Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

Memoria íntima de los libros

Por Ulises Paniagua

Enero 2022

 

Amo los libros: ellos resguardan la memoria. No sólo la colectiva, que se transmite por generaciones, sino la memoria personal, la memoria íntima. Hay libros de los que recuerdo perfectamente el lugar y la hora en que los leí. Tal vez no la fecha, porque es casi imposible tanta precisión, aunque sí la nitidez de las sensaciones que experimenté ante las páginas.

            “El almuerzo desnudo”, de William S. Burroughs, lo leí en mi primer viaje a Cuba, allá en el remoto 2004. Tengo presente la memoria de cuando me senté en una banca, sobre el prado del Hotel Nacional, para dejar impresionar a mi entendimiento con la innovación de la técnica del cut up de esa novela. Me parece percibir, incluso, la brisa, los matices de un atardecer rojizo, la presencia del mar, con toda su frescura, en el malecón.

            “Ulysses”, de James Joyce, es un libro que leí a los diecisiete años, tendido de forma plácida -al estilo de Stephen Dédalus- en una cama de la casa hermosamente primitiva de mis abuelos, justo en un pueblo de Veracruz. Recuerdo las noches de un calor dulce, y el reflejo de la luz que entraba por la calle, proyectada sobre el techo de la casona como un teatro de sombras. En ese pueblo, Rinconada, al que guardo un afecto inmenso, leí también la “Crónica de una muerte anunciada”, de Gabriel García Márquez, en una tarde lluviosa en medio de una vegetación tropical, similar sin duda a la que se reproducía en las páginas de la novela breve del autor nacido en Aracataca, Colombia.

            “La historia del ojo”, de Georges Bataille, recuerdo haberla leído en Villa Purificación, Jalisco, durante mi estancia como ingeniero-arquitecto, en la construcción de un par de puentes en la carretera que conduce hoy a Colima. Aquella histórica exótica y erótica la leí en medio de un calor infernal, un trabajador cocainómano y la cercanía de música grupera. Tal vez ese contraste entre el contenido literario y el fondo material es lo que despierta hoy una evocación tan vívida.

            ¿Por qué algunos libros encienden en nosotros sensaciones profundas e inolvidables mientras otros tantos, por mucho que nos hayan marcado, no logran ese nivel de fusión espiritual, metafísica? Es un misterio. La relación libro-vida es compleja, y alcanza también el contexto socio-histórico, y la etapa personal que experimentamos en nuestros días. Pero, además de ello, parece ocurrir un acercamiento entre quien escribe y quien lee, con un toque casi fantástico.

            Si “escuchamos con los ojos a los muertos”, como afirma Quevedo en su poema “Desde la torre”, o al menos a autores vivos mientras leemos, ¿es posible que, a la distancia y sin saberlo, en algún limbo literario los autores sean capaces de escuchar sus ecos? Es el asunto de la idea borgeana donde cada libro que disfrutamos ha estado destinado a nosotros desde siempre. Al pasar los ojos sobre las líneas de un párrafo delicioso del libro, ese artefacto de extraños y sombríos que son las letras y la puntuación, se activa el mecanismo de los símbolos conectando, como un ordenador en la red, la mente y las experiencias de quien lee y escribe.

            Leer un buen libro, encontrar la buena literatura, es como degustar un vino o un café exquisito, no importa si éste es ácido. Se sabe cuando se está ante una “delicatessen” porque hemos probado mucho de eso para reconocerlo. Un gran lector se vuelve un catador involuntario de historias, ensayos o poemas.

            Más no sólo eso: un buen lector, al igual que el poeta Vicente Huidobro, en “Altazor”, se convierte también en un pararrayos, un satélite que percibe las experiencias internas o externas de un o una protagonista entre páginas, y  la dulzura o la fiereza del ambiente que le rodea. Leer se convierte en una experiencia sourround, home teather, 3D; es incluso mejor que la realidad virtual porque el mundo es construido por lo que imaginamos y no por un programa u ordenador. Somos, en ese momento, lo que leemos; somos en el momento en el que leemos.

            No es raro, entonces, que uno piense en los libros como un ser querido, porque ellos forman parte de nuestra vida, nos conforman, y en ocasiones nos confortan. Algunos libros han pasado nuestras etapas solitarias o depresivas; algunos más nuestros periodos felices. Aun me parece ver a un joven de dieciocho años (mi yo joven) sentado en el jardín de la Biblioteca Central, en la ciudadela de Balderas, al inicio de una gran tormenta, con un ejemplar de “Pantaleón y las visitadoras” en sus manos. Me parece verlo, a los veinte, leyendo una antología de los mejores poetas del siglo XX, descubriendo a Pessoa, Passolini, Strand, Pinzarnik, en la banqueta del edificio central de su escuela de arquitectura, justo antes de sus clases de teatro.

            Somos lo que leemos. Leemos memorias, nuestra memoria. Somos la memoria íntima de los libros; libros que a su vez nos leen con interés y parsimonia. Lo repito: amo los libros. Ojalá sobrevivan a la barbarie contemporánea. Los haya por siempre y para siempre. Habemos seres que sin libros no vivimos ni recordamos el mundo del mismo modo.

 

 

 

 

 

Ulises Paniagua (México, 1976)

Narrador, poeta y dramaturgo. Ganador del Concurso Internacional de Cuento de la Fundación Gabriel García Márquez, en Colombia (2019). Fue entrevistado por Silvia Lemus, en el año 2020, en el programa “Tratos y retratos” de Canal 22. Incluido en la antología internacional de carácter bilingüe “Puente y Precipicio”, publicada en Rusia, dentro de la celebración de la Bienal de Poesía de Moscú, bajo la selección de Natalia Azarova y Dmitriy Kuzmin (2019). Es autor de dos novelas, siete libros de cuentos y cuatro poemarios. Ha sido divulgado en antologías, revistas y diarios nacionales e internacionales, incluyendo Nocturnario, El búho, Círculo de poesía, Nexos, Siempre!, Blanco Móvil, Punto en línea, El Sol de México, Ígitur, Letralia, Nueva York Poetry, Altazor, Algarabía y Jus. Es publicado de forma habitual en Revista Anestesia, a través de su columna “Los textos del náufrago”. Es también editor de contenidos, en dicha revista. Es parte del catálogo de autores del INBAL. También es director del Festival Universitario de Literatura y Arte, Creador y director del Coloquio Internacional de Poesía y Filosofía (respaldado por el Fondo de Cultura Económica), y coordinador de publicaciones de la revista Blanco Móvil, en su sección de narrativa. Publicado en la Academia Uruguaya de Letras, en España, Italia, Perú y Venezuela, su obra ha sido traducida al inglés, ruso, griego, serbio, checo e italiano