Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

Poesía y filosofía sin lenguaje

(o de cómo el mundo no se hace sólo con palabras)

Por Ulises Paniagua

Abril 2021

Durante el siglo XX, poetas y filósofos centralizaron en la palabra la concepción del mundo y sus representaciones. Para ellos, las cosas y los fenómenos nacían solo en el momento en que eran nombrados. Las cosas para ellos no son, hasta no ser invocadas, y de preferencia escritas. Una idea debatible; pues si uno experimenta una terrible nostalgia -aunque no sepa cómo llamarla-, ¿la sensación no existe?

 
¿Y si a dicha experiencia la nombro saudade, estoy hablando de lo mismo que la nostalgia al nombrarla? No importa la fonética, en este caso el sentimiento persiste. Podría expresarlo desde una foto desde mi celular, en forma, si se quiere, primitiva. Y lograría comunicar de algún modo lo que quiero.
Durante esta búsqueda, Octavio Paz escribió alguna vez que “el mundo nace cuando dos se besan”; y Vicente Huidobro dio origen al creacionismo a través de la imagen y la metáfora, basado en un verso de Rubén Darío (verso donde el nicaragüense afirma que el poeta es un pequeño dios). Estas, sin embargo, son excepciones dentro de la testarudez de algunos bardos en difundir la idea de que la poesía es una disciplina única de la palabra. Incluso estos versos son una excepción en un Paz abocado al lenguaje como pocos. El siglo XX, con certeza, podría considerarse el siglo de la institucionalidad de los poetas. Gobierno, condecoraciones y versos fueron de la mano muchas veces. La contracultura, desde luego, tendría qué decir contra ello, desde Baudelaire, cruzando por los estridentistas, los ultraístas, los beat, los infrarrealistas y la poesía feminista o la afrodescendiente, en especial a partir de la década de 1930, y hasta nuestros días.


Dejar atrás un mundo rígido, positivista, ha sido difícil. Pero gracias a importantes formas de pensamiento como la Teoría de la Relatividad, la Mecánica Cuántica, los Sistemas Complejos, la Transdisciplina, incluso la Espiritualidad Budista, es que nuestra visión artística es diferente.


Hay una pregunta, en apariencia sencilla, que contradice el argumento de aquellos poetas del siglo pasado como poseedores de la palabra: “¿Si un árbol cae en un bosque y nadie está cerca para oírlo, ¿produce algún sonido?” La frase, que se atribuye por igual al filósofo George Berkeley que a la cultura zen japonesa, nos deja perplejos si optamos por una respuesta ajena a una postura antropocéntrica: por supuesto que existe cierto sonido que percibirán los animales y los árboles (a través de su corteza). Dicho de otro modo: el bosque será testigo del estruendo, con o sin nosotros. El bosque será capaz de percibir la belleza, o al menos el rompimiento de lo ordinario: no necesita del ser humano para reproducir lo sentido en la memoria genética de las plantas, o en la capacidad mnemotécnica de una ardilla.


¿No es un atardecer un instante poético, un alumbramiento heideggeriano, con o sin estrofas de por medio? Un instante poético, si se presenta, es inherente a su hábitat. Si un artista no está allí para intentar captarlo, mala suerte, no existirá en los registros de la cultura humana a través de un cuadro, una fotografía, o un soneto. Pero existirá.


La poesía pertenece al Universo que le antecede y que, desde luego, nos lleva ventaja. Nosotros, seres imperfectos, lo único que conseguimos es reproducirlo, traducirlo, con suerte transcribirlo en una escala microscópica o macroscópica. Para ello, el artista se vale de la imitación de la naturaleza desde el punto de vista aristotélico (más precisamente desde una versión de la imitación de la naturaleza). También recurre a la sublimación de lo real, según Immanuel Kant; o a la búsqueda de lo material y lo dialéctico, según opinan los marxistas; incluso a una ficción en aparente libertad, que construye universos individuales y colectivos. Los metafísicos hacen de lo que ocurre un acto de magia, la perpetuación del asombro, la prestidigitación de la vida.

 
El arte sucede, en estado puro: el agua anda por los ríos, los canarios cantan, los campos esperan al costado de la ventana de Emily Dickinson para ser contemplados por ella o por cualquier persona que se acerque al dintel, curiosa. La naturaleza realiza proezas estéticas lejos de nuestros ojos.
Ello implica un predicamento; pues debe tomarse en cuenta que la búsqueda de las ideas abstractas resulta ideal para la especulación creativa. El arte, a través de este cuestionamiento se ha corrompido bajo el imperio del dinero. Los efectos de la ambigüedad son peligrosos. Es, a través de la percepción de los objetos como entes estéticos que se ha acordado una falsa conceptualización; idea que intenta promover, en las galerías, a los artistas como gurús, recolectores de objetos sagrados a los cuales se halla en el camino, para luego ganar millones. Vale, se entiende que un zapato roto genera una impresión estética ¿Pero es necesario pagar dos billones de dólares para tenerlo en la sala mi casa como un símbolo? ¿Un zapato en el que el artista jamás metió las manos, ni siquiera los pies?


Volviendo a la poesía, en el siglo XX se produce una corriente avocada a la lingüística. Se trata de una propuesta basada en las teorías de Wittgenstein. Una postura mal atendida. A este filósofo se le comprendió de manera errónea, o se le entendió como mejor convino para conseguir la supremacía de la poesía escrita sobre el resto de las posibilidades de lo poético. Y de paso, al acreditar el uso de la palabra, la cultura en México se dividió entre los “elegidos” del lenguaje, y los “proscritos”. Es decir, desde hace tiempo en nuestro país se es contemporáneo, exquisito; o proletario, infrarrealista ¿Es que acaso la poesía no es en sí, una misma?


En otros asuntos, poesía y filosofía parecen fusionarse desde los griegos, los pueblos mesoamericanos y, sobre todo, los grandes románticos como Novalis o Hölderlin. Ambas disciplinas se vuelven una entidad compleja, rica en posibilidades. En ese reino de la fusión, la palabra es un elemento tímido ante las posibilidades expresivas. Así ocurre, por ejemplo, con el cine. Evoco “Stalker”, película dirigida por Andrei Tarkovsky (1979). “Stalker” es una entidad impensable sin la concepción fotográfica, metafórica, incluso alegórica de sus escenas, todo ello al mismo tiempo. El ethos de “Stalker” es hacer filosofía a través de la imagen, o conseguir una narrativa poética desde sus secuencias. Recuerdo el video que aparece en Belleza americana, película de Sam Mendes (1999). En él, un joven con aptitudes de artista muestra una escena a la chica de la cual está enamorado. Se trata de una bolsa que gira y gira en medio de la hojarasca, sobre la banqueta, teniendo como fondo una cortina metálica. Es poesía visual.


¿El Réquiem de Mozart, el bolero de Ravel, una retorcida ecuación algebraica, la sección áurea, la numeración de Fibonacci, no guardan en su esencia un halo poético? ¿No parecen advertir la revelación de un misterio filosófico? ¿Qué es esta búsqueda de la cadencia, similar a la imitación pitagórica de la naturaleza, sino la traducción o transcripción del universo y sus secretos? ¿No es el Partenón proporcional como lo es una galaxia? ¿No es un caracol poesía en su intimidad? Si uno estudia ciertos temas descubre que, contrario a lo que se piensa, la ciencia y el arte no son distantes. La música y las matemáticas son un lenguaje. Escribir X+2y= C tiene tanto sentido para una persona no especializada como un verso críptico de Góngora. Lo mismo ocurre si a un ignorante de la educación musical le pedimos tocar Do, Re, Fa, Sol sostenido, en la guitarra. El pentagrama es un idioma. El álgebra y las integrales también. Una representación dancística comunica un discurso a través del movimiento. Y cada uno de esos lenguajes, ligados a un gran idioma, ayudan a expresar la poesía que, de manera externa, fluye y refluye en el Cosmos, con o sin nuestra consideración.


¿Puedo, a través del lenguaje de la música, producir un silencio profundo? Puedo, desde luego. Es posible no reconocer la palabra silencio, y sin embargo interpretarlo a través de cierta ausencia de notas ¿No estaría de este modo el lenguaje musical diciendo sin emplear un vocablo al respecto? Por qué limitarnos. Hoy en día existen magníficas instalaciones y performances extremos que permiten explorar otros campos poéticos como la hace -en México- la artista sonora, visual y literaria, Rocío Cerón, entre otras mujeres importantes en esa rama experimental.


Pienso en un cartón de Quino. Mafalda le pone un curita a un globo terráqueo para que sane. En otra caricatura, la inquieta y querida niña le explica a un cerrajero que ha llegado a su local para que le fabrique la llave de la felicidad. Superficial en apariencia, se trata de un intervalo filosófico, una revelación para el espectador de la historieta. La imagen habla a través elementos gráficos con apenas un par de frases. No se necesitan palabras para activar el pensamiento ¿No aplaudiría el propio Sócrates este recurso del humorista Joaquín Salvador Lavado, en gran parte mayéutico? ¿No le serviría uno de estos cartones para ilustrar el mito de la caverna para que en el ágora pudieran entenderlo de manera sistémica?
En el poema Coraje, de Joan Margarit, una abuela revela a su nieto, en una imagen de la vida cotidiana, la dureza y la maravilla del mundo. Cito:


La guerra ha terminado, pero la paz no llega.
La tarde cae ruda y silenciosa.
Miro a mi abuela -tengo cuatro años-
mientras mea de pie junto al camino
con las piernas abiertas debajo de la falda.
Siempre que lo recuerdo, vuelve el chorro,
poderoso, a caer contra la tierra.
Fue ella quien me enseñó que el amor es
claridad y dureza al mismo tiempo,
que sin coraje nadie puede amar.
No era literatura: no sabía leer.


Dejando a un lado la poesía, que es evidente, ¿no guarda este texto una búsqueda filosófica profunda en su simpleza? Añoro mi primera revelación, cuando siendo niño vi rodar una naranja sobre la avenida, como en una escena de las múltiples, oníricas cintas de Federico Fellini. Ese momento, apenas un parpadeo, me acercó al mundo de la metáfora y la imagen.


Lenguaje no es sólo palabra. El universo, en su nivel micro y en la dimensión macro, posee misterios inalcanzables que la ciencia se ha encargado de intentar desentrañar. El artista o el humanista hacen lo propio, aunque más desde el uso de la intuición y las iluminaciones súbitas, a las cuales recurrió Rimbaud, como título, en alguno de sus libros. La palabra es, en todo caso, uno de los instrumentos de la representación poética, no la poesía en sí. La ciencia accede a estos campos a través de una hipótesis, una propuesta, un modelo de representación de “un algo”.


Así que, por favor, cuando se apreste a librar una batalla teórica para apropiarse del uso exclusivo de la poesía, piense, oh querido bardo, que no dejará de advertir en ello el peligro de la retórica. Y aunque la retórica, como comenta Wladyslaw Tatarkievickz, fue considerada un arte alguna vez, no deja de resultar vacua en pleno siglo XXI. En mi caso, prefiero a los poetas que a los políticos. Elijo un cuadro de Van Gogh, un filosófico Sueño de Sor Juana, un congelamiento temporal en la Fontana de Trevi en La dolce vitta (1960) antes que una rancia, repetida fórmula para escribir un palabrerío que se pretende insertar en el mundo como una especie de reproducción de la poesía. Es como tener un póster barato de un amanecer, cuando se puede abrir la ventana para ver el alba. Qué horror. Los años venideros nos amparen.