Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

Un punto que sigue a otros. Historias cíclicas en el cine y la literatura

Por Ulises Paniagua

Diciembre 2021

 

En mi primera novela “La ira del sapo”, publicada en el ya remoto año 2016 (año prepandemia), uno de los personajes confiesa a otro:

 

“Mira, ubica cualquier punto en el contorno del círculo. Escoge el que quieras. Ahora imagina que tras él vienen un montón de puntos que intentan alcanzarlo. Es frustrante. Los demás siempre intentan acercarse, pero jamás lo consiguen; pero no sólo eso, sino que el mismo punto se pasa la vida persiguiendo al resto. Lo peor es esto, fíjate bien: sucede que tanto el que persigue y los que lo persiguen, es decir, los otros, piensan que avanzan, que van delante de todos, y continúan un camino definido, como si tuvieran una meta. Sin embargo, están condenados al encierro, al movimiento eterno…Así me siento yo…persiguiendo la nada todo el tiempo”.

 

Al releer este párrafo descubro mi antiguo interés en los temas y las historias circulares; en los cuentos, los argumentos, las novelas y las películas donde se parte de un sitio para llegar, al final del recorrido, al inicio. Es un asunto que me ha intrigado en más de una ocasión, y que goza hoy de mi preferencia dentro de la diversidad de los misterios narrativos.

Uno de los relatos que aborda esta inquietud es “El hombre de la multitud”.  Escrito por Edgar Allan Poe en 1840, el cuento relata la aventura -de un día- en un hombre que persigue a otro -bien misterioso-, sin que este último se dé cuenta. Le sigue durante la tarde y por la noche, entre gente, plazas y callejones, sólo para descubrir al alba que el tipo se detiene, tras veinticuatro horas de recorrido, en el mismo lugar donde partió (y donde habrá de iniciar una nueva travesía).

Encontramos también como ejemplos, en años más recientes, las ficciones de Jorge Luis Borges y Ted Chiang. En Borges hallamos la recurrencia a esta metáfora geométrica en “Las ruinas circulares”; así como la alusión a múltiples permutaciones que pueden conducir al visitante al origen, de manera casual o causal, dentro de su cuento “La biblioteca de Babel”. Y ya que de ello hablamos, no podemos sino mencionar el cuento de Ted Chiang que lleva, precisamente, el nombre de “La torre de Babel”. Dentro del relato, un pequeño grupo de mineros especializados intenta excavar, en el límite vertical de la torre, una cámara. Dicho lugar, al abrirse, da paso al agua. Varios de los trabajadores perecen ahogados; sólo uno de ellos consigue subir para alejarse de la cámara. Lo que encuentra lo deja estupefacto. Después de largas jornadas de ascenso en la torre; es decir, de mucho subir y subir, el protagonista descubre que ha regresado a la superficie, a los cimientos del edificio. Esto lo lleva a comprender “que arriba es abajo”, y que el planeta parece poseer, dentro de su relación tiempo-espacio con el universo, una figura cilíndrica. En un cilindro, explica Chiang a través de este cuento, uno puede perseguir un punto hasta que, de manera circular, el recorrido vuelve a su principio. Lo mismo podría ocurrir con la superficie de la tierra, según un modelo cuántico.

En cuestiones paranormales hay efectos similares que se describen en libros y películas. Me viene a la mente “El proyecto de la bruja de Blair”, que expone una creencia antigua y particular: el de que una bruja posee la capacidad de hacerte girar en círculos dentro de un bosque. Así, a pesar de tu desesperación, es posible que atravieses un número indeterminado de veces frente a la marca que dejaste en algún árbol para no perderte. Un recurso inútil el tuyo, pues no habrá, con seguridad, escapatoria. Por su parte, Guillermo del Toro, dentro de su cinta de terror “El espinazo del diablo”, explica que un fantasma es “un evento terrible condenado a repetirse una y otra vez, un instante de dolor, quizá algo muerto que parece por momentos vivo aún, un sentimiento, suspendido en el tiempo, como una fotografía borrosa, como un insecto atrapado en ámbar”.

Otra escena interesante al respecto ocurre en el libro “Manuscrito encontrado en Zaragoza”, de Jan Potocki. En esta novela, publicada entre 1804 y 1806, el protagonista parte de un descampado para adentrarse en un castillo siniestro. Después de una serie de sucesos perturbadores, el protagonista despierta, después de una noche difícil, justo en el terreno desde el que partió. 

De manera particular disfruto la película venezolana “La casa del fin de los tiempos”, de Alejandro Hidalgo. Allí, las rampas, las habitaciones y los eventos se repiten de manera indeterminada y mágica, como ocurre en las invenciones gráficas o las escaleras de Maurits Cornelis Escher (otro gran referente de estas preocupaciones). Al final de la película se resuelve el misterio: descubrimos que no se trata de fantasmas, sino de bucles recursivos, una trampa temporal donde los protagonistas viejos se rencuentran con sus “yoes” jóvenes. Vale la pena verla.

Algo similar ocurre en las películas de David Lynch, “Lost highway”; y en “Corre, Lola, corre”, de Tom Tykwer. En el primer caso, la película es tan perturbadora como lo es la brillante imaginación de Lynch, y concluye cuando Fred, el personaje principal, se dirige a su propia casa, presiona el botón del intercomunicador y pronuncia la frase: «Dick Laurent está muerto». Se trata del mensaje que él mismo recibió al principio de la película. El Fred dentro de la casa es capaz de ver al Fred en el patio, quien deja el recado en ese momento. En el segundo caso, en “Corre, Lola, corre”, nos hallamos ante el “efecto mariposa”. Se trata de una historia que es capaz de regresar a un punto específico sólo para cumplir distintos derroteros, y de este modo alcanzar un final feliz,

Encontramos un efecto análogo en “El día de la marmota”, cinta conocida en México como “El hechizo del tiempo”, protagonizada por Bill Murray. En ella, un despistado enamorado aprende a conquistar a una chica través de sus errores constantes, repetitivos. La misma premisa la vemos en un sentido distinto cuando un soldado, protagonizado por Tom Cruise, perfecciona sus estrategias, a cada muerte, en el film “Al filo del mañana”. Un aprendizaje veloz, pero doloroso. Esta realización hollywoodense, por cierto, se basa en la novela ligera “All You Need Is Kill”, de Hiroshi Sakurazaka.

Por último, es indispensable nombrar a un cineasta cuya obra acude casi siempre a estos juegos espaciotemporales: Cristopher Nolan. El director británico lo hace, dentro de su obra, bien a través de bucles recursivos de carácter cuántico (“Interestelar”); mediante la posibilidad de las permutaciones y sus retornos (“Tenet” o “Amnesiac”); o, en todo caso, a través de las probabilidades oníricas que recrean mundos personales (“El origen”). De manera particular, prefiero “Interestelar” sobre el resto de su cinematografía. “Interestelar”- que estuvo bajo la supervisión de Kip Thorne, un reconocido científico -recrea fenomenologías cercanas a la realidad, según los modelos cuánticos estudiados en las últimas décadas. Casi al final del film, Matthew McConaughey retorna a su casa, en un cruce dimensional y temporal donde hace caer un libro en la habitación de su hija (ahora mucho mayor que él, por cuestiones cósmico-cuánticas); un ejemplar que, al inicio de la historia, el espectador piensa fue empujado por una fuerza sobrenatural.

Así, fantasmas, brujas, ciencia, metafísica, dobles y algún doppelgänger, escaleras infinitas, torres y bibliotecas de Babel, alguno que otro flâneur, ciertos castillos embrujados, viajes espaciales, sueños, proyectos militares, arquitectura onírica, un poco de surrealismo posmoderno, Lynch, Borges, Chiang, Nolan, Potocki, Poe, del Toro; todos estos temas y nombres conforman parte de una sucesión infinita donde un punto sigue a otro en medio del gran cilindro y el bucle que conforman el mundo y el universo.  Ello nos recuerda que hay más de un evento o historia condenado a repetirse: porque vida y muerte son, en gran medida, dos palabras enquistadas en profundas dimensiones espacio-temporales. Una maravilla, sin duda, que no dejará de asombrarnos. Porque algunos de estos fenómenos estarán forzados a repetirse, de manera infinita. Quizá ab immemorabili y hasta el fin de los tiempos.

Ab immemorabili y hasta el fin de los tiempos.

Ab immemorabili.