Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

Sin cuenta regresiva

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Por: Gina Goldfeder

16 Julio 2020

DÍA 1

Extraño las mariposas. Hoy me levanté tratando de recordar cuándo había sido la última vez que las vi de cerca. Fue en una exposición dentro de un parque de diversiones, instalaron una carpa con una red que rodeaba el espacio para que las mariposas no se pudieran salir. Había música clásica de fondo y sus alas se movían al mismo ritmo de las notas.

Mientras mi esposo y mis dos hijos me esperaban afuera de la carpa, sudorosos, con el sol encima de sus rostros evidenciando la incomodidad, yo me encontraba en aquel santuario.

Caminé lentamente y observé las plantas, todas verdes, con diversos colores en movimiento, luego avancé hacia el área central donde se encontraban las crisálidas colgadas de pequeñas ramas. Los caparazones eran conos que parecían ser infinitos por las pequeñísimas líneas espirales, que tenían marcadas sobre su piel.

Me detuve por unos minutos, y pensé en el encierro del capullo que contiene al insecto para promover su desarrollo. Un encierro de metamorfosis. La transformación de larva a mariposa.

La magia de este ser, colapsó en círculos concéntricos hasta aterrizar en mi corazón, y los mensajes de fugacidad, transformación inesperada y la libertad inherente, se fundieron en mi mente dejando una imagen que no aparece en el diccionario.

No imaginaba siquiera que la cuenta regresiva había comenzado: ¿debía haber prestado más atención?, ¿hubiera prolongado mi visita dentro del mariposario? No lo sabía. Nadie lo sabe. Desconocemos aquel instante en el que el tiempo da vuelta y va de regreso hacia la añoranza de ese presente que se nos ha escapado sin darnos cuenta.

Algo nuevo estaba iniciando también: una fecha sin caducidad. De pronto, la incertidumbre adolescente, le daría rienda suelta al caos.

Regresamos de ese “viaje de despedida”, de los parques temáticos y de mi comunidad de mariposas, directo al confinamiento del capullo.

Siento una extraña gratitud por eso. La generosidad del universo me había regalado un recordatorio, un evento que marcaría el inicio de la espera ansiosa de volver a ver a una mariposa.

Ojalá y pudiera tener la precisión de la NASA, que usa la cuenta regresiva para la preparación y la anticipación del lanzamiento de un cohete, o la predisposición del encuentro de un cometa, para poder estar alerta de lo irrepetible.

Hoy me asomé por la ventana y no tuve suerte.

 

 

 

 

 

 

DÍA 2

 

El confinamiento tiene sus bendiciones. Hoy ha sucedido un milagro: he sido testigo de un día sin cuenta regresiva.

El presente se ha vuelto la evidencia inmediata de la vida como sucede, un relato que se escribe mientras se respira y sin correcciones, un calendario sin fechas, ni meses, en el que cualquier día no se le parece a ningún otro.

Han dejado de existir los nombres de los días de la semana y en mi nuevo reloj interno, una nomenclatura distinta ha surgido: “este día”, “aquel día”, “el otro día”, “el próximo día” y “algún día”.

Es curioso cómo las palabras dejan de tener sentido cuando algo mucho mayor se antepone a ellas, así que no importa si es lunes o viernes, cuando el evento relevante es estar vivo, si es martes o jueves, cuando hay que estar pendiente de no dejar escapar una sonrisa, si es miércoles o sábado, cuando el gesto amoroso de un niño, brota de su corazón.

“Este día”, fue maravilloso, mi hija pequeña decidió festejar la conmemoración del aniversario, en el que mi esposo y yo cumplimos veinte años de casados.

Convirtió el comedor en un restaurant italiano, lo decoró con tiras de corazones que colgaban del candil, mensajes ocultos bajo los platos, música romántica de fondo y un menú escrito por ella, con bellísimas faltas de ortografía.

“Benditas faltas de ortografía”, pensé. Habían logrado cambiar nuevamente la nomenclatura dentro de mi reloj interno: “El arroz, es arroz, pero el arroz de mi hija, es el más tierno del mundo entero”.

La ortografía sirve para justificar una correcta escritura, pero cuando se trata de la expresión amorosa de una niña de diez años, las reglas y convenciones que rigen el sistema de la palabra escrita, hacen su acepción… y excepción.

El tiempo se detuvo en una mordida de un emparedado de queso, y una inmensa gratitud invadió mis papilas gustativas. Imaginé, sin perderme del momento presente, un mundo sin cuentas regresivas, en el que no tuviéramos que sobrevivir, ni esperar a que la conciencia toque a nuestras puertas, ni transitar por duelos, ni pagar altas cuotas de deudas narcisistas.

Y estábamos ahí, en “este día” y no en ningún otro, reunidos en la mesa, escuchando música sin tiempo ni espacio, hablando de historias e imaginando que lo inimaginable vestido de pandemia, nunca llegaría, y que no existía la nostalgia de otros tiempos, ni la espera de un mejor mañana.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

DÍA 3

 

No existe nada que me provoque más placer que planear un viaje, anticipar cada uno de los detalles y rezar a manera de mantra, la cuenta regresiva hacia la fecha de partida. Es un hábito al que me acostumbré desde mi juventud y que me carga de adrenalina para sobrellevar la monotonía de la realidad.

Para mí, la rutina me parece insípida y sin personalidad. Vivir lo mismo cada día, es morirse en vida.

He viajado lo suficiente como para comprender que somos la partícula más pequeña de la existencia. He viajado para recordar que habitamos en un mundo tan amplio, que nuestros dramas son pequeños. He viajado para reencarnar en países lejanos, para cambiarme el nombre y el pasado, por la curiosidad de saber hasta dónde llega la longitud de mi libertad, viajo por el placer de ser impredecible, por el asombro que evoca el cambio permanente y para renacer en el instante viajero. Por la fugacidad de la belleza y algunos trozos de memoria, por ser en todo y en nada, para encontrar almas gemelas de dialectos convexos que me transportan a todas mis versiones posibles.

He viajado para descubrir voces en cada callejón y en cada museo, en una fuente, en un parque y en un escaparate. Para oler las ciudades y sentir el ánimo de su clima sobre mis mejillas, para hablar con los árboles y compartir secretos con las olas, para enamorarme por primera vez, todas las veces, y para sentir que cada lugar es mi favorito, el más sublime y luego cambiar de opinión en el siguiente destino.

He viajado porque amo el silencio. Viajo para hablar conmigo y reconocer mi verdadera voz. Para inspirar a otros a desafiar sus miedos.

Así que el calendario de mi vida está agendado en relación al antes y después de un viaje, lo que sucede en ese intermedio, es un trámite lleno de obligaciones como esposa, madre y terapeuta, que me permiten postularme como un ser confiable dentro de la sociedad.

Si el lenguaje de mi alma se pudiera traducir en un texto, sería el listado de destinos con fechas, número de vuelos, reservaciones de hoteles, restaurantes y museos, la investigación de eventos culturales y gastronómicos de cada lugar, obras de teatro y ferias de libros.

Llevo varios días postergando algo, no sé exactamente cuánto tiempo ha pasado porque he dejado de contarlo. Debo cancelar mis viajes de este año y poner en pausa el lenguaje de mi alma.

Comenzar la cuenta regresiva de la añoranza, internarme en un conteo perdido entre las nubes, sin destino, ni fecha agendada.

Necesito comenzar a viajar en mis sueños.

 

 

 

 

 

 

 

 

DÍA 4

 

Mi pequeña ya no puede dormir por las noches. Lo hemos intentado todo: meditación, música espiritual, rezos, abrazos que contengan su llanto… y nada. La realidad de un mundo incierto que promete lo irremediable, le ha quitado el sueño.

Sus pesadillas recorren sus duelos: los compañeritos del colegio a los que piensa que no volverá a ver, la pista de hielo, en la que no ha podido patinar y sentirse libre sobre aquella superficie fría de cielo blanco. Un enemigo oculto e invisible que acecha en el aire, se esconde entre las sábanas, dándole la sensación de que puede enfermarse.

Ella ya no duerme tranquila, ya no se siente segura. No sabe descifrar esta nueva tierra, pero intuye que es peligrosa.

Me ha pedido que no la deje dormir sola por las noches: “mami, cuando todo está muy callado y oscuro, mis pensamientos gritan asustados, diciéndome algo está muy mal y que tal vez esto nunca termine”.

La escucho y siento algo que se le parece a un impacto de bala sobre mi piel. Por mi mente corre la cuenta regresiva hacia aquel instante en el que parecía que teníamos una existencia sin peligro a la extinción.

¿Cómo le explico que es verdadero ese terror que percibe? ¿cómo le digo, a su temprana edad, que la vida nunca volverá a ser la misma? me quedo callada.

En condiciones “normales” no le hubiera permitido dormir en mi cama, como psicóloga sé, que para el sano desarrollo de un pequeño, es importante delimitar sus espacios para promover su independencia y seguridad básica. Pero la normalidad, ya es historia, y las normas de salud emocional, se han puesto de cabeza.

Así que me importa muy poco mi acervo científico y profesional y lo único que deseo es atenuar el sufrimiento de mi hija.

En silencio, la siento sobre mis piernas, recargo su cabecita sobre mi pecho y sus extremidades las rodeo con mis brazos, ella se hace bolita y mi cuerpo forma su caparazón.

Entre lágrimas y suspiros, me dice que la perdone por no poder controlar sus emociones, “no tienes que pedir una disculpa por darte cuenta de lo que ocurre”, yo le susurro al oído. Ella sonríe sólo un poco y me dice que se siente afortunada de que yo sea su madre. Le reitero, como es costumbre, que la fortuna es mía.

Logramos entrar entonces, al espacio sagrado de las bendiciones, poco a poco nos deslizamos hacia la gratitud. Regresamos en el tiempo a los recuerdos, y nos alegramos.

Ocurre la magia, y de pronto, el presente es lo único que nos importa.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

DÍA 5

 

Trato de recordar y me atormenta el olvido. Un pensamiento rumiante corre en círculos, sobre su mismo eje, sin llegar a encontrar ese último beso que nos dimos.

¿Por qué nunca sabemos cuando serán las despedidas?

Tu voz se ha adelgazado en mis recuerdos oníricos y la tristeza se quedó atorada en un segunda nada memorable.

Ser amantes nos duro tan poco.

Mis fantasías regresan al momento de nuestra despedida que no tuvimos.

He llenado de hubieras los huecos, y de palabras, los silencios.

¿Cuántas historias inconclusas, dejó huérfanas, esta pandemia?

La lejanía se ha ampliado en su esencia, ya no refleja distancia, ni tiempo, sino el amor pausado del hubiera.

El encierro me ha regalado cuestionamientos.

¿El aislamiento obligado tendrá un plan oculto?, ¿La pasión tendrá fecha de caducidad dentro de la existencia?

He tenido mucho tiempo para pensar. He leído las cartas de amores pasados, no importa si fueron efímeros o prolongados, todos me dieron a sensación de ser eternos.

Me resisto a hablar del encuentro en pasado, de regresar a un atardecer por una fotografía, de poner entre la vida y la muerte, un abrazo.