Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

Por puro principio ético

Por puro principio ético

 

Para estar del lado de Cárlos Loret de Mola ni siquiera es necesario estar de acuerdo con él. No es necesario tampoco seguirlo en redes o consumir sus programas. Voy más lejos. No es necesario que nos caiga bien o que pensemos que él es la cima del profesionalismo. Digo más, no es un asunto de si dice la verdad o no, que, al menos hasta esta hora en que escribo esto, nadie ha salido a desmentirlo. Esto es por puro principio ético y legal. Ningún Presidente puede ni debe amedrentar a nadie. A nadie. Decir con toda la ligereza del mundo que alguien, quien sea, puede salir a decir lo que quiera porque en México hay libertad de expresión, mientras le apuntas a la cabeza, no es libertad de expresión: es amenaza: es una advertencia.

            López Obrador viola un artículo, el 16, que garantiza la protección y la privacidad de datos personales. Luego resulta que él no viola el artículo porque ellos nunca, nunca hacen nada malo. Él dice que esos datos no los solicitaron a la Secretaría de Hacienda, sino que es una información que a él le hicieron llegar. Bueno, eso es aún peor, porque por un lado sigue violando la ley, ahora por difamación, al hacer públicos datos falsos sobre una persona, y por el otro, exhibe a un ciudadano y al hacerlo públicamente desde la tribuna presidencial, pone en riesgo su seguridad y esto lo hace, sí, justo un día después de que fuera asesinado otro periodista. No es que eso le preocupe.

No, nos equivoquemos, Loret de Mola no es el tema como tampoco lo es su credibilidad: el tema es el tremendo abuso de poder y la utilización de los recursos del Estado en una vendetta personal. Si alguien estima que Loret de Mola miente, entonces eso es un asunto periodístico, con lo que se procede a hacer una investigación formal y luego se hace pública la evidencia recabada. Si ese alguien fuese la persona involucrada y esta siente que de alguna manera han sido dañados sus bienes o su imagen o su seguridad, está en todo su derecho de presentar una demanda ya sea civil o penal, pero en ninguno de estos casos, el Presidente puede salir a defenderlo, como si de una disputa escolar se tratara: Directora, otro niño está molestando a mi hijo: o lo corren ahora mismo o yo cierro la escuela. Sólo que en este ejemplo —burdo, lo sé—, el Presidente es a un tiempo el padre ofendido y la Directora de la escuela.

            La función del Presidente es clara: Él debe garantizar la correcta impartición de justicia y nada más. Su hijo es un adulto que puede defenderse y, aparentemente, tiene los recursos suficientes para pagarse él mismo un abogado defensor, él o la señora que aparentemente tiene dinero.

            Hasta este momento y luego de ir ya un poco adelante de la mitad de su administración, la cosa pinta clara: para Andrés Manuel López Obrador, los temas sobre la corrupción al interior de su círculo más cercano, no corresponden a lo jurídico ni a la verdad: pertenecen a lo mediático. En este sentido, López Obrador no es distinto a Galiela Montijo, que cree que vociferar en la televisión, es evidencia suficiente probatoria y no sólo eso, sino que además es garante incuestionable de superioridad moral. No es así, afortunadamente.

            Mientras tanto, nadie ha podido salir a desmentir la información mostrada por el periodista, y con esto quiero decir, que mientras nadie ha podido salir a comprobar de dónde proviene la riqueza de Ramón López Beltrán y el tremendo caso de conflicto de intereses que hay detrás, López Obrador se ocupa de mentir sobre los bienes del periodista y de paso atenta nuevamente contra la libertad de expresión. No hace mucho apuntaron contra un escritor, miembro del cuerpo diplomático mexicano: Jorge F. Hernánez. Aquella disputa, no lo olvidemos, fue luego de que el escritor publicara su opinión sobre el trabajo de un funcionario público cercano al círculo del partido, pero sobre todo, al círculo de Beatriz Gutierrez-Müller.

Jorge F. Hernández, al igual que con Cárlos Loret de Mola, primero fue señalado, luego difamado, luego exhibido y, finalmente, sin haber presentado ninguna prueba, olvidado. A nadie le importaba si ellos tenían la razón o no, o si en verdad eran culpables o no: lo que ellos querían, lo que el Presidente quería, era que se hablara ya de otra cosa.

En aquella ocasión, donde llegaron a decir que el escritor se había expresado de forma denigrante de una compañera profesional, buscaban dar una muestra de Superioridad Moral y de simpatía de género con la compañera involucrada (misma por cierto que salió a desmentir al Gobierno). ¿Habrá pasado algo con esa brújula moral cuando anunciaban a Salmerón como embajador de México en Panamá? ¿O cuando apoyaron a capa y espada a Macedornio? ¿A Huerta? ¿A Monreal? ¿Cuándo levantaron un muro para que las mujeres no se acercaran al Palacio de Gobierno?

En esta ocasión las acusaciones giran en torno al supuesto “nulo valor moral” que pueda o no tener el periodista, también sin evidencia alguna, claro está. Parece ser que a nadie se le ha ocurrido preguntarse si lo que dice es verdad o no, en cuyo caso habría que probar que miente y eso puede tener algunos inconvenientes.

A mí en lo particular lo que verdaderamente me espanta es con qué facilidad la gente, los seguidores de López Obrador, minimizan cada que él comente un delito, cada que él acusa sin fundamento, cada que él  señala a placer, como si de un Cristo Pantocrátor se tratara. “Es que Loret se lo merece” dicen, ya todos embestidos en su sotana de curas, que no de jueces. Me espanta que minimicen las cosas porque parece ser que nadie recuerda que uno de los periodos más oscuros que ha tenido la humanidad comenzó con un hombrecito acomplejado vociferando, sin prueba alguna, en una cervecería.

No es menor que nuestro Presidente acuse todos los días sin evidencia. No es menor que señale sin evidencia. No es menor que mienta sin consecuencias. No es menor que proteja la corrupción de su círculo cercano porque otros hayan sido corruptos también. No es menor que esté convirtiendo a México en el escenario de su reality show personal. No es menor que viole la ley a placer. No es menor.

 

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            ¿Y España? ¡Ah! Esa, esa es otra historia…