Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

Nunca regresó a casa

Noviembre 2021

El siguiente relato breve es resultado del Taller de Creación Literaria “Cómo escribir un cuento de terror contemporáneo” (Taller Luxindra), impartido por Ulises Paniagua. Se escribió a doce manos, bajo el entendimiento de que la Literatura es  creación colectiva. Esperamos les guste.

 

 

Nunca regresó a casa

Taller Luxindra (cuento colectivo)

 

No puedo recordar cómo era la vida antes, porque he vivido siempre con miedo. Hoy en día, salir no es una opción. Este búnker lo construyó mi madre para mantenernos a salvo una vez que comenzaron los ataques. Han pasado años; apenas he podido asomarme, de vez en cuando, a contemplar la luz del sol.

Vienen principalmente por las noches, cuando la obscuridad cobija sus actos. Pero pueden aparecer a cualquier hora. El nivel de su salvajismo es sabido por nosotras. Degollan, descuartizan, persiguen.

En medio de esta calamidad, extraño a mi hermana; extraño a Valeria. La quise mucho. Ella no regresó. Harta del encierro, ignoró el toque de queda. Decidió salir porque no podía más. No la culpo, en ocasiones la situación es insoportable. Mi hermana decidió romper las reglas; no se conformó con el mundo que le fue impuesto. Maquillando mis temores bajo un disfraz de prudencia, le pedí que se quedara, que no tratara de buscar ayuda en una ciudad cercana. En ese entonces yo estaba a punto de parir, y me consumía la angustia. Ella no escuchaba: la crudeza la volvió sorda a las súplicas.

Días después, cuando la encontramos, tenía el vientre abierto con un machete. Habían arrancado y devorado sus vísceras; le habían destrozado la piel a puro rasguño; le tatuaron el cuerpo con frases ofensivas. Mi hermana fue una de miles. Lo escrito en su piel, sin embargo, nos hizo comprender que aquellas bestias, que viven al otro lado del muro, son pensantes. Es decir, que su violencia es sistemática. Su escasa racionalidad los vuelve más peligrosos.

Valeria no estuvo de acuerdo con mi proceso de inseminación; repetía constantemente que esto no era vida. Además, era consciente de que todo podía salir mal, y que podría no tener una hermosa bebé. No se equivocó.

—No te apures —le dije—. Si algo falla, nos deshacemos del cuerpo.

Eso ocurrió hace meses. Ahora tengo miedo. No puedo dormir. A veces sueño, en medio de los disparos de las compañeras que montan guardia, que aquello que nace de mi vientre regresa para cobrar una vieja cuenta a través de la figura de una mutación humana.

No quise hacerle daño. Lo necesitaba a mi lado. Sin embargo, durante el parto me sedaron para explicarme que eso era lo mejor, que el mundo estaba dividido en dos -así lo habían querido ellos-, y que no habría más remedio que desprenderse de él.

 Lo más terrible fue tener que enviar a mi hijo al otro lado de la barda. Al menos a él no lo devorarán. Aunque sé que, en unos años, se convertirá de forma irremediable en lo que tanto temo: un ser salvaje, un animal que anhela nuestra sangre, la sangre de las mujeres, nuestra extinción: un hombre capaz de asesinar a su propia madre. Ese es el mundo que estamos a punto de heredar a lo que resta de la humanidad.

 

 

Noemí Carras

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Shochk Terapy, 2021