Memoria / Rocío García Rey
MEMORIA
Autora: Rocío García Rey
Junio 2024
Aquella tarde, cuando era niña y viajaba en el metro con su hermana mayor, no entendió por qué ésta le dijo en tono de reclamo a un hombre que repentinamente se acercó a ella: – ¡Cuidadito con las manos! El hombre quedó azorado. La pequeña no dudaba de la valentía de su hermana era valiente. La hermana no se equivocaba, por ello quiso reír cuando el hombre levantó las manos. Tal hecho hizo que apretara con mayor fuerza la mano de su heroína. Con ella cuidándola nada malo le pasaría.
2
El reclamo de la hermana, aparentemente había quedado en la lejanía; pero años después, como si de una chistera abominable saliera el pretérito, comprendió por qué su hermana había exigido la quietud en aquel hombre. La anagnórisis tuvo color de asco mezclada con vergüenza. Era la primera vez que, siendo adolescente, salía sola a la ciudad. Había sido aceptada en la preparatoria. En el autobús que tenía que llevarla a Indios Verdes, un hombre puso la mano en su muslo; a diferencia de su hermana, se quedó muda. Las manecillas le parecieron, eran amigas de aquel hombre, porque el tiempo se volvió una cortina densa, impávida.
El autobús llegó a su destinó. Ella corrió como si fuera perseguida por un cazador intempestivo. Su carrera sólo le sirvió para llegar a un vagón lleno de pasajeros. Voy ala preparatoria donde estudió mi hermana, se dijo para darse valor. La multitud siempre puede ser un mal sueño, aun cuando tengamos los ojos abiertos. Ahí, las manecillas paradójicamente cambiaron de velocidad. Ella de pie y atrás otro hombre repegando su sexo a ella. El pretérito, entonces, se transformó en absoluto presente, aun así ella siguió muda y paralizada.
3
Una mujer, durante muchos años, creyó que merecía los tactos y los manoseos nauseabundos. “Soy gorda y fea”, se repetía para impostar el asco y la doble vergüenza de no ser como su hermana y atreverse a gritar.
El silencio en las almas que se han guarecido en el invierno, tiende a transformar en secretos, cuasi intactos, los hechos de las batallas que no ganaros, quizá batallas ni siquiera enfrentadas. El secreto, entonces, sale del alma y navega en la epidermis aterida: el cuerpo una ventana sempiternamente cerrada.
4
Una mujer madura cruza las avenidas y se encuentra con una multitud que hace lo que ella clausuró; esa multitud es de mujeres: se mueven, bailan y gritan. El morado se extiende ante sus ojos. El morado y una pancarta en particular atraviesan el secreto, el secreto de su aterida alma: “El violador eres tú”. De nuevo el cuerpo aterido. No podrá bailar ni gritar… no podrá, mientras su llanto se vuelve una agónica carcajada.