Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

Para imaginar lo maravillosa que eres tú

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Por Michael A. Nivio

16 Agosto 2020

Parte 1

La mañana está tranquila, es muy temprano, casi no hay gente en la playa, la mayoría aún se encuentra saliendo de los bares y las discos, o de estar en compañía de su amante, sólo hay uno que otro borracho que se quedo a dormir en la arena de la playa, pero los policías del lugar ya se encargaron de recogerlos y llevarlos a seguir su siesta a una celda.

Sólo se escuchan las gaviotas y el leve oleaje del mar, nosotros vamos dejando huellas cerca de las olas y estas se encargan de borrarlas como evitando que traspasemos su territorio, se siente un aire fresco que se cuela por nuestros cuerpos, tu llevas una minifalda roja de rayón y un top azul que cubre esos diminutos senos, dejando al descubierto ese ombligo que es el centro de esa telaraña que te tatuaste hace un mes en el tianguis del Chopo, allá en la Ciudad de México, me gusta que vistas así, me encanta ver tu cuerpo semi desnudo y que otros se fijen en ti, sobre todo me encanta tu sonrisa y ese juego de pecas que llevas como collar en el pecho. El short y la camiseta que llevo no me hacen lucir tan sensual como tú, pero tan poco quedan tan mal con lo delgado de mi cuerpo. De pronto sueltas mi mano y te arrojas a correr, por un instante me quedo parado y sin saber por qué voy tras de ti.

No me llevas mucho de ventaja, pero prefiero no alcanzarte y seguir admirando tus glúteos que se asoman con el ir y venir de tu falda provocado por el rápido contoneo, y de solo verlos pestañeándome, recuerdo las noches en que te excitas cuando mordisqueo esas dos nalgas blancas tuyas, hasta dejarlas con chapas rojizas por todos lados. Ya casi al llegar al muelle, corro un poco más para alcanzarte, te abrazo por la cintura, por la sorpresa y velocidad, rodamos y quedamos tendidos en la arena, cegados por la brillante luz del sol que apenas va escalando el cielo, ambos nos encontramos con un ojo cerrado y con el otro tratándonos de mirar:

-¡serias capaz de apagar el sol por mí?, me preguntas y callas esperando respuesta, me levanto y me poso encima de ti haciendo sombra con la cabeza, ¡listo!, ¿qué más puedo hacer por ti?

– te respondo, te echas a reír, e inmediatamente extiendes tus brazos sobre mi cuello y me acercas tu cálida boca para probar esos salados labios llenos de granitos de arena, que aunque pican un poco no tengo ni la mínima intención de despegarme de esa poderosa succión; tu mano izquierda se encuentra prendida de mi cabello y la otra se encuentra dejándome sus huellas en el trasero, desafortunadamente me encuentro en desventaja porque tengo que usar uno de mis brazos para apoyarme y con el otro guardo como en un capullo, a uno de esos maravillosos senos, y lentamente sin importarnos en donde estamos, nuestras caderas van siguiendo ese remolino que va surgiendo de entre nuestros sexos, que al irse frotando hace que nuestros cuerpos suban de temperatura, en eso al inclinar levemente la cabeza observo a dos niños,   que nos miran inquietamente y que sonríen al verse sorprendido:

¡hola niños! los saludas, y rápidamente la niña contesta

-¡hola!, ¿qué hacen?- a lo que respondo

–no te preocupes nena en unos 15 años más, tu lo descubrirás, y ante esa inoportuna presencia infantil, no nos queda otra que levantarnos

-bueno niños se acabo la función, vayan con sus papás

– les dices mientras te incorporas, nos tomamos la mano y nos alejamos dejando un poco desilusionados a los chavitos, pero en fin, nosotros ya estábamos picados y necesitábamos tenernos uno al otro, así que nos dirigimos al hotel, a seguir con ese sabroso desayuno que empezamos a pellizcar en la playa. Imagínate el menú.