Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

Un breve retrato familiar / Roberto Coria

Autor: Roberto Coria 

Octubre 2023 

 

 

 De su libro “Escribir el crimen, una guía para dar verosimilitud a un relato policial”, publicado por Nitro/Press y la Dirección de Publicaciones del Estado de Puebla, extraemos estos dos capítulos.

 

Mi abuelo materno se llamaba Antonio Monter Núñez. Fue Perito en Criminalística de 1945 a 1975 en la entonces Dirección de Investigaciones (hoy Coordinación General de Servicios Periciales e Investigación Forense) de la Procuraduría General de Justicia del Distrito y Territorio Federales. Como escenario de sus andanzas tuvo una ciudad majestuosa y compleja, la de mayor concentración poblacional del país. La fotografía en la que lo presento (en la que siempre evoco al actor Arturo de Córdova), mientras buscaba indicios en una persiana en la escena de un crimen, data del inicio de los años cincuenta. La manera en que realizaba su trabajo es muy distinta hoy en día y es entendida por el público de forma romantizada y distorsionada gracias populares seriales de televisión que, en Estados Unidos, han elevado dramáticamente el número de estudiantes que aspiran a dedicarse a las ciencias forenses.

A mi abuelo le siguió mi madre Patricia, quien creo es la mejor Dactiloscopista de su generación y que prestó sus servicios en la misma institución durante 34 años de su vida. De ambos aprendí que la búsqueda de la justicia es más que una actividad remunerada: es una necesidad, un ideal por el que vale la pena luchar, una forma de vida.

En parte como heredero de la tradición familiar, pero en gran medida como requisito académico, ingresé a las filas de la Procuraduría de Justicia en el mes de septiembre de 1995. Fui Perito en Arte Forense —o Retrato Hablado, según el vulgo y la costumbre—. Acababa de cumplir 22 años de edad. Pude incorporar mi formación universitaria en el ámbito forense, a veces con cierto recelo de algunos de mis más experimentados colegas, obteniendo incontables satisfacciones en el camino. Aunque todo esto me fascinaba, faltaba algo. Casi paralelamente, me entregué a la enseñanza de mis placeres elementales (la literatura de horror y fantasía) como una suerte de refugio y comencé a dar clases de la disciplina en la que se desarrollaron mis ancestros. Formé parte activa en la investigación de centenares de delitos como robos (con y sin violencia), una espectacular evasión de reos en el Reclusorio Preventivo Oriente, fraudes, secuestros, violaciones y homicidios en todas sus modalidades. Vi mucho dolor y correr demasiada sangre, toda inútilmente. También viví —o sobreviví- el cambio de varios Gobiernos y la transición del Sistema de Justicia Penal. El 31 de julio de 2017, casi 22 años después, dejé de laborar en ese medio. Fui elegible para pensionarme por la esclerosis múltiple que me fue diagnosticada en 2010. No me fui por las razones que deseaba —me visualizaba más encanecido y llegando a la edad de jubilación-, pero llegó el momento de ver por mi salud y tranquilidad. Soy el último Monter en dedicarse a la investigación de los crímenes, pues no tengo descendientes y ninguno de mis consanguíneos piensa dedicarse a la actividad. Y aunque eso añade al hecho un dejo de nostalgia, adopto la filosofía de Batman cuando decidió retirarse en el desenlace de El regreso del Caballero Oscuro (Frank Miller, 1986): “Esta será una buena vida”. El presente trabajo significa algo muy importante para mí: es el final de una época y el inicio de otra. Tiene en sus manos el testimonio de ello.

Inocente hasta que se demuestre lo contrario

En 1812, el abogado —luego político y juez— inglés William Garrow (1760-1840) fue nombrado Caballero del Imperio por sus aportaciones —directas e indirectas— al Sistema de Justicia de su país. La más importante de todas permea hasta nuestros días en muchos países del orbe: la idea que da título a este capítulo.

Al igual que sucede a muchos ámbitos, las personas no tienen la mejor opinión ni confianza en la Justicia mexicana. Documentales como Presunto culpable (Roberto Hernández y Geoffrey Smith, 2008) exhiben el viejo sistema inquisitivo, parcial, escrito, secreto, no contradictorio y cuyo veredicto podía demorar años. Ese modelo es responsable de que miles de personas —en todo el país— se encuentren confinadas en la cárcel por crímenes que no cometieron. Eso es algo más indignante que un criminal que se sale con la suya y camina impunemente por la calle.

Ahora las cosas son distintas. Compromisos y acuerdos internacionales hicieron que en 2016 —cosa dispuesta 8 años atrás— el país reformara su Sistema de Justicia hacia uno adversarial, regido por los principios de publicidad (que debe ser público), continuidad (pues debe celebrarse ininterrumpidamente), contradicción (debe haber un debate entre la parte ofendida y la presuntamente culpable, a través de un interrogatorio y contra interrogatorio), concentración (todos los involucrados deben estar presentes en la audiencia) e inmediación (el Juez debe resolver inmediatamente la situación legal del inculpado, dictar una Sentencia), todo en un estricto cumplimiento de los Derechos Humanos. Se les conoce como Juicios Orales. Eso por sí solo es un avance: lo que antes podía tardar años ahora puede resolverse en un par de semanas. Siempre recalco a mis pares que era muy fácil ser Perito en el viejo Sistema: elaborabas un dictamen, lo entregabas—al Ministerio Público o al abogado del defendido si prestabas tus servicios de manera particular— y acaso asistías a Juntas de Peritos o Audiencia con Perito tercero en discordia si la solicitaba el Juez. Hoy las cosas son distintas. Cuenta el dictamen, pero importa más lo que digas en la Audiencia de Juicio Oral. A diferencia el viejo Sistema, los testimonios y demás Pruebas no quedan solamente en papel: deben ser desahogadas por quienes los emiten durante la Audiencia de Juicio Oral. Sólo así serán válidos.

El Artículo 20 de nuestra Constitución Política es muy claro: “El proceso penal será acusatorio y oral”. Y remata la idea en su Fracción III: “Para los efectos de la sentencia sólo se considerarán como prueba aquellas que hayan sido desahogadas en la Audiencia de Juicio”. También lo ordena el Artículo 358 del Código Nacional de Procedimientos Penales: “La prueba que hubiere de servir de base a la sentencia deberá desahogarse durante la audiencia de debate de juicio”. Por eso el compromiso de todos los involucrados se vuelve fundamental. La mayoría de las personas no están acostumbradas a hablar en público, mucho menos que se les cuestione abierta —y hasta agresivamente— sobre su razonamiento. Por eso la oralidad es precisamente el principal reto en el nuevo Sistema.

Las salas de audiencia de Juicio Oral son amplios espacios que cuentan con al menos 30 asientos (para dar cabida a público en general y medios de comunicación), separados por una barandilla de división con lugares para la parte ofendida (el Ministerio Público), la defensora (el abogado defensor del imputado, quien tiene el derecho a conocer las Pruebas presentadas en su contra), el testigo en turno, el Encargado de Sala y los jueces (son tres y es conocido como Tribunal de Enjuiciamiento). Todas sus actuaciones son grabadas por 5 cámaras y cuenta con una pantalla LCD de 50 pulgadas, donde pueden exhibirse imágenes y demás materiales (previamente aceptados como Prueba en una Etapa Intermedia del Juicio) útiles para las partes en la exposición de sus casos. Cuenta en el fondo con una Sala de Deliberaciones, donde los jueces formularán su Sentencia. Estará siempre presente un Policía Procesal, quien estará encargado de mantener el control, la vigilancia y el orden. Habrán salas alternas destinadas a los testigos (hay algunas exclusivas para Peritos), donde aguardarán a ser llamados para rendir su declaración.

Muchos podrán mantener el escepticismo. Otras naciones latinoamericanas donde fue instaurado este Sistema, desde el año 2004, reportan la tardanza en que comenzó a funcionar satisfactoriamente. De nueva cuenta, toda primera vez es dolosa. Sin embargo puedo decir que veo esta nueva etapa con esperanza. Vi cómo las cosas funcionan en la realidad.

Fui parte de los más de dos mil peritos que laboran en la Coordinación General de Investigación Forense y Servicios Periciales de la Procuraduría General de Justicia de la ciudad donde nací, que cotidianamente proporcionan elementos científicos para que el Ministerio Público establezca la probable responsabilidad de una persona en un hecho delictivo. En resumidas cuentas y en un sentido romántico, eso ayuda a que los malos reciban su merecido. Aunque a lo largo de los años tuve múltiples satisfacciones, todas fueron victorias vacías: nada resarce a una persona a la que han robado todos sus bienes, cura las cicatrices físicas y mentales a una mujer a la que han agredido sexualmente o devuelve a una madre a su hijo muerto. En el marco del nuevo Sistema, por primera vez en mis primeros 16 años de servicio, tuve el privilegio de ayudar a una persona inocente.

En septiembre de 2010 mis superiores me indicaron que una personalidad iba a solicitar mi experticia como Perito en Arte Forense. Era Rodolfo Félix Cárdenas, antiguo Procurador de Justicia de la Ciudad de México. Ya como litigante privado, asumió la defensa de Silvano Tapia González de 68 años, albañil de la extracción más humilde, oriundo de Huajuapan de León, Oaxaca, quien había sido apresado por un delito que no cometió. Félix Cárdenas y su equipo se involucraron ad honorem y pro bono (por honor y para el bien público, como dicen los abogados) y reunieron a un equipo de expertos en Criminalística, Criminología, Medicina Forense, Psicología, Topografía, Antropología Social y mi especialidad para establecer la inocencia de su defendido. Y si la ciencia respaldaba, sin la menor duda, lo que la defensa exponía, el sentido común era doblemente contundente. Silvano enfrentaba una injusticia indignante, lo peor de un sistema decadente. Era un “chivo expiatorio”. Una persona —seguramente pensaban sus acusadores— que no valía un centavo y a la que podían victimizar sin que éste tuviera recursos para defenderse. Pero no fue así. Además de una defensa de primera, tuvo siempre el respaldo de su familia y su comunidad.

A lo largo de un juicio que duró 8 días, la defensa demostró más allá de cualquier cuestionamiento la inocencia de Silvano. Todo el proceso representó lo peor y lo mejor del medio legal. El veredicto era previsible.

Tras dictarse su liberación inmediata, luego de una pesadilla de 14 meses (porque no siempre se cumple lo enseñado por Sir Wiliam Garrow), Silvano pudo dormir en su cama, bajo su techo, rodeado de los suyos. Lo que viví me obligó a preguntarme, no sin sentirme sobrecogido, cuántos casos similares existen actualmente en nuestro país. Desgraciadamente este no es un mundo ideal, lo vuelvo a decir. Para sobrevivir, debes aferrarte a lo bueno. Nunca será suficiente, pero son las pequeñas victorias las que animan a seguir adelante. “Quien salva una vida, salva al mundo entero”, dice el Talmud. Por lo que a esto respecta, la justicia quedó servida. Caso cerrado.

Roberto Coria (Ciudad de México, 1973). Es investigador en Literatura y Cine de Horror y Fantasía. Licenciado en Diseño Gráfico por la Facultad de Artes y Diseño de la Universidad Nacional Autónoma de México. Imparte desde 1998 cursos, talleres, ciclos de cine y conferencias de estos temas en diversas casas académicas. Es asesor literario del Festival Internacional de Cine Fantástico y de Terror “Mórbido”.  Es miembro de la compañía Teatro Gótico. Coescribió las obras de teatro “Yo es otro (Sinceramente suyo, Henry Jekyll)” y “De niños y otros horrores” y es autor de “El hombre que fue Drácula”, “La noche que murió Poe”, “Renfield, el apóstol de Drácula” y “La verdad sobre el caso del Sr. Haigh”. Fue co-conductor del podcast “Testigos del Crimen” y es co-conductor del programa de radio “Horroris causa”. Coordina, junto con el Dr. Vicente Quirarte, las Jornadas de Literatura de Horror de la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería. Fue coordinador del encuentro internacional de narrativa gráfica “Felices 80, Batman” para la UNAM. Co coordinó el libro “Cómics, miradas desde el Arte y la Ciencia” editado por el Consejo de Ciencia y Tecnología del Estado de Puebla. De su libro “Escribir el crimen, una guía para dar verosimilitud a un relato policial”, publicado por Nitro/Press y la Dirección de Publicaciones del Estado de Puebla, extraemos estos dos capítulos.