Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

Matar y comer del muerto

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Por Alejo Serna 

16 Abril 2020

Ya tengo mucha confianza en esta casa y no sé si eso es bueno o malo. El hecho es que llegué temprano, más perfumado que de costumbre, con una chocolata en el bolsillo de mi chaqueta, porque a ella le gustan los chocolates, y vamos para cine, porque a ella le encanta el cine.

Mi suegra abre la puerta y me dice que siga, mi adorada novia —como toda buena mujer— apenas se está bañando; falta una hora para la función, supongo que hay tiempo de sobra para llegar.

Atravieso la sala, paso por el pasillo y doy un suave toque a la puerta de la ducha.

—Hola amor.

—Hola. Ya salgo,  no me demoro.

Sigo hacia su cuarto, recojo un par de prendas tiradas en el suelo, llevo sus tacones hacia la caja de zapatos, arreglo la cama que estaba sin tender, y luego, como una simple necesidad, me siento al frente del computador. Me agrada escribir, más que todo cuando estoy de buen ánimo, cuando me siento enamorado.

Estoy con una buena mujer, y merece una buena poesía:

 

Tu sonrisa lleva tiempo tratando de matarme,

lleva días intentando castigarme,

sabe que la única manera de olvidarte,

es quitándome la vida, dejando de respirarte.

Tus ojos, tal vez tu mirada completa,

esa picardía que enseñas cuando vas en bicicleta,

esa manía de rockstar coqueta…

 

Siento una vibración al lado del computador, cinco segundos más tarde vuelve a vibrar, es su celular recibiendo algunos mensajes. La tecnología es maravillosa, gracias a ella estoy escribiendo mi situación, y ustedes pueden leerla con solo unos minutos de diferencia.

—Amor, te están guasapiando.

—Bueno, ya voy.

Yo tengo mucha confianza con ella y no sé si eso es bueno o malo. Igual, tomo su celular como lo más normal del mundo, veo sus mensajes recién llegados y comienzo a temblar. Estoy atónito, pero leo nuevamente buscando alguna incoherencia. Les transcribiré lo que estoy leyendo para que me entiendan:

 

Dale, me avisas cuando salgas.

Tengo muchas ganas de ti.

 

Ese es el último mensaje que acaba de llegar. Omito el nombre porque muchos de mis amigos saben quién es mi mejor amigo. Entonces, miro los anteriores mensajes:

 

Nena, hoy si tengo condones.

Disculpa, la vez pasada nos quedamos con las ganas.

Quedé aburrido.

Y yo. Quedé con unas ganas.

 

¿Nos desquitamos hoy?

¿Toda la noche?

Pero tengo que ir al cine

con mi novio. Ya me comprometí con él.

Ya te escribo, me voy a bañar.

 

Dios la bendiga…