Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

Pueblear en tiempos de cuarentena

Por Jonatan Frías

Marzo 2021

 

La aparición de las primeras enciclopedias electrónicas como Encarta y su evolución hasta la Wikipedia actual trajo cierta inmediatez de información, pero no conocimiento. Recuerdo que cuando niño tenía que buscar alguna información para alguna tarea en alguna enciclopedia me era imposible realizarla. Nunca daba con ella, es decir, podía hacerlo, pero se me iba el tiempo hojeando los tomos. Alguna vez un señor me dijo que él hacía lo mismo y que incluso él le llamaba a esa acción: pueblear. Yo puebleo en las enciclopedias, me dijo mientras hojeaba un tomo que me pidió que le mostrara de la Enciclopedia Espasa-Calpe que estaba (aún está) en la Librería Bibliofilia, cuando yo trabajaba ahí. Y sí, ciertamente, hojear una enciclopedia tenía cierto encanto. Se necesitaba tener ese carácter que les es común a la gente que no teme ir a comer sola o ir al cine sola o viajar sola. Hay cierto riesgo. La gente que prefiere Wikipedia es, como decía Cortázar, la misma que prefiere el papel rayado para escribir. Es un cliché, lo sé, pero se entiende perfecto.
Ahora esa misma reducción que va del Cronopio al Fama se da con las librerías. Uno entra a estos espacios con la misma actitud que tenía aquel personaje de Woody Allen en Sleeper: con asombro, miedo y fascinación. Uno entra quizá con algunas certezas a la mano, pero con la misma actitud del aventurero: se entra dispuesto a todo. Se pasea por los pasillos y de pronto uno sale con cosas que descubre ahí. Cuántos libros tengo ahora que le debo a mis libreros favoritos: César y Luis Gerardo. Por otro lado a Amazon o a Gandhi no les debo nada.
Comprar en línea es apenas válido si ya sabes lo que quieres. Uno no puede sorprenderse cuando entra al sitio de estos almacenes infinitos. Uno, a lo más, se abruma y desespera. Se entra a estos sitios con la misma actitud de quién entra al banco o a una vasectomía. No acabamos de cruzar la puerta y ya nos queremos ir. Nada urge más que lo que está afuera. Los sitios donde se pueden comprar libros en línea son equivalentes a llegar a un restaurante y que estén trapeando. Uno no quiere pisar y ensuciar, así que se disculpa, emite una sonrisa telegráfica y corre al puesto de tacos más cercano.
Los libros no son objetos transferibles. Por fea que sea la edición, son objetos únicos. Uno guarda alguna relación con sus libros y no es una exageración decir, en este sentido, que a través de ellos uno lleva una relación con sus autores. Alguna vez una mujer que me visitó en casa con fines lúbricos, me preguntó al ver las  pilas de libros sobre mis escaleras, que si me gustaba coleccionarlos. Sólo sonreí camino al cuarto. Si partimos de que los objetos coleccionables son objetos contemplativos e inútiles, es decir, que su función es meramente decorativa y acumulativa, los libros no pueden caer nunca en esa categoría. Como sí son las mariposas, las ranas o los monitos de Star Wars. Mis libros, mediados por mi TOC, establecen una relación de símbolos: diálogo/disenso/convergencia. Me relaciono como ellos de maneras más profundas, íntimas y honestas de lo que me puedo relacionar con la mayoría de las personas.
Por eso quiero tanto a los libreros y a las librerías. Para mí ellos son como el amigo que te presenta a la mujer con la que querrás pasar toda tu vida. Mi relación con los libros, claro está, no es monógama. Me relaciono con muchos y de muchas formas. Con algunos la relación es profunda y discursiva, con otros es estética y sí, erótica. Por eso me duele tanto que la gente ya no acuda a las librerías -pandemias aparte-, porque se están negando la posibilidad de la experiencia nueva, de la misma manera que se niegan a explorar la música y se quedan con su misma playlist de siempre. Eso es el sexo más rutinario posible.
El lector común dio paso al escritor común. Año con año hay menos lectores y más escritores. Vean la cantidad de premios literarios que hay. Hay más premios que divisiones de boxeo. En mi ciudad hay uno que lo han ganado todos los que han participado. Cosa de enviar el mismo manuscrito dos veces si no te favorecieron a la primera. Es fácil reconocer a estos escritores, los encuentran en el café más cercano paseando el mismo libro durante años. Ya ni siquiera se toman la molestia de mover su separador amarillo para fingir algún avance. Es, pues, entendible que los lectores hayan huido al cine o a la televisión. Los libros y su soporte, las librerías, se tornaron tediosos para ellos. Falsa conclusión. Les aseguro que si se acercan a su librero, él/ella sabrá sorprenderlo. Sabrá guiarlo a nuevas experiencias. Hay que saber elegir la librería, por supuesto. Aquí en Pueblo Quieto hay algunas que venden hasta aguas frescas y frituras con salsa y limón en temporada de Feria. Evité esos establecimientos. Vaya a donde vea que su librero lee y dese tiempo de estar ahí adentro. No creo que le nieguen una taza de café. Pueblee dentro de ese espacio y déjese convencer por los libros, no importa si la tapa o contratapa lo engañan. Lo peor que le puede pasar es que regrese por otro libro. Abandonar la lectura por una mala experiencia es como no volver a coger por un mal amante.