Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

Samovar o la desaparición de los rituales

Por Iván Vázquez

Noviembre 2023

I

Comunidad, comensalidad. No hay más: el ser humano se hizo sociable cuando descubrió el fuego, prendió una fogata y relató una historia en la crepitación de la noche, hace muchos siglos. En nuestros orígenes se repartía el alimento como se repartían las palabras. Quizá en la comensalidad está el inicio de la cultura y la comunidad, pero también aparece algo singular: el placer de estar sentados juntos compartiendo palabras es una forma de celebración de la vida. Sentarse es sentirse, porque en la quietud aparece el arte de la contemplación, el stop necesario para poner en orden el sentido del día a día. Ante ello, la vida deja de medirse en términos de trabajo y rendimiento para transformarse en rito, acto o ceremonia.

            Hoy atravesamos un ritmo de existencia frenético, con su dosis de rapidez o inmediatez. El fetiche de nuestra sociedad es la velocidad, por eso un ciego activismo produce una sensación de falsa positividad: ser dinámicos, acumular amores, viajar por todos lados, apilar excesos o aglomerar excitaciones son condiciones constitutivas del sujeto moderno. Sin embargo, considero que todo eso está sobrevalorado. Hace mucho tiempo Epicuro, el filósofo del placer o el hedonismo, pensaba que existían dos tipos de placeres: cinéticos y catasténicos. Los primeros arrojaban a los individuos a acumular experiencias, a condición de estar siempre en movimiento para alcanzar como a dé lugar deseos sin descanso alguno. A contrapelo, los segundos exigían una inmovilidad del cuerpo y alma porque sólo en la parsimonia aparecía un sentido de gozo o alegría por vivir. Con ahínco, Epicuro recomendaba cultivar los segundos, y no estaría mal regresar a las viejas enseñanzas del maestro. Por eso, cuando el Samovar de Ethel Krauze se enciende y comienzan a bullir los recuerdos de Anna, Modesta y Lena a la intemperie del té, se detiene el tiempo y empieza a suspenderse la vida de los personajes. Esa especie de inactividad, contemplación o quietud es una forma de placer, porque estar sentado en torno a una mesa bien servida es festejo, lugar donde se saborea y comparte el dulce, y a veces amargo, bocado de la vida. Entonces, los personajes se liberan de sus quehaceres atosigantes y excitan la fantasía de la conversación, la sal de sobremesa: cualquier detalle es el picaporte al universo donde nos sumergimos cada miércoles… De pronto, estamos en otra parte, en otro tiempo. Por ello, Samovar es un libro de instrucción o iniciación, porque nos recuerda que entre los grandes progresos de la humanidad yace encontrar un espacio contemplativo en la charla comensal, con tal de contar placenteramente una historia verdadera, una narración, nuestro pan sagrado de cada día.

II

Una conexión, un pacto bajo las jacarandas, un miércoles y un samovar. Por donde los ojos pasan lectura, borbotean los símbolos a lo largo de la novela, escurren en cada hoja. El argumento novelístico no corresponde sólo a una simple ceremonia del té, porque el mismo té es una puerta que lleva a otro viaje, es el pretexto de un acto ritual que se repite permanentemente cada semana. Habría que entender que los ritos forjan una comunidad y sus repeticiones generan intensidad, frenesí, salida de sí mismo. Son procesos narrativos que no permiten ninguna aceleración: todos los elementos que intervienen en el acto son tratados con sumo respeto, tal como si se tratase de una ceremonia sacra. Por eso rebosan viandas, galletas, candelabros de plata, vajillas, terrones de azúcar y el negrísimo té que late en el paladar, porque en esas pequeñas cosas diarias el tiempo, la memoria y las palabras se empozan con contundencia. Así, los ritos desbordan símbolos porque su función es re-conocernos en ellos, es decir, a través del símbolo volvemos a conocer algo personal que habíamos olvidado por descuido. En Samovar, es evidente que Tatiana busca una identidad personal y cultural olvidada, por eso su bobe no es su pasado, es su futuro: llave de acceso a un reconocimiento íntimo y capital. Así, el rito exonera al yo de la carga angustiante de no reconocerse en alguien o en algo, trenza lo real a lo metafórico como salvamento, porque todas las generaciones tienen su tragedia, su naufragio y su samovar simbólico para rescatarse en esta vida. El símbolo es un brújula.

            Jordan Peterson piensa que sólo en las experiencias más dramáticas de caos es cuando la vida esta más desprovista de ritos, porque sin ellos no hay comunicación, vínculo, comunidad, hogar. Y es verdad. Por ello, ante una vida sin rumbo y pocas posibilidades de trazar un orden, Tatiana va en pos de encontrar un refugio al calor de un trío de mujeres excepcionales que lo han visto todo. Mujeres modernas en un tiempo antiguo, en cuyos recuerdos Tatiana se abisma para construir la imagen de su vida. Seamos claros y directos: sin ritos la vida está condenada fatalmente a encontrar salvación sólo en la cruel estocada de un criminal.

III

No es un secreto a voces que hoy atravesamos un cambio de sensibilidad. Nuestro peligro más latente es la destrucción o erosión del Otro. En consecuencia, tenemos un mundo hipernarcisista. ¿Estamos ante el fin de todo lo que conocíamos como sustento de lo humano: el amor, la compasión, el progreso, la comunicación, los valores? Quizá. No obstante, hay algo que puede ser tabla salvavidas: la confesión. María Zambrano decía que el acto de la confesión se suscita porque alguien ha perdido su centro y necesita recobrar la unidad. Sin embargo, ante una vida expuesta al cataclismo o la distopía, todavía flota el resabio de la reconversión en nuestro imaginario. Tatiana lo sabe: No, bobe, me falta mucho. Quiero conocer todo, de dónde vengo… Quiero saber de mis ancestros, tengo que conocer el pasado para entender el presente. Y el Eros la salva. Arrojarse de esa manera hacia el Otro es su elevación. El Otro la define, la proyecta hacia su reconversión. Una vez que todo ha pasado y que los miércoles llegan a su fin, Tatiana es empujada hacia días bienaventurados. Habrá perdido las lenguas de sus ancestros con la muerte de cada uno de ellos, pero también habrá ganado algo trascendente dentro de esa pesadumbre: el lenguaje de la supervivencia, que no es lo mismo que la lengua de la sobrevivencia. Definitivamente, confesarse es salvarse.

Confesión personal: ¿cuál es mi samovar?

 

 

 

 

Iván Vázquez (Puebla, México, 1985)

 

Poeta y ensayista. Ha publicado parte de su trabajo en revistas nacionales e internacionales como La Otra, Círculo de Poesía, Crítica, Graffylia, Periódico Poético UNAM, Cardenal Revista Literaria, Campo de plumas, Buenos Aires Poetry, Letralia, Leviatán, La Ubre Amarga, Anestesia, Revista Noche Laberinto, entre otras. Fue publicado en la antología de escritores jóvenes De cinco a siete, colección Alejandro Meneses (BUAP, México, 2010), e incluido en la antología Mexpoet. Muestra de poesía mexicana contemporánea (Altazor, Perú, 2019), selección a cargo del poeta Víctor Coral. Fue becario en la Residencia de Estudiantes en Madrid y en la Universidad de Alicante, España. En 2020, la editorial Buenos Aires Poetry publicó su primer libro: Cenizas mi deseo. Actualmente es catedrático de la Universidad de las Américas Puebla (UDLAP).

Ethel Krauze (Cd. de México, 1954)

Poeta, ensayista, narradora, dramaturga, comunicadora, tallerista. Hija de la filósofa Rosa Krauze y el médico Luis Kolteniuk. Cursó sus estudios de lengua y literatura hispánicas, la maestría en Letras Mexicanas y el doctorado en Literatura por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Tiempo después, fungió como conductora y guionista de los programas Cara al futuro transmitido por Canal Once y Para gente grande en Televisa. Suele colaborar en periódicos de circulación nacional como El Universal, Excélsior, El Sol de México, La Semana de Bellas Artes, Plural, Proceso, Unomasuno. Ha sido profesora, tallerista y maestra de tiempo completo en la Academia de Creación Literaria de la Universidad de la Ciudad de México; coordinadora de talleres literarios en el INBA, ISSSTE, Conaculta y CCH-Sur. Con ello, ha dedicado su vida a la difusión de la lectura y escritura. Es antologada, traducida y ampliamente reconocida a nivel nacional e internacional. Algunos de sus libros como Cómo acercarse a la poesía y “Mujer: escribir cambia tu vida. Orígenes, teoría y modelo” han sido fundamentales para entender y criticar nuestro tiempo actual, a través de la experiencia de sus talleristas que forjan historias que seguramente se quedaran en el gusto del público por mucho tiempo. Con ello, su labor profesional y el sentido de su vida ha sido el autodescubrimiento a través del trabajo con la Palabra.

Voz potente de la literatura mexicana, ha escrito más de cuarenta libros, en cuyos temas recorre la historia de México, la inclusión o el género en disputa, la violencia de género, la guerra contra el narcotráfico, el erotismo, el deseo, la sensualidad, el amor filial, la infidelidad, la soledad, el vació consumista, la filosofía. Cabe mencionar que, su novela Infinita (1992) fue una de las primeras en hablar abiertamente del lesbianismo y se le considera un acontecimiento dentro de la literatura homosexual de México.

Actualmente, radica en Cuernavaca, Morelos, donde sigue en pie su labor tallerista para motivar a las mujeres en el arte de la escritura.