Los últimos días del papel y la tinta
Por Brenda Raya
16 Enero 2020
Pequeño de estatura, de piel morena Hilario Fuentes ha vivido los últimos cincuenta años de su vida para el periódico, como el mismo dice: “en todos estos años he visto nacer y morir periódicos” aunque es muy conocido dentro de su gremio casi nadie le habla por su nombre, “el aguacate” sobrenombre que lo ha acompañado casi toda su vida es un apodo muy atinado, este hombre es fuerte como un fruto fresco, a primera vista nadie creería que tiene más de 60 años, el trabajo y el buen ánimo lo mantienen jovial, pero hay otro gran detalle acerca de su condición física, Hilario es una mezcla de voceador y atleta, como lo exigía el oficio hace varias décadas.
Ser voceador hace 50 años era también tener mucha condición física sobre todo para los que se dedicaban exclusivamente al reparto de periódico. Los llamados corredores eran esos trabajadores atletas que cargaban altos bultos de periódico sobre una bicicleta y se trasladaban por toda la ciudad, cuando la producción de periódico estaba más centralizada y era una hazaña distribuirlo por todas partes, la bicicleta demostró ser el transporte más efectivo y rápido para eso.
El oficio lo aprendió viendo a los otros cuando el era apenas un niño, y en el barrio era posible ver cientos de bicicletas llegar a recoger el material para ser entregado a otros voceadores o vendido por ellos mismos, esa fue la estampa que durante décadas daba cuenta de la vocación de esas calles, Bucareli, Articulo 123, Iturbide y Humbolt principalmente.
El aguacate aprendió el oficio por etapas, primero fue repartidor y después emprendió su propio negocio, a temprana edad su encuentro con unos jóvenes voceadores cambió para siempre el rumbo de su vida. Nació en Peralvillo en 1950, a los siete años se mudó al barrio de Tepito con su madre y fue en esas latitudes donde conoció lo que era el trabajo, entre el juego y la curiosidad se acercó a los voceadores de la glorieta de Peralvillo, lo que más le llamaba la atención era que vendían mucho, poco a poco se fue integrando a ellos, así fue como llegó a Bucareli por primera vez.
No tenía ni diez años de edad, no alcanzaba el sillín de la bicicleta 28 –la clásica bicicleta de voceador o también de panadero- se metía entre el cuadro y emprendía la aventura, recuerda que su único pago era un raspado: “yo lo que quería era andar en la bicicleta, era feliz, con eso quedaba satisfecho” . Como los grandes artistas lo hacen, fue perfeccionando su técnica en la práctica diaria, con el tiempo eran cada vez más personas quienes le pedían que llevara su periódico a diferentes puntos de la ciudad, empezó a establecer sus propias rutas y aprendió a cargar cada vez más periódico en el portabultos. Por aquellos tiempos surgió el sol de México recuerda que se vendía muchísimo, que había mucha abundancia, el trabajo era infinito y ahí andaba él, buscándose la vida y construyendo su peculiar personalidad de deportista.
El aguacate es uno de los muchos voceadores que se formaron en esas calles, él como muchos otros no vive en el rumbo, sin embargo, ahí está su gran familia, sus compañeros. La hermandad que da ese oficio esta construida sobre el esfuerzo diario del trabajo, jornadas pesadas en horarios difíciles impensables para cualquier persona común.
La jornada de trabajo inicia a las tres de la mañana, para algunos un poco antes, el periódico debe estar organizado y empalmado perfectamente antes del amanecer. Expendedores, despachadores, repartidores, cargadores, empalmadores, todos colaboran para cumplir esa misión diaria. El periódico se imprime todos los días, los voceadores solo descansan cinco días al año: primero de enero, primero de mayo, dieciséis de septiembre, veinte de noviembre y veinticinco de diciembre, son -evidentemente- los días que también estas calles descansan, porque hablar del periódico y los voceadores es hablar también de la red de oficios que paralelamente existen por y para ellos.
Uno de ellos – y quizá el más importante- es el de las mujeres vendedoras de comida que trabajan desde la noche anterior para ofrecer comida fresca y calientita a las tres de la mañana, esa particularidad ha hecho que sus clientes sean también los trasnochados, que saben que en esas calles siempre habrá algo que comer para bajar un poco la borrachera.
Carolina lleva veintiocho años vendiendo comida: “acá he visto crecer a muchos, llegan de niños y se van haciendo viejos. Antes era más valorado el voceador, era un orgullo trabajar en esto, era más digno, había más dinero, hoy tú los ves cansados, enfermos y sin dinero, porque la vida del voceador es muy precaria, se gana muy poco, esto ya va para abajo”. Ella cuenta con entusiasmo como a pesar de nunca haber sido voceadora se siente parte de ellos, dice que le debe todo al periódico porque gracias a el pudo sacar adelante a sus hijos.
Como ella hay muchas otras mujeres que han dejado su vida y sus mejores años en servir el alimento para los voceadores, como Adela que llego al barrio de niña y cincuenta años después ahí sigue en las puertas del Excélsior dando más que comida, un trato humano y amoroso que es el nutriente necesario para soportar las arduas jornadas.
Otras actividades que han surgido para ellos son: la venta de ropa, de zapatos, de joyas, casi todo en modalidades de pago en abonos porque es la única manera posible de hacerse de algo. Vender periódico en plena era digital no es ningún negocio, la mayoría de los voceadores subsisten con lo mínimo, por eso han creado sus propios sistemas de ahorro y préstamo. Lo increíble es que ese sistema funcione a través de la confianza, no hay ningún otro medio para asegurar que el hacedor de tandas devolverá el dinero una vez cumplido el objetivo de la suma requerida, así como tampoco lo hay para el prestamista de que sus pagos serán efectuados puntualmente una vez que el voceador haya salido del apuro. La palabra es la única garantía que se otorga y casi nadie falta a ella.
Tienen su propia organización de transporte a través de taxis colectivos que no son taxis sino carros particulares que algunos han puesto a trabajar para ganarse un dinero extra, pero sobre todo para apoyar a los compañeros. Se organizan a través de rutas y van recogiendo en sus casas a cada uno, para llegar al expendio de periódicos y revistas. El transporte público no funciona para todos, especialmente para los que vienen de lugares distantes, como valle de Chalco o Neza donde además las tarifas en los camiones son más caras.
El oficio de vocear se adquiere por herencia, difícilmente alguien desee un trabajo con tanta dificultad y tan poca remuneración. Si existen los voceadores es por el amor y respeto que le tienen al trabajo que sus padres les enseñaron, la gran mayoría lo aprendió de niño y salvo pocas excepciones que cambiaron de giro, ahí continúan más por nostalgia que por verdadero negocio. Al contrario, muchos viven sumidos en las deudas y algunos –los más viejos- viven prácticamente en la miseria, sus cuerpos cansados no permiten cargar mucho, van al expendio y compran cinco periódicos a los que le ganan apenas unos cuantos pesos por ejemplar. En la actualidad ellos obtienen más ganancias por la venta de cigarros y refrescos que por el periódico y las revistas. Ser voceador ha dejado de ser importante para esta ciudad.
A veces la rutina es tan pesada que algunos despachadores de los expendios dejan de ir a sus casas varios días, porque es mucho el tiempo perdido en el transporte, y al llegar a su casa es tan tarde que las horas de sueño se vuelven pocas. Pasan sus tardes en la cantina o en el juego para después ir a dormir a algún camión o al propio expendio donde trabajan y estar descansados para la jornada siguiente.
Hace poco desapareció el ultimo lugar que los acogía por las tardes, en la calle articulo 123 frente a la inclinada Iglesia Británica. Una tienda oscura y vieja que fue en sus buenos años la mejor de la cuadra. La tienda del güero estuvo activa 58 años, a principios del 2017 los dueños del local le avisaron que ese sería su último año ahí, tenía que entregarlo el 31 de diciembre de ese año. Y así fue, el güero abrió su tienda hasta el último día de su plazo y no le dijo a nadie lo que sucedía, vivió todo ese año entre la angustia y la certeza de que eran los últimos momentos de convivencia en su tienda que más que eso fue un espacio de encuentro y compañía para los trabajadores que preferían pasar sus tardes mirando los partidos de futbol entre cerveza y cerveza, que en sus propias casas. En sus tiempos de bonanza la tienda del güero fue la única verdulería en el barrio, abastecía a la comunidad de fruta y verdura fresca, después incursiono en el arte de las tortas, de pechuga y bacalao pronto se hicieran famosas y esa etapa fue todo un éxito. Fue la mejor del rumbo quizá unos treinta años, hasta que el consumo de cerveza se apodero de ella y era tanta la ganancia que ya no importaba vender otra cosa, los parrioquianos no eran solo los voceadores, también lo eran los oficinistas que buscaban ansiosos un trago a precio popular. Federico el güero hizo de esa guarida su razón de vida. No habían pasado ni tres días del cierre de la tienda cuando él se presentó en esas calles como quien llega a trabajar, una memoria corporal lo situaba ahí. De sus ochenta y siete años de edad setenta y uno los ha pasado ahí, en esas calles, primero como ayudante, luego como voceador y al final con su tienda que fue un regalo de bodas de su suegro. Ese barrio fue el primer y único lugar que lo recibió cuando escapo de su natal Guadalajara siendo todavía un adolescente, ahí aprendió a trabajar, a ganarse la vida y ahí también se enamoró primero de una mujer y después del ritmo de trabajo, que definió su andar en la vida para siempre. Después del cierre de la mítica tienda, la comunidad voceadora respaldo al Güero, no tardo en encontrar un nuevo empleo, regreso de ayudante, después a vender periódico en la avenida reforma y ahora continua la labor en un puesto que alguien le compartió en la colonia doctores. No solo es la necesidad sino el vínculo vital que Fede creo con esa calle y su comunidad lo que lo mantiene vivo y activo, el trabajo lo hace salir de casa cada día, ganarse el pan y ver a sus compañeros nuevamente.
Dos grandes batallas libran cada día los voceadores, la lucha contra la información inmediata digital y el crecimiento desbordado de la ciudad, que va buscando espacios donde invertir en construcciones millonarias, que traen consigo nuevos estilos de vida y nuevos habitantes, a quienes poco importa la dinámica de trabajo que ahí ha ocurrido siempre, que ven con desagrado a los viejos trabajadores que “obstruyen” las banquetas para ejecutar su labor.
En tan solo pocos años ese barrio ha vivido transformaciones importantes, la llegada de nuevos negocios de comida extranjera, galerías de arte, tiendas de diseño, tiendas de bicicletas de lujo, murales invasivos que no comunican nada a la comunidad. La elevación en el cobro de las rentas ha hecho que solo lo más privilegiados económicamente puedan pagarlas, y son ellos mismos quienes ahora disputan el espacio con los voceadores, quienes están siendo confinados cada vez mas a pequeños espacios y también al recorte del tiempo en sus actividades, a decir de una de las vendedoras: “nos han exigido que antes del mediodía ya no estemos en la calle, nos ven mal, para ellos somos gente sucia y que estorba”. Por otro lado, la vocación de esa calle se ha exotizado a tal punto que es una de las locaciones favoritas de los nuevos cineastas y productores de comerciales, con frecuencia se instala ahí la maquinaria cinematográfica, que muchas veces con descuido interfiere y modifica su ritmo de trabajo.
Una de las torres más altas de la avenida reforma, la torre Cuarzo fue construida sin la menor consideración sobre el paisaje de la zona, su volumen y estética ajena al barrio se sobrepone abruptamente sobre el hermoso edificio que albergó al periódico Excélsior durante mas de cien años. Y aunque la torre se encuentra semivacía, proyecta una gran sombra permanente, la calle Donato Guerra nunca más volverá a sentir el calor del sol.
La constitución política de los estados unidos mexicanos señala en su Artículo 123: “Toda persona tiene derecho al trabajo digno y socialmente útil…” y ese fue el mejor nombre posible para llamar a esa calle llena de gente trabajadora, aunque la modernidad diga lo contrario.