Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

Pinome xoxome

Autora: Rocío García Rey

Marzo 2022

 

Nunca imaginó que el verde, el color que sostenía su vida, pudiera tomar otro sentido. Fue aquel día en que no hicieron falta látigos para que su cuerpo sintiera todo el dolor emergido de la tierra. Ni siquiera los sonidos de afuera parecían ser los mismos, porque los escuchaba lentos, muy lentos, como si llegaran de un sueño lejano y árido. Mejor aferrarse a la imagen que desde niña quedó grabada en su memoria: aquel abrazo que le obsequió su abuela, luego de que la niña aprendiera a curar el metate.

Ahora el verde la ahogaba hasta sentirse muda por la extendida pesadumbre. Entraron rápido. Los de verde pronunciaron algo que ella no entendió,. Miradas de aviso, los ojos de los hombres pronunciaban hambre, pero no la de la tortilla y los frijoles. Su hambre era la de los que caminan por los desiertos, aquellos que pronto aprenden que la rebeldía es la prohibición sagrada para, acaso, rebelarse contra aquellos que se habían apropiado de las tierras; aquellos que fueron multiplicandose como las balaceras que se convirtieron en parte del paisaje cotidiano.

Ella lo sabía. Todos lo sabían: desde hacía años nuevas coreografías de sangre y muerte se presentaban sin que la autoridad hiciera algo. Por ello por ello, cuando su cuerpo fue mirado por los hombres, la abrazó la vigilia de la muerte. Su cuerpo se estremeció y el frío abarcó incluso aquel recuerdo con la abuela. Se supo atrapada en su cuerpo de mujer de setenta y tres años. Sus pasos, en un tiempovigorosos, quedaban como fotografía unida al tiempo de la desolación absoluta. En efecto, su cuerpo fue transformado en un montón de humanidad ausente.  El verde, de súbito, dejó de ser el color del arraigo, del cordón umbilical sembrado una mañana de llovizna.

En el momento del tormento inefable, de la vejación a su cuerpo, su tierra, Tetlatzinga se tornó en un nombre cercano a los sepulcros no reconocidos. Así fue, horas de zozobra, de expedientes llenados con el frenesí de la mentira, de lágrimas empapando la incredulidad de las hijas cuando vieron el cuerpo de su madre.

Pinome xoxome fueron las últimas palabras de quien cerró los ojos para siempre. El verde no pudo arroparla en sus últimos minutos de respiración.