Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

Una confesión desvelada

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Por Jonatan Frías

16 Abril 2020                                                                                          Imagen: Norma Asencio 

La escritura es algo más que un oficio: es destino. Más que testimonio es testamento: acto irreflexivo que pocas veces se sabe a dónde conduce. Es el acto de transfigurar emociones en signos: velar y desvelar una álgebra secreta. Caminar sin tener una idea clara de si se va o se regresa. Escribo como único método para descubrir por qué  escribo, de dónde surgen las palabras.

Hace muchos años ya que decidí que todo lo demás en mi vida sería secundario. Quería dedicarme a escribir como mero pretexto para poder sentarme a leer. Era, claro está, una trampa muy linda. Un círculo concéntrico e inexpugnable de causas y azares; de caminatas nocturnas, de cafés desvelados con sabor a ventana; de desvelos amarillos de vidriolunes. Tomé la decisión un martes cualquiera sin lluvia y seguí adelante convencido de que era la decisión más seria de mi vida y por tanto, no podía (no debía) tomarla en serio.

Quise dedicar mi vida a escribir pero me rehusé -me rehúso todavía- a especializarme, a buscar en el cuento o la novela o el ensayo un lugar cómodo desde donde ver el mundo, desde donde interactuar con él. Quería escribir así que lo más sensato era que escribiera para mí, sin molestar a nadie. Comencé entonces a llevar una vida secreta, una que sólo existía de noche y que estaba contenida en una libreta de pastas duras y moradas.

Cerca de mi casa había una farmacia que permanecía abierta toda la noche y que tenía una máquina de café. Solía salir todas las noches por uno -pese a que tenía una cafetera en casa (en realidad vivía en un cuarto de paredes verdes manchadas por la humedad, porque entonces ya sabía lo que eran las carencias, y dormía en un sillón naranja, con estampado de flores)-, y luego me iba a un parque lleno de jacarandas que quedaba apenas a unos pasos. Subía hasta lo alto de una resbaladilla enorme y me quedaba ahí bebiendo, escribiendo, fumando. Desde entonces la escritura ha sido para mí una actividad taciturna -estas mismas páginas las escribo a las cuatro de la mañana-, taciturna y secreta.

Todo esto viene a cuento porque desde hace varias semanas no me he podido concentrar y las palabras se me han convertido en algo inasible, de bordes difusos. Me niego a hablar del encierro, porque primero sé que es un privilegio de pocos y segundo, no quiero contribuir a seguir hablando de ello. En todo caso diré que el insomnio que tengo es un insomnio distinto, un insomnio de animal agazapado entre las sombras. Me encuentro más ansioso que de costumbre y acaso un poco alerta.

He podido leer algunas cosas y ver unas cuantas películas, cosa por demás positiva, pero la escritura me sigue resultando ajena y exterior. En su lugar me he dedicado a explorar la pintura. El movimiento visto a través del color y de la geometría. Rechazó la idea de ser parte del grupo de personas que encuentran romántica la soledad. No hay nada romántico en estar solo. Eso, hoy más que nunca, ha quedado claro. Aprendemos a vivir solos, como quien aprende a vivir sin un miembro amputado: nada más.

Pero el acto mismo de pintar o escribir es ya en sí mismo un acto de rebeldía. Porque nos conecta. Nos vuelve parte de algo más grande que nosotros mismos y eso, eso, ya nos reconforta. Saber que alguien más está ahí afuera y que está vivo y que come y baila y ríe y coje y coje y coje, me llena de esperanza.

Vamos a estar bien, eso lo sé. Pronto podremos volver a recorrer las calles donde acostumbramos una cerveza o la mano de una mujer; pronto volveremos a dormir y a escribir y a pintar como una certificación de que lo hacemos porque sí y no porque estamos separados. Pintamos y escribimos para encontrarnos -¿Acaso hay alguien que no haga alguna de estas para que sus amigos lo quieran un poco más?-, pintamos y escribimos para establecer un diálogo sin intermediarios. Escribo, en este momento, para decirte que aunque no te conozco, sé por lo que estás pasando. Sé que es duro y sin embargo aquí seguimos y sé que cuando despertemos, el dinosaurio aún seguirá ahí.