Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

Mi poema al violador por Ethel Krauze

A LOS CIEN AÑOS DE SU NACIMIENTO:

Y con el empuje de Shakira, yo también cogí otro avión…

Foto de Shakira, tomada de Wikipedia. 

 

Mi poema al violador

por Ethel Krauze

Enero 2023

Voy a gozar la última embestida de tu cuerpo

            -tu sexo ardiente, grave, bruto, denso

            al fondo de mi sexo-,

y a dejarte ir.

Me debes eso.

Te escribiré un poema

que te sirva de bote echado al mar

cuya vela se extienda

            eterna,

y surque a la deriva

la inmensidad de la memoria,

tanta,

que pueda, al fin, perderte de vista

aunque sigas ahí.

Te daré unos remos,

una botella de agua

y un parasol para los tiempos rudos.

Desde mi tierra firme

voy a decirte adiós.

            Será una buena despedida.

Casi amable.

Casi etérea.

Ya vas al fondo del paisaje,

los ojos atristados

como queriendo sonreír

en el atardecer

            en cuya imagen te disuelves.

Ya no siento dolor.

Hay un lento sol que se evapora.

Te desprendo de mí,

te dejo la camisa,

las manos,

los ojos que me miran

            como si pidieran perdón.

Te dejo pan,

un ave que te sobrevuele,

algunas lágrimas en los bolsillos;

la máscara del lobo violador

            envejecido

que se comió mi infancia de un mordisco.

Te servirá en el viaje.

Llévate el miedo

en esta caja de cartón.

Ya no lo necesito.

Llévate la miel de la serpiente

con la que me ungías:

tu lengua  doble filo

            de genio incomprendido.

Insaciable.

Lacerante.

Guárdala en este frasco

Y cuida que no vuelva a derramarse.

Te devuelvo tu sombra

            en una copa de vino

y el olor de mi piel que se quedó en la tuya,

para que te acompañe y te cobije.

Pero antes de todos estos bienes que te cedo,

me toca disfrutar

ahora sí,

con toda mi conciencia,

esta última vez, la mía,

la que decido yo,

la despedida.

Yo misma voy a abrirme en dos

para que encajes

            ese dulce sopor

            envenenado

de reptil acuoso,

de súbito amargor,

y en el reposo,

molusco sibarita:

patético y medroso.

Amigo,

es lo que es.

Toma tu bandera

            y tu cetro,

el asta de tu verga embalsamada,

y empácalos con el tesoro

de mi carne virgen:

que guíen tu camino

que te marquen el paso

que llegues a buen puerto:

            que encuentres tu destino.

También te quise:

            es hora de acoger ese recuerdo,

redimir tantas horas

            meses

                        años

dedicada a bordar un espejismo

en el pantano,

una flor en la herida,

un abrazo en el puño de tus manos.

¿Cómo sobrevivir, si no?

Tanto hilvané,

que al fin te convertirse en mi obra de arte.

Llévate esas palmas,

ese verdor en tu desierto,

ese paréntesis de amor auténtico que pasó como un ángel

en algún momento.

Te servirá,

como me sirve a mí

en este trance de dejarte ir.

Es un buen paisaje:

te alejas en una casi dulce luz crepuscular,

casi adivino un cielo levemente anaranjado,

el mar es casi gris,

casi verde,

como tus ojos que sonríen con tristeza:

será la última vez que nos veamos.

Mi corazón se agita, casi con entusiasmo,

atesorando el pulso del instante.

Quiero quedarme así,

en esta sensación,

que es casi una certeza

de que ya te irás,

cientos de miles de años después ya no estarás,

¿o seguirás desvaneciéndote en esta grieta intemporal?

En mi lecho de muerte, ¿se abrirá el compás de la memoria para incluirte

en el repaso final?

Si fuera así, no importa,

sé que estarías partiendo, y así retornarías en mi último aliento: yéndote,

yéndote,

yéndote,

amigo violador,

yéndote, alguna vez amado,

yéndote,

cantando yo esta despedida,

mi mano estremeciendo el aire

con ese adiós que aquí te envío,

desde mi tierra firme,

desde mi olvido.