Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

Tres sonetos a los difuntos

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Tres sonetos a los difuntos

Por Ricardo Stern

16 Enero 2020

1

Mudos, incomprensibles, mis hermanos,

ay, vosotros, difuntos elocuentes,

incluso afónicos, seguís cercanos,

e incluso muertos, siempre estáis presentes.

Que, descartando esa abstracción antigua,

la muerte misma no es sino el conjunto

–y en eso sois la muerte tan contigua–

de todo lo que está seco y difunto.

Como mis días, elocuentes muertos,

muertos que habláis, callados, del futuro;

mis días son erráticos desiertos,

siempre avanzando a vuestro mundo oscuro.

Difuntos, sois reflejo de mi suerte,

pues miro ya en mi espejo vuestra muerte.

 

2

Seríais, muertos, si pudiera darse,

de la nada personificación,

pero no puede personificarse

la nada misma, por definición.

Persona no es silencio, es la sonrisa,

la palabra, el estilo, a veces cáscara.

Vosotros sois, en cambio, cueva omisa

y aquella otra sonrisa, ya sin máscara.

Así, es vuestro dolor que no se siente

extraña, profundísima incoherencia.

Dolor es sensación, precisamente,

mas no lo hay de más grande virulencia,

que el que no sentiréis, broza callada,

de ser personificación de nada.

 

3

Reconciliémonos, hermanos míos,

difuntos compañeros de suplicio,

que al cabo llegarán todos los ríos

de la existencia al mismo precipicio.

Algunas vidas son un dulce cuento,

y otras son una tumba o un martirio.

Algunas marchan rápido, otras lento,

pero siempre a la muerte, en su delirio.

Yo os he admirado en muchas formas, muertos,

y os he temido a veces, como cuando,

por ejemplo, vagando en mis desiertos,

me quedo entre vosotros deambulando.

Reconciliémonos mejor, por eso.

Mejor ser vuestro amigo a vuestro preso.