Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

Radiografía de las responsabilidades vecinales, su estricto cumplimiento y las consecuencias que ello conlleva

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Por Miguelángel Díaz Monges

16 Noviembre 2020 

 

Es cierto que si pesamos el pro y el contra. quedándonos de brazos cruzados, honramos igualmente nuestra condición.

–Samuel Beckett

Lo que hagáis, a vosotros os pertenece; yo sólo debo responder de mis propios actos.

–Confucio

 

Hace tres días cumplimos un mes sin agua. No es que falte el suministro, sino que la bomba está apagada. Nadie acepta haber bajado el interruptor, así que nadie lo sube. A estas alturas empezamos a creer que se bajó solo. Ya se subirá. Mientras tanto nosotros tan amigos como siempre, aunque preocupados por ciertas rarezas del mismo tipo.

La primera fue hace seis meses más o menos, cuando en el antepecho del pasillo del segundo piso apareció una bolsa grande llena de pollo podrido. Los hermanos Escándalo, que viven en ese nivel, montaron un buen sainete, nos llamaron marranos, maleducados y maricones, a lo que Paola respondió que ella no podría ser maricón aunque quisiera. Yo me limité a señalar que no como pollo, así que ni me voltearan a ver por ese asunto. Javier, comprendo que con mucha razón, dijo que entonces yo era el más probable porque ninguno de los demás desperdiciaría pollo en este edificio de muertos de hambre. Los hermanitos Escándalo, que son de pedigrí, se ofendieron mucho y amenazaron con salirse del grupo de WhatsApp si no les pedían disculpas, cosa que nadie hizo, pues, como señaló la hija muda de Arleth, no se aludió a nadie en particular. No se salieron, aunque ambos, tanto Rudy como Mauricio, enviaron mensajes solicitando que los sacara quien los había metido, lo que resultó imposible porque el grupo lo fundó Alma un día antes de que la desalojaran por cumplir los tres años sin que pagaran la renta ni ella ni su marido, don Almorrano, aunque ambos tenían para pagarla. Y se querían, no se piense mal de ellos, sólo en eso no se pusieron de acuerdo. La verdad es que lo de la bolsa con pollo no era para tanto: actualmente ya sólo quedan unos cuantos huesitos de ala, pata y huacal, además de un poco de líquido policromado que se está evaporando a su ritmo.

Más raro que eso fue lo de la meada en la pared del rellano de arriba. No por el hecho y cuanto implica sino porque nadie había subido más allá del tercero desde que el edificio fue construido, a mediados del siglo XIX. El caso es que al Rutas se le ocurrió subir a ver cuántos pisos son y en qué termina, si en azotea, una torre, un ático o qué. Él esperaba encontrar a Dios, lo que nos pareció improbable, pero muy su expectativa. Todos colaboramos para la expedición: llevaba una Maruchans de camarón y chile habanero, unos cacahuates japoneses, unos Cheetos Flaming Hots y una Chaparrita del Naranjo que encontró Mercy en su mesa de trabajo detrás de la correspondencia. Con esas viandas, un celular de Cindy que sólo servía como linterna y un pan para dejar migajones por si se complicaba el regreso, el Rutas se aventuró al mundo ignoto de los pisos altos. Le hicimos una pequeña fiesta de despedida y se fue, solo para volver a los diez minutos lívido y sin aliento. En el descansillo hacia el cuarto nivel había una meada aún húmeda que no medía menos de 70 cm. de diámetro y escurría desde la pared a una altura de medio metro aproximadamente. El silencio se hizo entre nosotros como consecuencia primaria e ineludible de la contemplación estupefacta. Después murmuramos nuestras respectivas interjecciones y la otra hija de Arleth, la sorda, se puso en cuatro puntos. Olfateó tres veces el charco y cinco veces el escurrimiento.

–No es de gato. –Concluyó.

Puesto que sólo hay dos perros en el edifico y entre los dos no alcanzan dos cuartas de alzada, también los demás nos largamos.

El concejo de vecinos concluyó que esa era una meada humana. Se pidieron cabezas. Las damas quisieron desmarcarse alegando que su posición para mear haría imposible que fueran las responsables, a lo que les respondió Caradeverga, el filósofo del edificio, que, por hacer una maldad, hasta los ángeles transformaban su naturaleza.

La aparición de la meada inexplicable, o la inexplicable aparición de la meada inexplicable, no fue totalmente infructuosa: Descubrimos que el edificio termina en la siguiente planta y da a una azotea a la que no se puede acceder porque hay un candado que ignoramos quién puso y del que no tenemos llave. La meada ya no muestra humedad, quedó en una mancha en la que cada uno ve distintas formas.

–Tiene todo el perfil de Bulmaro –observó Rudy, el menor de los hermanitos Escándalo. Mauricio, el mayor, le dio un zape.

Aunque hemos dejado de intercambiar nuestras impresiones, yo le veo forma de amor sincero y disciplina filosófica, según el ángulo y la luz, que nunca es mucha. Se lo comenté al Rambutanes y me llamó idiota, aduciendo que incuestionablemente se parece a la Verdad. El Trovas, por su parte, asevera que es tal cual su amada de juventud, que tuvo la desdicha de recibir en el ovario la bala que había atravesado antes el testículo derecho del Sacacorchos, lo que la dejó preñada. Desde entones, el Trovas recorre los pueblos y calles de Morelos con su megáfono entonando los aires más trises de estos páramos sembrados de desamor y penuria. Los demás, entretanto, seguimos esperando que quien haya hecho la meada suba a limpiarla.

Empezábamos a olvidar la mala experiencia de la expedición del Rutas cuando en el tercer escalón del primer tramo entre el segundo y el tercer piso apareció un vaso grande se unicel tapado y con popote. Ignoramos qué contiene y cómo fue a dar ahí. Cuando doña Pálida supo que ese material tarda entre 500 y 800 años en degradarse dejó escapar un suspiro al tiempo que afirmaba que no viviría para verlo. Y añadió que con esto del virus raro tampoco nosotros, lo que le valió una patada del Muertitos, quien no debería meterse si ni vive en el edifico, sólo vino a hacer una chamba en la pizzería de enfrente. Hemos especulado mucho sobre el origen del vaso de unicel y aun más pero sobre su contenido. Las sospechas más macabras se codean con las más sucias. Ya lo dirá el futuro, o quizá nunca se sepa. Desde luego, esperamos, un tanto desalentados, que llegue el dueño del vaso y se lo lleve.

Con estas cosas ya no nos extraña lo del interruptor de la bomba de agua. Es una lata, pero nada es para siempre, ni siquiera el unicel.

El edificio tiene sus cosas, pero tenemos buen trato y mucha armonía. Esta mañana, por ejemplo, nadie perdió el buen modo cuando apareció un cadáver en el primer rellano. Ninguno de nosotros lo reconoce como propio. Estorba un poco al pasar, pero con cuidado y algo de esfuerzo se puede bajar y subir sin mayor problema.