Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

¿No había mujeres artistas?

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Y pregunto sobre todo por los periodos clásicos; la no inclusión de mujeres artistas, no sólo en los grandes catálogos de arte sino también en los programas académicos, en las asignaturas de universidades e incluso en los museos, no es casualidad. Vale, en el arte contemporáneo o “moderno”, encontramos muchos nombres: ahí están Frida, Remedios, Nahui, Leonora… y un poco más lejos de nosotros están también Sonia Delaunay, Shirin Neshat, Georgia O´Keeffe o Emily Carr. Pero qué hay de la Grecia clásica, la edad media o el renacimiento, ¿por qué los nombres escasean? La primera obra feminista se le atribuye a Judy Chicago, en los 70, pero… ¿por qué no podría serlo el trabajo de una artista del 100 a. de C. que se negaba a pintar hombres? Vale, no nos adelantemos. Te advierto que seré breve (muy breve) con esta larga (muy larga) historia.

A ver, el arte clásico griego comienza por ahí del siglo IX antes de Cristo; y sí, la cultura griega era muy machista, en cuestiones sociopolíticas no podían entrometerse ni mujeres, ni extranjeros, ni esclavos, y en el arte podíamos esperar también cierta resistencia, pero claro que había, estaban ahí, y hay un fuerte tufo a sudor de macho y censura, pero estaba, te lo aseguro, y la historia (y los museos y las universidades) debería regresarles lo que los sistemas y las malentendidas tradiciones, modos y costumbres les han quitado: un lugar.

Podemos considerar que fue a finales del siglo XVIII, todo el XIX y buena parte del XX fueron fundamentales para convencernos de que antes de la revolución industrial había por ahí un par de nombres de mujeres que valía la pena mencionar en lo relativo al arte. Piensa en un catálogo importante de mujeres artistas en esos periodos, te reto; ¿estudiaste artes? ¿A cuántas pintoras o escultoras de antes del 18 conoces? A que las cuentas con una mano, y si descontamos a Artemisia Gentileschi y a Sofonisma Anguissola quizá te sobren dedos. Pero estaban ahí, otras, muchas, y no siempre en las sombras.

Plinio el Viejo, en su Historia Natural (¿o sería más preciso decir “Historias”?) da cuenta de varias, nos faltarían extremidades para contar; pintoras y escultoras griegas del periodo clásico que en su momento gozaron del lugar que les correspondía, y que Plinio rescata en el siglo I; 2000 años después sabemos muy poco de Aristareta (550 a. de C.), Tamaris (420 a. de C.) o de Eirene (200 a. de C.) artistas de aquella Grecia; y quién conoce a Marcia Severa (100 a. de C.) a pesar de ser la primera en autorretratarse en una pintura, y a que se negaba a pintar hombres y sólo retrataba mujeres, veo pocas manos levantadas.

Y no nada más Plinio en el siglo I, Boccaccio en el XIV, no en su Decamerón pero sí en su menos famoso De Murielibus Claris, a veces feamente traducido como De las Mujeres Ilustres en Romance, da cuenta de 106 mujeres artistas que vivieron antes que él y que le merecían toda su admiración, sobre todo de ese periodo clásico griego, pero no sólo. ¡106! ¿Hay un catálogo de Taschen que se le acerque? Es pregunta seria.

Si los griegos eran machistas, qué decir de los europeos en la edad media, época oscura que se ensañó con las mujeres de manera particular. Hay que recordar que el arte estaba coptado por la iglesia, aún así hubo mujeres sobresalientes y, hasta podríamos decir, rebeldes. Todavía hasta el siglo XIII, por lo menos en España, encontramos “monasterios” mixtos (vale, juntos pero separados) en los que los scriptoria compartían labores de transcripción y decoración de los manuscritos. Pero ya antes en el siglo X estaba por ahí Ende, primera pintora española en firmar uno de estos manuscritos que además eran pintados, muchas veces, por los mismos scriptoria; Guda, en el siglo XII, transcribió y pintó las Homilías de San Bartolomé, en su firma y retrato, aferrada a una capitular, se lee “Guda, mujer pecadora, escribió y pintó este libro”; Claricia, en su transcripción del Salterio de Habsburgo, en el siglo XIV, se pintó con un vestido verde y mejillas rosadas mientras se columpiaba de una “Q”.

Y ya mencioné a Artemisia y a Sofonisma, pintoras del renacimiento, admiradas por Velázquez, Rubens y Van Dyck, lo que pocos saben es que en el caso de Sofonisma tenemos el ejemplo más claro de desprecio a la mujer artista, un ejemplo que retrata con toda claridad el espíritu censurador del sistema dominante en turno: por muchos años se pensó que el retrato de Felipe II, exhibido en el museo del Prado, era obra de Alonso Sánchez Coello, hasta que en 1996 alguien descubrió la firma de Sofonisma Anguissola que había sido intencionalmente tapada a pincelazos. Así las cosas.