Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

Susurros

Autora: Lizeth Jacqueline Gutiérrez Pérez

Febrero 2022

 

Él movió un poco los hombros y estiró la espalda, esperó unos momentos por si ella se movía, pero se mantuvo quieta, derrumbada. Se sentó, apartó las sábanas de su cuerpo con un movimiento controlado, se levantó. Paseó unos segundos por la habitación por si ella notaba su ausencia y se despertaba. Tomó la silla que estaba en la esquina y la colocó frente a su esposa. Se sentó, puso los codos en sus rodillas y recargó la barbilla en sus manos. Comenzó a susurrar.

– ¿Recuerdas cuando fuimos a aquella exposición hace unas semanas? Te dije que era una exhibición de arte moderno de un nuevo artista independiente, no puedo creer que lo creyeras, aunque yo también lo hubiera creído, los estropajos que tenían esas muñecas eran… ya sabes, interesantes, coloridos y eso. El punto es que no solo es un artista, también es alguna clase de inventor-comerciante, que hace no tanto vendía muñecas extrañas, bastante realistas, pero algo escalofriantes.

Pasaba junto a ese edificio casi todos los días de regreso a casa y podía sentir unos ojos artificiales enfocándome hasta la siguiente esquina, me hacía sentir bastante… indefenso; odiaba sentir eso, sobre todo porque nunca me atreví a regresarle la mirada a ninguna de ellas. Es por eso que quise ir a la exhibición, me di a mí mismo la misión de mirar a todas a los ojos… y lo hice.

Ya sé, estás muy orgullosa de mí, yo también lo estoy.

Antes de salir, un hombre me dio una tarjeta con el número de la tienda, decía Conozca a Hortensia, de inmediato pensé en las flores, pero yo sabía que hablaba de una muñeca con alguna característica nueva o especial, me convencí de mi ignorancia y me puse el saco de un hombre estúpido, así que llamé para disipar mi duda inexistente: ¿Qué era una Hortensia? Resulta que es simplemente una muñeca, pero que tiene un calor casi humano, solo tienes que ponerle un poco de agua caliente; lo más impresionante es que tiene… Adivina… ¿No?… Tiene una vagina. JA. Una vagina, un ano, senos y pezones. ¿Puedes creerlo? ¿A quién se le ocurriría algo así? Pensé que era una estupidez…

Pedí una, dos días después. No te molestes. En realidad, me pareció una buena idea, así podría evitarme todos esos… ya sabes… inconvenientes.

La trajeron ayer por la mañana, pagué un poco más para que la entregaran antes, sabía que irías con tu hermana y quise usar ese día para poder estar solo con ella, me dijeron que podría llamarla como quisiera, que eso haría mejor la experiencia, así que la llamé Isabela, espero que algún día puedas conocerla.

Sé que mueres por saber cómo fue tener sexo con ella y si se sintió diferente. Te lo diré solo porque te amo.

Al principio me sentí extraño, no creí que pudiera tener una erección con una muñeca, no había tenido una experiencia así antes, pero era tan realista. Me obligué a intentarlo, había gastado mucho dinero como para no usarla, así que comencé a besarla, tenía un calor un poco más elevado de lo natural, pero eso no me desagradó, en realidad, comenzó a excitarme, era algo que no esperaba. Le mordí los labios con mucha fuerza, no temía que gritara o que se apartara, solo me arriesgaba a romperla, pero eso no importo una vez que mi pene estuvo erecto. Le mordí y succioné el cuello esperando provocar algún quejido, pero obviamente eso no sucedió. Podría enviar una carta de sugerencias mañana. Apreté sus senos enterrando mis uñas mientras la seguía besando, sus pezones estaban erectos, los pellizqué. Tenía un poco de miedo de bajar a la vulva, si tenía una forma extraña seguramente me hubiera detenido, pero era perfecta, como una vulva debería de ser ¿Me entiendes? Era rosada, con los dos pares de labios simétricos, cada cosa estaba en su lugar, metí mis dedos en la vagina de Isabela para no llevarme sorpresas, era incluso más caliente que su boca, con una perfecta lubricación. Aún tenía mis dudas, así que solo metí el glande y esperé unos segundos, planeaba esperar un poco más, pero estaba ansioso de seguir, entonces metí mi pene completo en su vagina, lo saqué y volví a meterlo una y otra vez. Se me para solo de recordarlo. Se sentía completamente natural y ella tenía el peso adecuado para no tener que sostenerla demasiado. La puse boca abajo y la penetré por el ano, se sintió bastante similar a la sensación de la vagina, pero me gustaba apretar sus nalgas mientras metía y sacaba mi pene, así que seguí en esa posición. Eyaculé ahí, en su ano, pero no supe si debía limpiarla o no. Así que la deje así. Me puse el pantalón y fui a desayunar.

 Unas horas después solo la metí bajo la cama. No he tenido la oportunidad de volver a usarla.

Fue la mejor compra que he hecho, aunque tiene sus fallas… Me pregunto si tu aceptarías fingir que eres Isabela alguna vez. Pero no puedo pedírtelo sin decirte que compré a Isabela. No lo tomarías bien.

No estás para saberlo, pero mi erección aún no cede. Masturbarme en la misma habitación que tú y que Isabela sería un verdadero desperdicio. ¿Será que puedo usarla sin despertarte?

Ella se despierta, parpadea un par de veces adormilada.

– ¿Qué haces ahí sentado?

-Nada

. ¿Nada?

-Nada, mi amor. Solo me gusta observarte dormir.

 

 

 

 

 

 

Lizeth Jacqueline Gutiérrez Pérez nació en el Estado de México el 25 de enero de 2003. Cursó el específico de literatura en el Centro de Educación Artística Frida Kahlo. Presentó su trabajo junto con otros compañeros en el Centro de Creación Literaria Xavier Villaurrutia. Publicó en las revistas Glycis y Zaraguato en la que fue parte del comité editorial. Tuvo mención de publicación en el Concurso literario Biblioteca Popular del Paraná (2020).

Actualmente estudia la Licenciatura en Escritura Creativa y Literatura en la Universidad del Claustro de Sor Juana. Fue parte del “Taller de cuento insólito (trastocar la realidad con la escritura)” en la misma universidad, impartido por Alejandro Paniagua.