Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

ROCKDRIGO GONZÁLEZ, UNA CRÓNICA DE ROLAS Y MUERTE

Rockdrigo. Foto : Fabrizio LeÛn

Por Alfredo Miranda

Había mucho tráfico y llovía. Platicabas de muchas cosas, muchas cosas. Dejaste a Roberto en Coyoacán, donde después te insistió en que lo acompañaras a una fiesta. No le hiciste caso, querías estar con la Pancha. Y te escuchabas un tanto melancólico, como si en el fondo presintieras tu muerte.

Poco después fue el terremoto. Roberto sintió gachísimo. Comenzó a llamarte por teléfono y sólo sonaba ocupado. Se volvió a dormir. Nadie te conocía, eras totalmente desconocido en el DF, después de haber dejado tu natal Tampico, Tamaulipas, y de haber viajado por Europa, donde encontraste una chava francesa con quien te uniste hasta que la muerte los separó.

Una tarde fuiste a ver a la mítica banda de rock mexicano, Botellita de Jerez, en el Teatro Casa de la Paz, de la UAM, con tu amigo Rafael Catana, quien te presentó a Guillermo Briseño.

Al terminar la tocada, Roberto González, Toño Canica y Rafael Catana fueron a comprar unas chelas para seguir la fiesta; tú ibas con el Capitán Chorizo, amigo del Lora. Seis o siete valedores se pusieron de acuerdo para tocar un par de rolas cada uno. Cuando fue tu turno, tocaste ‘El metro Balderas’. “Este carnal está cabrón!”, dijo Fausto Arrellín. Ahí conociste a mucha de la banda que hoy día, ya viejos, siguen berreando y haciéndote homenajes cada 19 de septiembre, desde el metro Balderas hasta el metro Chabacano.

A partir de 1982 participaste en El Comité Mexicano de la Nueva Canción, que organizaron originalmente Óscar Chávez y Gabino Palomares, también conocidos como Los Folkloristas.

Después, muchos de la banda, que hoy conocemos como Rupestres, que en ese entonces, eran Catana, Arrellín, Nina, tú y otros, armaron su desmadrito al que llamaron “El Colectivo de los Cachetes Bofos, Rupestres y Errantes”.

Unas rolas las tocabas con el Fausto Arrellín, otras con la Banda Qual, las demás las hacías tú solo en peñas y restaurantes o barecitos, donde invitabas a toda la banda Rupestre que le quisiera llegar, entre ellos, tu querido amigo Roberto González, con quien tuviste una amistad muy buena onda y fraternal.

Los que te conocieron te describen como un cuate ácido, muy inteligente y socarrón con los compas. Dicen que tenías un chingo de ocurrencias e improvisabas muy bien, y que eras muy malo para tocar la eléctrica (Fausto Arrellín te la desconectaba). Nunca enseñaste todo tu repertorio. Tenías más de 300 rolas sin grabar, hechas, escritas y guardadas en un engargolado de tapa verde que solo le mostraste al Arrellín.

Una vez, antes de que existiera Rockotitlán y lo frecuentaras, pasaste por el Fausto y lo llevaste a un lugar llamado La Rockola, por donde está ahorita la librería Gandhi de Miguel Ángel de Quevedo. Allí mero, Toño Méndez te contrató para que echaras Rock en su bar, y tú querías que Fausto estuviera infiltrado en el público, para que te dijera después cómo te habías visto, cómo se ponía la banda que te escuchaba. En ese lugar te ofrecieron cocaína por vez primera y la rechazaste, sólo le entrabas a la marihuana. Jamás fuiste un verdadero drogadicto. A propósito de las drogas y tu opinión al respecto, le tocaste al Arrellín una rola ingeniosa que nunca se pudo grabar, que decía: “Hay que ver las cosas que al coco le debes meter”. Hablaba primero del chemo, luego, en un estribillo, sobre la marihuana, y después de la cocaína. En fin, siempre te portaste sensato en ese aspecto de ondas psicotrópicas .

En cuanto a tu legado musical, te conocemos cuatro casetes que hoy son discos CD: Hurbanistorias, El profeta del Nopal, Aventuras en el Defe y No estoy loco. Los cuatro se encuentran casi en todos los tianguis culturales desde El Chopo, pasando por el Mercado de Balderas, hasta en tiendas de conveniencia. Mi primer disco tuyo que conseguí lo compré en Wal-Mart hace 17 años.

Sin embargo, el único que hiciste en estudio de grabación y no en tocadas fue Hurbanistorias, con Jorge Rosell. Fueron 300 casetes de maravillosa acústica, que se lograron gracias a la lana que te prestó tu hermosa chava, Francesa Françoise.  Ese casete es una joya y es emblemático para los que lo tienen, porque suena más chingón que el CD, pues Rodrigo Villarzaba le quitó el eco peculiar que tenía el original. En fin, se quedó sin la resonancia del casete.

Y hablando de Pancha, tu mecenas, tenían una relación de novios bonita y sana. Te llevabas de poca madre con ella, sin celos ni escenitas pendejas. Puede ser que haya sido porque ya andaban los dos en la edad de los treinta y era mejor, como tu rola dice, “portarte sensato”. Siempre fuiste fiel a tu discurso, les consta a los que te conocieron, aunque también directo, siempre fuiste “muy del norte”, como dice Arrellín. Tu última Navidad y cumpleaños fue en casa de Fausto Arrellín, tú jalabas con él y con Pancha, y con la chava del Fausto; y la Francesa, hablando de su país, sus tradiciones, etc.

Tan sensato eras, que esos chismes de que te peleaste con el Lora resultaron ser mentira. Te daba igual que tocara ‘El metro Balderas’ aunque la destrozara. Se encontraron en una tacada en el Chopo, en los camerinos, ni si quiera se pudieron ver las caras de tan pequeños que eran tanto el lugar como los camerinos. En medio de los dos estaba el Arrellín, y se la armó de pedo al Lora, entre broma y broma, de por qué fusilarse de esa manera la rola del metro Balderas. Él nomás se rió, y dijo que para hacer famosa la canción ―aunque hasta la fecha no acepta dicho plagio―.  Tú solo soltaste una carcajada socarrona y te valió madres, igual que con los Botellos, tan malos músicos como ellos mismos, que nomás mandaste al Arrellín para que les enseñara a tocar la rola del ‘Asalto chido’, la cual grabaron pésimo en sus tres primeros álbumes.

Para Roberto González, tu última tocada fue la más significativa. Esa noche tenías un equipo de sonido y una combi prestada de un vecino tuyo, llamado Federik, un teatrero que vivía en tu mismo edificio —por cierto, de nacionalidad belga—. Ibas con Pancha, que tenía dos días de haber llegado de Francia. Roberto te escuchaba melancólico, reflexivo, decías que sí estabas satisfecho con tu trabajo musical, pero querías dar más.

Roberto estaba en Huipulco en una brigada, consiguiendo víveres y acopios, ahí se enteró de tu muerte. Había un amigo de la organización que estaba afuera custodiando tu edificio. Una semana después sacaron tu cuerpo y el de Pancha. Unos amigos tuyos, Mayra y Víctor, en una pick up fueron a las delegaciones a buscar tu cuerpo, y en la delegación Cuauhtémoc encontraron el cuerpo de Pancha y el tuyo, desnudos en bolsas de plástico. Tú tenías un golpe fuerte en la cabeza, y Pancha, ni una herida, solo la cabeza hinchada y morada; todos pensaron que ella pudo haber muerto de asfixia. Tus papás vinieron por ti desde Tampico, y los de Pancha, desde Francia. Tras eso, te hiciste rápidamente leyenda.

El Comité Mexicano de la Nueva Canción le pidió a Fausto que rescatara tus rolas inéditas del derrumbe, las 300 rolas de aquel cuaderno engargolado con tapa verde, que nunca logró encontrar.