Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

Mujeres juntas: la joya de la corona

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Por Angelina Muñiz-Huberman

16 Julio 2020

Hoy los gatos en el tejado de mi cabeza me recuerdan los modos de desobedecer aquellas consignas que tanto bien nos hacen. Especialmente al recordar a las mujeres. Por eso, honro aquí la presencia de la grandísima escritora Angelina Muñiz-Huberman; y lo hago por medio de la joya de la corona que yo también le coloco, porque su crítica no sólo me ha fascinado, sino que me ha abierto los ojos hacia mi propia escritura, a través de una mirada nueva.

Mujeres juntas, no difuntas, mujeres que juntas hablan, se acompañan y caminan. Que cada una de nosotras sea la joya de la corona para la otra.

¿Ven que mis gatos no me dejan dormir? Pero qué bien me azuzan para que por aquí ande yo externando estos extraños pensamientos. Comparto, de este modo, la reseña que Angelina Muñiz-Huberman hace de mi libro:

Ethel Krauze

 

 

Ethel Krauze: Un nombre con olor a almizcle y a gardenias

 

En este nuevo libro de Ethel Krauze la concentración poética y la creación metafórica llegan a su expresión límite. La palabra toma nuevos vuelos, y el significado oculto de cada término provee de claves que cada lector descubrirá a su gusto. Puede ser una lectura textual, siguiendo el orden de las palabras, o puede ser un infinito mundo de símbolos, de historias entrelazadas, de movimiento perpetuo. El ritmo de cada poema se alía a una imagen por primera vez descubierta. Los sentidos se desgranan en sonidos, olores, colores. Si pensáramos en el tacto, también existe de manera sugerida, como el roce de un pétalo de “gardenia”. El enigma y el misterio abren la imaginación, y un toque melancólico se impone.

Un nombre es el eje del poemario, cuyo significado es la labor a seguir. De este modo, a la manera de los antiguos sabios de la mística hebrea, el nombre lo es todo. Simboliza la unión de la vida con la Divinidad. Es el instante del nacimiento cuando la palabra se origina. La creación de Dios fue dada al pronunciar el nombre que identificaría al sujeto y al objeto. En El cantar de los cantares es el nombre del amado lo que pregunta la Sulamita por las calles de Jerusalén.

Gracias al nombre la poesía puede evocar, invocar y luego revocar el orden de las cosas y las palabras. Es el sonido dando vueltas en laberintos perdidos y encontrados. Es el eco guardado en el fondo del caracol marino. De ahí que el nombre sea esencia pura, aunque se anhele su presencia.

El otro eje del poemario es el almizcle y las gardenias, en contraste o junto con el deseo de la unión mística y erótica. El perfume de ambos, sólo percibido por medio del olfato, aunque se encuentre en la página, opone contrarios. Su simbolismo rueda del afrodisiaco proveniente del ciervo almizclero a la simbólica pureza de la gardenia. El almizcle requiere de la muerte del ciervo para obtener la glándula que segrega feromonas. La gardenia y su blancura evocan el estado espiritual. Así, muerte y vida se fusionan en un solo estado de ánimo.

Sesenta y un veces, el 6+1=7cabalístico, la noria poética de Ethel Krauze da vueltas a esos dos ejes en busca del nombre, sí, del nombre perdido:

Pero un hado que se desenterró de golpe

dijo tu nombre

un nombre con olor a almizcle y a gardenias

tan estremecedor

que lo olvidamos.

 

Hemos perdido la inocencia. (p. 6)

 

Otro hecho poderoso mantenido a lo largo de los poemas, es la elección de la primera persona del plural, como signo que representa a la vez que esconde. Defiende, pero protege. ¿Quiénes son esas primeras personas? Puede ser un falso plural o mayestático o lo contrario, de modestia o bien grupal. No importa, las variantes se acumulan y el colectivo se mantiene.

Si el tono místico, en sus formas erótica y espiritual, es el elegido el sentido de los poemas, se eleva al más alto vuelo, como expresara San Juan de la Cruz: “Le di a la caza alcance”. Y con este tono me gustaría seguir.

Así, de regreso al nombre presente como tal -“nombre”-, en las páginas del libro llega a convertirse en súplica, en petición esperanzadora: “nómbrate”. Las variantes van marcando una evolución que finaliza con “seremos tu nombre” cuando se establece la unión última.

Se trata entonces de la falta de nombre de la Divinidad, ya que nombrarlo sería ponerle un límite, porque ¿cuál de todos los nombres sería el suyo?, entonces se queda con la palabra “nombre“: ha-shem en hebreo, que abarca todos los nombres que han sido, y los que serán. Y si pensamos en la vertiente erótica el amado, éste carece de nombre porque representa a todos los amados que han sido y que serán. Los términos se unen.

Los primeros versos del poemario dicen:

Te pedíamos pan

y sombras veraniegas

de vez en cuando

para que vinieras.

 

Nunca tu nombre.

El hechizo bastaba. (p. 5)

Y los últimos:

Seremos nombre de tu nombre

nombre cuerpo

de dulce carne hecho,

sólo un nombre en la página del aire. (p. 65)

 

Entre nombre y nombre de qué modo nombrar al Innombrable. Sólo por la imagen poética que dice y desdice lo que hay más allá de las palabras. El esfuerzo es el cúmulo de toda imagen posible que se suma, una tras una.

No nos dejes así:

nómbrate piel del aire

o nómbrate milagro.

Y ese es el milagro de la poesía: poder expresar lo inexpresable. Nadar y bucear entre las palabras. Hundirse en el fondo marino y volar al cielo trasparente. Lo inalcanzable, las intocables nubes. El azul inventado que no es nada. La nada como la existencia: “Porque no eres llave / no eres ventana / ni tu sombra es la oscuridad de fronda bajo el laurel”. (p. 7) Como la teología negativa de Maimónides: Dios no existe, porque si existiera tendría un principio y un fin.

Pero el deseo de saber no termina, y la afirmación se instala: “Haremos de nosotros un solo nombre / un nombre solo que nos diga por dónde”. (p. 10) Y como en El cantar de los cantares:

Te llamamos en el quicio de las puertas que no se cierran

con los ojos insomnes

esperando una señal

pero no sabemos tu nombre

sólo una ráfaga de espanto y de milagro

nos ilumina dulcemente en la tempestad. (p.16)

 

Y Ethel nos devuelve otra palabra clave: “esperando”. Esperando a otro innombrable: el Mesías, el del fin de los tiempos. Esperando, como esperaron los judíos de España y Portugal. Esperando un sonido, una respuesta al ruego, una pronunciación, el principio de una frase. Dispuesto “Un silencio de gritos / un ulular atisbando el oído / sin llegar nunca”. (p.23) Una esperanza en cualquier y en todo momento, actitud, manifestación: “como quiera que quieras te esperamos”. (p. 29). Esperanza que puede estar unida a la muerte: “te esperamos sin saber que te esperamos”. (p. 30)

Un nombre que es todo amor, un nombre “en la inicial de cada nombre / en el puerto del alma / donde las cosas se encuentran y se aman”. (p. 26)

Puede ser también la numerología mística, guematriá, donde letra y número se abrazan y se explican entre sí: “como si fueras el infinito sobre cuatro”(p. 31), donde 4 es el tetragrámaton o las 4 letras de Yavé (iod, hei, vav, hei).

Mas no es sólo la Creación, es el Éxodo y el compendio de la historia bíblica en breves pinceladas armónicas. La mujer de Lot convertida en estatua de sal, Moisés y la partición de las aguas, su peregrinaje por el desierto sin llegar a la Tierra de Promisión. Esencia de esencias es el poemario de Ethel Krauze.

Por eso, nómbrate

y te escucharemos.

Sin miedo de volvernos sal,

sin miedo de partir el mar en dos,

sin miedo de buscar a tientas

en el umbral de lo imposible

una tierra que jamás veremos. (p.45)

 

Y otros ejemplos más: Egipto, Babel, de nuevo el Mar Rojo, el Sinaí, el diluvio:

A la esfinge

a las labradas lenguas de Babel

al mar doblado en dos espejos

les rendimos

hace tiempo

el diluvio de nuestros besos codiciables.

 

Pero nadie sabe llevarnos al pie

de la montaña

donde las cosas te nombraron. (p. 47)

 

El nombre, entre las letras tejido, dejaría de ser perseguido “si nos saciara el lenguaje que inventamos, / si las palabras volcadas / como dados sobre la mesa / escribieran una historia legible”. (p. 48) Invención, azar, escrito de la humanidad.

Si se supiera el nombre: “Sabríamos bendecir, / beber la copa, / desandar laberintos”. (p. 51) Se interiorizaría el nombre y sería cuidado, una fuente de bondad borrando del mundo lágrimas, muertes, desamparos. Para cerrar con la petición inevitable: “Nómbrate, / no alteraremos un átomo / de tu milagro”. (p. 58).