Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

Reglas de juego

Autora: Josefa Molina

Agosto 2023

 

Todo cambia según el prisma con el que se mira. Podría significar un ejemplo a seguir o un macabro motivo para el escarnio colectivo.

            De eso sabía y mucho. Lo había aprendido desde la más tierna infancia. Aquella en la que su padre llegaba borracho y le lanzaba el jarrón de agua a la hora de la cena bajo la inmutable mirada de una madre que siempre le culpó de ser el obstáculo al desarrollo de su carrera profesional.

            Así que nunca dudó de su capacidad de odiar pero, esta vez, parecía no manifestarse el desprestigiado sentimiento. Algo le decía que debía de ser un poco más amable, más considerado. Tal vez, poner en práctica eso que los profesionales llaman empatía. Por eso, sacó dos cuchillos de iguales dimensiones y lo entregó uno al chico.

            –Cógelo. Yo tengo uno y tú otro exactamente igual. Así estaremos en las mismas condiciones. Ahora estira la mano tal y como te expliqué. Recuerdas las reglas del juego, ¿verdad?

            El joven asistió con cautela. El hombre lo miró fijamente. Le pasaba al menos treinta años. Y, sin embargo, no parecía tener miedo alguno. Más bien mostraba una actitud desafiante. ¿Arrogancia? No terminaba de definir qué escondía aquella mirada.

            Cuando le planteó el juego, el muchacho no lo dudó y aceptó participar en todos los términos expresados por él. Normalmente, sus contrincantes se mostraban más titubeantes, más reticentes a aceptar las normas. En ocasiones, intentaban variarlas, matizarlas, suavizarlas. Incluso aquellos que parecían más seguros de sí mismos mostraban sus cautelas al conocer las condiciones del juego. Pero aquel no era el caso.

            –Vale, voy a comenzar por una fácil: ¿qué nombre recibe Satán en ‘El maestro y margarita’ de Bulgákov?

            El joven lo miró desconcertado.

            –No, no lo sé, balbuceó.

            –Volánd, amigo, Volánd, ¡hay que leer a los grandes! Y los rusos, lo son, dijo el hombre empuñando el cuchillo y asestando una certera puñalada en la mano de su contrincante.

            El chico emitió un grito ahogado. De su mano izquierda, la sangre comenzó a manar a borbotones.

            –Calla y coge la toalla, vas a dejar toda la mesa pringada.

            –Está loco de remate -gritó el alumno.- Es un psicópata. ¡Está enfermo! ¡Muy enfermo!

            –Quizá. Pero tú me pediste, me rogaste, que solucionáramos tu problemilla. Me dijiste que harías todo lo necesario, ¿recuerdas? Así que ahora juguemos. Te toca preguntar.

            –Está bien, está bien -susurró el muchacho, envolviendo con rapidez la mano herida-. ¿Qué significa ‘Bis vincit qui se vincit in victoria’?

            –Significa “conquista dos veces quien se conquista a sí mismo” -afirmó con autosuficiencia su contrincante-. Tú no lo sabes pero fui profesor de latín durante varios años antes de llegar aquí, afirmó mientras volvía a empuñar el arma para asestar una nueva puñalada a su contrario. Esta vez en la otra mano.

            –Deja de gritar de una vez, joder, ¡sé un hombre! -continuó el profesor.- Venga, me toca preguntar: ¿quién es el autor de ‘Hambre’?

            –Hamsun, es Hamsun, afirmó el joven mientras asía el cuchillo y lo insertaba con tanta rabia en la mano de su contrario que el ruido de la punta del cuchillo contra la mesa retumbó cual invisible misil en la habitación repleta de libros.

            El hombre no gritó a pesar de la sangre que comenzó a recorrer con furia su mano izquierda. Cogió la toalla y se la cubrió.

            –Muy bien. Ya has asestado una. Me toca. ¿Quién escribió ‘Berlín Alexanderplatz’?

            –Alfred Döblin, 1928 -contestó el joven esbozando una sonrisa mientras empuñaba el cuchillo y lo dejaba caer nuevamente, este vez sobre la mano derecha de su adversario.

            –Parece que le estás encontrando el gustillo al juego, ¿eh? -le inquirió el hombre, mientras ahogaba un grito de dolor y rabia que pugnaba por salir de su boca.

            –Y a usted, parece que no le está saliendo de la manera que pensaba, ¿eh, profesor? Tampoco yo se lo dije pero mi padre, el padre de mi padre y el padre de mi abuelo fueron siempre grandes lectores. Poseo una biblioteca enorme llena de todos los títulos que pueda imaginar. Por eso le insistí en que no me hacían falta sus clases. Conozco a todos los clásicos y a muchos de los contemporáneos. ¿Qué mierda pensaba usted que podía enseñarme?

            –Podría enseñarte algo de lo que sé que careces: la pasión por la lectura, el amor por las historias que relatan los grandes escritores, el deseo de poseer cada trama, de hacer tuyo cada dolor, cada tristeza, cada sentimiento hostil, cada sonrisa eterna y tierna, cada candor de la mirada que envuelve cada relato, que se esconde tan adentro de las páginas de cada relato que te sientes en la necesidad de aislarte del mundo por horas, por semanas, por meses… Te podría enseñar eso que, por mucho que conozcas los títulos de los libros, no sabrás nunca lo que significa porque tú no amas la literatura. Vivirás siendo un vulgar y mediocre coleccionista de libros, eso a lo más que puedes aspirar. Y ahora, venga, terminemos con esto.

            –De acuerdo, profesor, déjeme que piense bien la pregunta… Ahí va: ¿quién escribió ‘La campana de cristal’?

            Las pupilas del profesor se inundaron de vacilación. Por unos segundos, su cabeza rebuscó en su memoria pero no halló la respuesta. La mueca de triunfo del joven no se hizo esperar.

            –Maldita sea, no logro recordar al autor…

            –Una pena, señor, y no es autor, es autora: Silvia Plath -dijo el chico mientras se levantaba y se situaba de pie junto al hombre.- Y que conste que esto no me agrada en absoluto pero este es su juego y usted fijó las normas -susurró el estudiante a la vez que, con un movimiento limpio y rápido, le segó la falange del meñique de la mano derecha.

            El hombre mordió con fuerza las tapas del libro que instantes antes había cogido de forma apresurada de una estantería para ponérselo en la boca. Era ‘Muertes y entradas’ de Dylan Thomas. Por su mente vio flotar todos los versos del poeta galés. Ninguno lograba dar cobijo al extremo dolor que experimentaba en su cuerpo ni mucho menos el odio que ascendió con violencia por cada poro de su piel hacia el estudiante que sonreía triunfante.

            –Ok, has ganado el juego: tendrás tu matrícula de honor.

            –Gracias, profesor, no esperaba menos de usted -afirmó con arrogancia el estudiante.

            El profesor levantó la vista en el mismo instante en que el joven cogía el pomo de la puerta para abrirla. Un rastro de sangre marcaba el camino trazado desde el asiento que ocupaba en la mesa hasta la salida del despacho.

 

            Desde el umbral, el joven sin llegar a girarse susurró: Hasta siempre, profesor. Un placer charlar de literatura con usted.

 

 

 

(Relato incluido en el libro ‘Gris oscuro tirando a negro’, Mercurio Editorial 2023)