Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

Para tratar con la desdicha

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 Fotografìa   Julieta Arévalo, cuadro de Benito Antón Gracia

Por Miguelángel Díaz Monges

16 Mayo 2020

Para Benito Antón Gracia, gran amigo y mejor pintor.

Los hombres, siempre que lo sean de verdad, no se despiden de la juventud con emoción ni sentimentalismo.  

–Sándor Márai

Acostada en medio de la desdicha, el alma ve mucho

 –Sófocles

El invierno, mal huésped, se sienta conmigo en casa, azules son mis manos con su apretón de manos amistoso.

–Friedrich Nietzsche

Cerúleo a cirílico: tres letras

Azules, si se quiere, o transparentes

O como sello de agua, fino el acto

De colores, texturas, tela y duendes.

Si convocas al arte a más artistas

O a diletantes, dales esa fuerza

De tu expresión, tu magra velatura

El grito del pincel eco en el lienzo.

Las desdichas no vienen de una en una, eso ya se sabe, sino agolpadas o en hilera como si las guiara el llamado del hada que las manda y que tiene nombre de mujer; a veces no vienen ni en hilera sino engarzadas, no se ha ido una cuando llega otra hasta que se juntan y son tantas que se enmarañan en el pequeñajo sitio de la vida que es corta y es un segundo o menos y aun menos que menos, algo tendiente a cero. “Bien vengas, mal, si vienes solo”, dice el refrán en desuso. Las desdichas vienen en caravana porque no están para estorbar sino para medirle la paciencia a la gente, a ver cuánto hay de templanza y de carácter. A las desdichas hay que tratarlas con pinzas para que no se infatuen y acaben por asfixiar el espíritu y adueñarse del entorno, del mundo, de lo que envuelve al mundo, del éter y la música, del dios o los dioses. Tampoco hay que darles mayor importancia: la contemplación de la desdicha es la invocación de la desgracia y así no hay quien sobrelleve la vida o recupere el buen semblante. No se va a ningún lado con el gesto conturbado. Es mejor que no lleguen las desdichas, aunque tampoco hay modo de evitarlo. Las desdichas no son errores ni aciertos, como no lo es la cara de idiota feliz. Esto no es ultramarino, es de cualquier color, casi de todos salvo el ultramarino, azul ultramarino, la ausencia lo pone en el lienzo y hay cuadros que no existen, pero salen de lo que no está en los que sí fueron pintados. Esto es rojo por la sangre, no la derramada sino la que se agolpa cara a cara contra las desdichas. Aquello es azul porque azul es la muerte, como el cielo, el mar y la sangre sin oxígeno que discurre por las venas hacia la pleura, donde resucita.

En el circo prodigioso de Maravillas Induráin hay una pulga que se cree más lista que las otras porque sabe hacer machincuepas y cosas por el estilo. Se cree independiente porque no sabe que está amaestrada. En el circo prodigioso de Maravillas Induráin hay una guillotina para decapitar sueños, ilusiones y ambiciones; está para los que quieren poner los pies en la tierra y ubicarse en la realidad a ver si se lo montan mejor porque con tanta desdicha ha venido la desgracia y el semblante está que no se les soporta. Cuando la cabeza de los sueños cae en el canasto aparece la realidad muerta de risa y con los ojos muy abiertos anuncia que el delirio es perverso y consiste en mutilar los sueños, las ilusiones y las ambiciones. La realidad queda en el canasto y es un racimo de cabezas de sueños. Maravillas Induráin se alimenta de ese perol y va por el mundo con su circo prodigioso que algún día dará función en las profundidades del océano y será ultramarino, pero eso aún no se ha podido y por ahora es azul, pero cerúleo, como a media luna entre la desgracia y su remedio.

Sonarán las campanas cósmicas cuando eso pase, entre tanto podemos matizar con la vista en el lienzo y pasar lo que quede de vida discerniendo entre un azul y otro, entre nuestros diversos modos de tristeza y desolación:

Índigo, turquesa, pavorreal, abeto, vaquero, pizarra, cobalto, celeste, piedra, almirante, cielo (que no es celeste), Egeo, zafiro, marino, ultramarino, océano, baya, bondi, Tiffany, claro (así de simple, ¡claro!), bebé, maya, Capri, azur, Francia, royal, grisáceo, acero, Persia Óxford, Prusia, ártico, lapislázuli y cerúleo. Más los que el pantone sólo identifica con números prolijos en fracciones.

Bleu en francés, blue en inglés, y así en muchos idiomas, azul es triste como la música de los esclavos. Como el peso de estirpe que se siente al mirar las manos de los libertos. ¡Ah, la libertad de la pulga del circo prodigioso de Maravillas Induráin! A veces siento pena por la especie que habla de libertad, sueña la libertad, procura la libertad y no se detiene a atar dendritas y aceptar que simple y sencillamente no existe la libertad. No hace falta estar preso o confinado para hacer lo que nos dictan las fuerzas superiores a lo que llamamos voluntad.

Cumples 55 años en plena cuarentena, mientras miles de personas mueren asfixiadas sin el adiós elemental a quienes aman, y pocas ganas sientes de continuar cumpliendo. Decimos cumplir años porque no es optativo, es un deber, una imposición, un principio tal vez moral. ¿Cumpliste? No cumpliste. Los formales, los que nunca llegamos ni medio segundo tarde o hacemos mal un encargo, nos enfadamos con los que dejan de cumplir. Mis muertos, que son tantos, han de perdonarme: antes de llorarlos por el resto de mis días maldije que me dejaran aquí, colgado de la brocha, sin sus manías y sus virtudes; sin sus neurosis y sus anécdotas; sin su tejido o sus motores desarmados.

Ya en sí mismo es azul cumplir la edad en que dejan de hablarte de tú, en que has rebasado por mucha la frontera trazada por Dante. Empiezan a tratarte con respeto, ¡qué azul y desagradable! Entonces viene el virus que al principio se ve tan lejano –cosa de chinos– y en menos que lo cuentas está entre tu gente, y antes de protestar ya cerraron negocios y vaciaron las calles, y todo parece diseñado para morir de soledad, hastío y desesperanza.

Entonces pones un viejo acetato y bailas desnudo con las cortinas descorridas. Y ese baile que le da la espalda a la desdicha es tu pacto con la vida. Pones entonces a Beethoven, porque todo acenso tiende a Beethoven, y ves que tu casa está llena de libros, grandes ediciones, dedicatorias; cuadros originales de aquí y allá y el cuadro imposible que te obsequió Benito, el cuadro verde en que el azul cerúleo parece trazar los continentes del mundo que estalló en tu espíritu, y tratas de descifrar el cuadro como la primera vez, cuando anonadados lo analizaron tú y Huberto, que se largó sin más, y dices cosas como “este azul no es el mismo que este”, y lo ves más de cerca y es el mismo, pero lo cambian los colores del entorno, como el azul de la tristeza que puede ser cualquier otro color cuando recuerdas que no naciste con una encomienda y que no tienes por qué cumplir con nada ni con nadie, jamás, mucho menos contigo.