada por su marido.
Rejuvenecía, le hablaba del silencio,
ignoraban a Dios
casi lo encontraron
y con el trastorno de una voz desconocida
le dijo:
Te contaré lo que sucedió
aquella tarde del ochenta y tres.
Al reaccionar, sus gatos lo veían
como quien cree en un gran milagro.