Navegar hacia los motivos
Navegar hacia los motivos
Por Rodrigo Champenae
A veces encuentro fragmentos de mí en el cine, tardes en las que la pantalla prefiere comportarse como un espejo, un molde al que me acoplo con facilidad.
Lee Chandler, protagonista de Manchester junto al mar, porta un virus. La tristeza deambula por sus células y se niega a marcharse. La tragedia se ha enamorado de sus ojos y ha visto en él un juguete con el que puede entretenerse. Aunque es probable que la tragedia escape de los favoritismos, solo va mudándose de hogar, hambrienta, omnipresente. Es un niño que se divierte quemando hormigas con una lupa.
Hace unos años me creí parte de una conspiración. Primero, la muerte de mi mejor amigo, quien también cumplía el rol de maestro. Un escritor que debió silenciar su imaginación y en sus cenizas aún habitan metáforas, polvo que alguien debería descifrar; tal vez sea necesario un traductor para encontrar en esos restos el último capítulo de una novela inconclusa. Ahora pienso que a la tragedia le molestan las carcajadas, deambula imitando el gesto, obligándose a reír, pero el esfuerzo la fatiga, le es más sencillo desterrar la alegría de los demás que hacerla suya; entiende su naturaleza, su función en este juego en donde las reglas son inmutables. La partida de mi amigo fue un golpe contundente, partía uno de esos sabios que ya han recorrido el desierto y te indican por dónde avanzar.
Pocos meses después se haría presente la peor noche, una que será imposible borrar y cada tanto aparece previo a dormir, incluso se cuela en los sueños como un actor que repite su papel de extra. Me pregunto ahora porqué la tendencia a registrar el trauma. De todos los años que mi padre estuvo junto a mí coleccioné varias memorias: Las recurrentes vacaciones en donde mi viejo se dejaba embrujar por el Pacífico, como si entre las olas advirtiera la presencia de sirenas. Sus manos en la harina, forjando el pan de los domingos, los chistes de humor negro, su deseo constante de abordar un ovni que lo llevara a recorrer el universo y le entregara todas las respuestas; pero cada noche entre la belleza se asoma la tragedia con su zumbido persistente.
Los últimos minutos de mi padre fueron extenuantes. Yacía en la cama del hospital, delgado, con la resignación abrigándolo, como si ya hubiera agendado la hora de morir. A pesar de la derrota asimilada, cada jadeo simulaba una mano sosteniéndose al risco, su garganta despedaza eran las uñas clavándose en la piedra.
Ya he redactado textos para despedirme de ambos, palabras que anhelan el consuelo; ahora dudo si las frases curan o ¿cuántas hay que escribir para sanar? ¿hasta que los dedos sangren? Tal vez los párrafos no sean útiles para sellar una etapa y cerrar ciclos.
Mientras recorro los tonos azules de Manchester junto al mar, sus paisajes acompañados por la música de Lesley Barber, intento descifrar si hay una vía para resurgir. Veo a Lee, su trabajo como encargado del mantenimiento de un edificio. Se desplaza como si hubiera extraviado el deseo, su hablar es pausado, revela a ese hombre al que todo parece darle igual.
Tras conocerlo, tras verlo lidiar con las quejas de cada vecino, sabemos que Lee se ha adaptado a la monotonía, a esa vida sin agitaciones del que se sabe sin nada. Una escena basta para reflejar su estado emocional: una mujer le coquetea en un bar, pero al segundo él levanta una muralla, quizá los cuerpos femeninos ya no le atraen, ni siquiera como una forma de huir en la piel ajena. Minutos más tarde, tras varias cervezas, busca cualquier pretexto para pelearse con dos tipos que lo observan. Después sabremos que sus mejillas ansían el castigo, el puñetazo que acalle la culpa.
Una llamada telefónica cambia el rumbo de la historia. El aviso de la muerte de su hermano y la reacción casi robótica de Lee. Sin drama, sin llanto. Entonces la trama abre una puerta. Antes de irse, su hermano ha dejado en el testamento que Lee debe ser el tutor de Patrick, ese sobrino que ya es un adolescente y del que sabe muy poco. Es en esta escena cuando Lee revisa los encargos de su hermano. Imposibilitado de asomarse al futuro, la gravedad lo lleva al pasado y Kenneth Lonergan, director de esta obra maestra, presenta uno de los flashbacks más bellamente construidos en la historia del cine. Lonergan extiende el tiempo, se lo apropia, estira la cuerda y lo que en el presente es el intercambio de unas cuantas líneas, nos lleva a conocer el porqué de un corazón incendiado.
La película es hermosa por sus tonos, por la precisión de sus diálogos, la actuación contenida de un Casey Affleck enorme, cuya voz parece destinada para este protagonista. El argumento es mínimo, pero esa sobriedad -liberada de artificios- facilita dirigir la mirada hacia sus capas más profundas. El viaje al dolor de un personaje que nos conmueve. Una aproximación a los escombros de una vida.
Detendré aquí los detalles del argumento, es mejor que el lector que aún no ha descubierto este relato sienta el viento helado de ese Manchester junto al mar, en América, con aguas en donde los pequeños barcos danzan en busca de paz.
Sólo me restan más preguntas. Las dudas que brotan tras la experiencia de una película demoledora. ¿Qué tanto me diferencio de Lee? ¿Aún soy capaz de pescar un motivo, el motor que impulse a seguir adelante? Quizá la única certeza es que las muertes cercanas nos provocan un cambio de rostro, la piel muta, jamás somos los mismos. La inocencia se desvanece y mirar hacia atrás es una tentación constante, como si quisiéramos volver por ese náufrago que es imposible rescatar.
Intuyo, entonces, una causa, esa idea por la cual continuar y que es ajena a mis objetivos, a las metas que configuran la existencia y resultan útiles para engañar al tiempo. Concluyo que mis ojos ya no me son exclusivos, han dejado de pertenecerme por completo, ahora también los habitan los muertos. Me corresponde conducirlos a esos sitios que nunca visitaron, disfrutar de los paisajes con su humor, extender mis sentidos a sus gustos, acostumbrarme al café amargo y a esas canciones antiguas que ahora besan mis labios. No se trata sólo de recordar, de evitar el olvido. No basta con las fotografías de eternas sonrisas; quizá la única forma de engañar a la muerte es adoptar los gestos ajenos, disfrazarse cada mañana de esa vida robada. Tal vez, Lee, esa sea una opción para soportar el invierno, para no firmar la carta de renuncia.
Manchester junto al mar
Título original: Manchester by the sea
Guión y dirección: Kenneth Lonergan
Reparto: Casey Affleck, Michelle Williams, Kyle Chandler
Amazon Studios; Estados Unidos, 2016