Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

Transporte público

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Por Jonatan Frías

16 Mayo 2020 

Subirse a un camión o a cualquiera de las modalidades del transporte público tiene algo ya de tragedia griega. Si uno pudiera ver desde lo alto el entramado laberinto de sus rutas, fácilmente podría pensar que se encuentren Minos en la antigua Creta. Eso sin contar no nada más a uno, sino a cientos de embravecidos minotauros que operan estos armatostes y que embisten todo lo que está a su paso.

Pero este es quizá el menor de nuestros problemas. Si se está en la Ciudad de México, lo más seguro es que lo asalten y con lujo de violencia, nomás porque sí; ah, pero con permiso de la virgen de Guadalupe, que les perdona por todo. Si está en otro lugar, lo más probable es que no llegue el pinche camión y si lo hace, entrará en un segundo laberinto: uno hecho de tiempo. ¿Cómo es posible que estas madres logren hacer un trayecto de 35 minutos en más de una hora o al contrario, uno de 45 minutos en 15. Einstein se quedaría pendejo de ver como la relatividad se demuestra en cada viaje.

otro de los problemas radica en la baraja de personajes que te pueden tocar como compañeros de asiento. Siempre puede ocurrir que te toque uno silencioso, pero por lo general te toca uno al que le importa una mierda que lleves un libro abierto frente a la cara en claro signo de lectura o los audífonos puestos a todo volumen, o ambos, qué carajo, igual le valdrá madre y comenzará a contarte porque cree que su marido la engaña con la güera gorda de la tienda o por qué no, con su compadre. Esto lo sabe porque el compadre se lo contó mientras se le daba, bueno eso no importa.

También te puede tocar un niño que te babee o te embarre de paleta, pero eso no es tan malo como la cagada que te pondrá su mamá por siquiera voltear a verlo o, en su caso, te puede tocar una de esas personas que han tenido una jornada tan larga, que no encuentran mayor ni mejor reposo que quedarse dormidos en tu hombro, y que arda Troya si se te ocurre moverte, aunque tu bajada haya quedado atrás hace siete cuadras.

También puede ser que un día plenas 6:20 de la mañana y con el camión o el vagón del metro reventar, alguien: ¿quién? imposible saberlo, decide aprovechar el inmenso anonimato queda la masa y se tira un pedo bien añejado, macerado y caliente, con la suficiente consistencia y textura para que uno pueda deducir la consistencia de su ensamble: dos huevos duros, dos tacos de frijoles refritos, una pieza de pollo de KFC que quedó de la noche anterior, todo bajado con un par de tazas de café soluble marca Legal. Ni el pinche detective Poirot podría averiguar quién fue.

De los primeros problemas se sale bien librado viajando de pie. Con suficiente experiencia uno puede leer con el libro en una mano y la otra en el tubo superior o inferior, depende de su altura. De la segunda se podría salir subiéndose al camión con una máscara antigás, pero seamos francos, en estas circunstancias de contingencias, subirse al camión o al metro enfundados con una máscara, como si fuera a una trinchera de la Primera Guerra Mundial en lugar de al mercado, lo único que provocaría sería que te bajaran a punta de madrazos de ahí. Eso o logras que todos te dan sus pertenencias. En cuyo caso, tendrías que bajarte necesariamente en la primera parada y no en tu destino.

Nada qué hacer. El transporte público en Mexico hace ver el mundo de Mad Max, como esos fraccionamientos gringos en donde todos sonríen y el pasto de cada casa es más verde que el anterior.

Otro de los aspectos verdaderamente molestos de viajar en transporte público, aunque el menos frecuente, eso hay que decirlo, es que las rutas son flexibles y se ajustan a las necesidades del conductor. No sólo en las rutas, también los espacios dentro del camión están sujetos a las necesidades de quien lo conduce. Por ejemplo, es sabido por todos que el primer asiento a la izquierda cuando uno aborda una de las unidades, está dispuesto y preparado para la novia del chofer. No importa que no vaya ella en ese momento. No importa incluso si la novia del chofer no viajará ese día: ese asiento no se toca. Aunque seas una mujer embarazada, aunque seas un anciano, aunque seas una persona discapacitada: ese asiento no se toca. También puede ser que enfrente del camión donde suele estar la caja del dinero, esté en ese momento ocupado por uno de los amigos del chofer, que ese día la hará de cobrador. No se te ocurra subirte a un camión con un billete de una denominación superior a los 20 pesos, porque entonces sí que nadie estará seguro de que el cambio que recibas sea el correcto y si es superior a los 100 pesos, joder, no sólo recibirás una mentada de madre, sino que es posible que te bajen en ese momento a punta de patadas. Es decir,  que si bien el dinero es lo que manda en el mundo normal, en el transporte público lo que manda y eso queda claro: es el chofer.

Si tienen que hacer algo afuera de su casa, anden, vayan, pero después no anden chillando que no se les advirtió con qué clase de monstruos mitológicos se iban a encontrar. Yo suficiente hago con advertirles y ya me voy, ahí viene mi camión y ahora me tocará viajar colgado de la puerta, malabarenado las dos bolsas de mandado y la pinche paleta Magnum con almendras que me compré en el Oxxo. Cámara.