Mad(r)es
Por Cleva Camila Villanueva López (Astro Damus)
Marzo 2021
Somos carne de voces que no expiran:
carne eléctrica colmada de aullidos.
Una voz esculpió en la oscuridad
la luz que permanece
en el susurro de todas las cosas.
Una voz nos permitió acercarnos
al secreto del mundo.
Y ya nunca más volvimos…
Esa Voz llegó a mí cuando me encontraba lejos;
plagó mi garganta de silencio
que cavé con las manos ciegas
y la mirada del corazón abotagada de gritos.
En la cuenca de mi corazón se escribió un desierto.
Escuché brotar al poema desde lo hondo,
lo oí pronunciar una a una
las sílabas de mis lágrimas.
Mi nombre se volvió un nuevo hábitat,
la promesa del tormento
que ya no duerme, que ya no asfixia.
Somos el respiro de las palabras
que nos inscriben la inmensidad de los rostros
en la finitud del cuerpo.
Cuerpo lumbre, cuerpo ceniza,
¿cuántos cuerpos fantasmas
habremos de encontrar emparedados en las casas?
El sol de mi seno ruge.
Clama ser alimentado por la papilla tierna del mar:
del mar madre, de la madre mar, de las ma(d)res.
Enterradas en el cielo de mi vientre crecen miles de orquídeas
que amamanto a diario con la leche de mi palabra.
Palabra-orquídea circundada por millones de cantos,
cantos lunares de millones de especies.
Dicen que no tenemos rostro,
pero aquí (donde no lo hay) se abre la orquídea
y empezamos a ser el rostro flor
que riegan las miradas.
El cielo nos crece dentro
como un tallo infinito lleno de las cicatrices
que continuamente nos nombran.
Ya no vivimos en las lenguas desiertas.
Aunque todo en mí se tiente a ser
la hoja deshidratada, la boca esterilizada,
la duda que pesa como le pesaba a la manzana
el castigo de la muerte en el paraíso.
No so(m)os “la manzana”, Eva.
No so(m)os el velo, Olvido.
No so(m)os el agujero, Falo.
No so(m)os “las castradas”, Freud.
¡Dios se ha vuelto mujer!
Comenzamos a escuchar desde los párpados.
Cada cosa nos murmulla la infancia.
Y es necesario agujerar las montañas de olvido
y dibujar una sola ventana.
Los campos de concentración no tenían ventanas.
Los prostíbulos no tienen ventanas.
Las ciudades no tienen ventanas.
Las tumbas no tienen ventanas.
Una ventana nos pregunta: ¿cómo te llamas?
Y des-vela la cara.
Una ventana es un reencuentro.
Y muchos días nos da miedo
ser la que puede despertar,
la que puede vivir, la rosa en medio de la nada.
La que abre la ventana.
Nuestra alma arde de duda,
pero también es toda ella certeza.
Y se nos dice “histéricas”:
¡Histéricas! ¡Histéricas!
como si fuera eso un conjuro para silenciarnos
o un veneno inevitable del nacimiento.
Somos la eterna amenaza,
las Medusas que, al mirarlas, petrifican.
Venimos desde la lejanía, de una isla
que al bordearla los hombres creían
emitía berridos bellísimos de animales.
Somos sirenas sin sus alas arrancadas:
“no humanas, más salvajes, siquiera entendibles”.
Somos eso Otro al que se le teme ver llegar
desde un lugar extraño, nunca conocido.
Al que se le ata a la correa del entendimiento,
al que se le coloniza, se le doma y esclaviza.
Somos el deseo desbordado que no puede encerrarse
en una habitación vacía
y pretender que muera por inanición.
Sofocadas de deseo y capaces de ser otra:
de la mujer que somos, de la que será, de la que no es siquiera.
El cuerpo nos hace más peso que una gota.
Somos ligeras nadadoras
en la corriente ilimitada de todas nuestras mujeres.
Aunque al día siguiente quieran
que nuestro cuerpo se vuelva una cifra
y la voz, un número tatuado a la espera de una cámara de gas.
¿Dónde estás?
Rosa solitaria a la que no nos atrevemos a llamar,
ternura que ya no queremos acoger,
porque si abrazamos a una flor, seremos las traidoras,
las mismas que tomaron la manzana
para correr a Adán del edén.
Y si acaso decidimos quitarnos el velo
y reconocernos de la misma sangre
con las mismas heridas, más allá de la espina,
entonces se nos apuñala, se nos desaparece, se nos olvida.
Cuán difícil es llegar viva y darle la mano a otra.
Más fácil se ha vuelto olvidar
para que dejen de escribir en la historia que somos locas,
las siempre insatisfechas, las culpables, las ladronas
y escriban con el falo que somos las Poquianchis:
Las mujeres destroza mujeres.
¿Quién eres? ¿Estás ahí?
Vuelve a la ventana, mujer.
Tiéndele la tierra a otra.
Abre tu piel espaciosa a su llanto
porque todas venimos de ahí,
de esa estría soledad a la que preferimos
apagarle la luz.
No lo olvides, mujer, recuerda.
Vuelve tu mano al interior,
vuelve tus ojos el resplandor fuera de los muros.
Aprende a besar otra vez a las rosas.
Aprende otra vez a mirar(te), mujer.