Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

Una noche, un conejo

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Por Pedro Paunero

16 Mayo 2020

El conejito de Pascua dio tres saltos por el sendero adoquinado, deteniéndose sobre uno de los parterres, antes de inclinarse a remover en la ligera hojarasca –como sólo un conejo puede hacerlo-, y esconder bajo un montoncito dos huevos pintados que extrajo de su canasta.

La noche estaba muy avanzada y las instalaciones deportivas solitarias. Y vivas. Muy vivas. La noche bullía de vida, agazapada, acechante, zumbante, susurrante y escondida. Los “EchoV22”, el más eficiente modelo de jardineros robot, flotaban sobre los árboles frutales y arbustos, valiéndose de sus rotores silenciosos, ora podando, ora cosechando los frutos. El conejo escuchó un sonido, proveniente de las canchas de tenis, y sus largas orejas se movieron en esa dirección. Debía ser alguno de los animales transgénicos desextinguidos –un dodo o un gliptodonte-, que pululaban por las instalaciones. Saltando otro poco se internó en las canchas de tenis, las pasó y llegó a la línea de árboles que se recortaba sobre el río. Se detuvo ahí, y se puso a la tarea de esconder dos huevos más, entre las fuertes raíces de un árbol. Al día siguiente, muy por la mañana, llegarían los niños a buscarlos, todos sonrisas y risas y bullicio y felicidad. Atiborrarían las gradas del estadio para intercambiar regalos y desembarcarían de lanchas, barcas y botes. O llegarían en los automobuses, provenientes de los cuatro puntos cardinales.

El conejito de Pascua olisqueó el aire, satisfecho y conmovido, como sólo puede estarlo un conejo de Pascua.

El letrero flexible ondeaba al capricho de la brisa, encendiéndose automáticamente al captar una presencia humana. En la difusa conciencia del conejo una luz se encendió. ¿Cómo sabía estas cosas? Recuerdos. Fragmentos de memorias o memorias completas, pero diluidas. Rememoró públicos vociferantes llenando las gradas, encuentros deportivos, niños compitiendo. Niños. El conejo volvió a su presente. En el río pasaba un yate silencioso, lo sobrevolaban cinco meganeuras iridiscentes y un colibrí azul verdoso.

-No se trata de una leyenda urbana, señores. Las compañías de biotecnología aplicada sí se encuentran en guerra. ¿Recuerdan lo sucedido en Petra? Un deinotherium que servía como transporte turístico cargó contra un platybelodon de la competencia, lesionando a siete personas. En otro rubro, pero similar, recordamos que las características únicas de los bio-disfraces –explicaba el presentador en la pantalla- le permiten a los clientes experimentar, mientras se lleve puesto, algunos de los sentidos propios del animal que representa dicho disfraz. ¿Cómo ve un perro o un caimán? ¿Qué colores es capaz de ver una abeja? Quien no ha usado un bio-disfraz no ha experimentado del Umwelt propio de cada especie, como señalara el biólogo George Romanes –el presentador se emocionó en ese momento-: ¡Pero la competencia, mis amigos, la competencia…!

El conejo perdió interés. De lo que había visto y escuchado había comprendido la mitad y, de eso, todo muy mal. El ruido en la hojarasca, proveniente de los muelles ajardinados sobre el agua, lo puso en estado de alerta. Algo se acercaba. Vio el pelaje plata y los colmillos blancos. Fue como una lluvia afilada sobre su morro, todo garras y dientes.

-¡Bullying por disfraz! –dijo el atacante, con una voz chirriante, en son de burla.

Los huevos del conejo quedaron esparcidos por la hierba. El lobo, cuando todavía su silueta cuadrúpeda se enmarcaba contra el cielo, a unos metros, echó una última ojeada al conejo agonizante y aulló, triunfante, antes de alejarse por completo.

El muchacho bajo el disfraz de conejo comenzó a comprenderlo todo, pero ya era tarde. La sangre empapaba los forros vivos del disfraz, sus biosensores habían roto las conexiones sinápticas y se desangraba desde la piel y los nervios de punta, erizados y heridos. La etiqueta, manchada de rojo, se encendía y apagaba: “Úsese bajo su propio riesgo, úsese bajo su propio riesgo, úsese…”. Luego se apagó, como la última consciencia humana del conejo, pero la noche, a su alrededor, continuó respirando, ajena y separadora, tal como el Umwelt de cada especie.