Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

Los Arcoíris negros de Sergio Pérez Torres

 
Por Victoria Montemayor Galicia
 
Octubre 2021
 
 
 
Amor, muerte, deseo, flores, animales, fiestas, desamor, frenesí, erotismo, viajes, funerales, la pérdida de un ser amado, de una hija, la locura, la melancolía. La realidad que nos acecha, la muerte que nos ronda, el suicidio juvenil, la prostitución, los abortos clandestinos, el narco, la educación, los feminicidios, el secuestro, el cautiverio, la libertad, son algunos de los temas que encontramos en este maravilloso libro de los Arcoíris negros de Sergio Pérez Torres.
 
Me parece que como lectores nos encontramos frente a una antítesis desde que leemos el título; como si el negro tuviera varias tonalidades, pero no, es uno sólo, es más, es la ausencia del color. ¿Ausencias? ¿Muerte? Deseo elevado, nunca postergado: “A veces espero, que la muerte venga […] El espejo me espera quieto como una alberca que mira a un cielo sin estrellas, donde me sumerjo para después salir con alguien más, no importa quién. Siempre estoy listo.”
Prosa y poesía, Dante lo hizo en el siglo XIII con la Vita Nuova y su encuentro con Beatriz. En este caso tu Beatriz, Sergio, ¿sería la muerte o, el amor? Morir un poco cada día, o morir de amor; o por amor, o no importa por quién, no importa cómo. Cómo sea; como “un cáncer que crece, un temblor”. Cáncer, poemario de Pérez Torres, o, nombre de la constelación zodiacal entre el León y Géminis, en cuyo signo se encuentra el Sol en el solsticio de verano: “comencé a escribir sobre su signo zodiacal, su nacimiento, la independencia de Estados Unidos de América.”
 
La homosexualidad reprimida: “Estoy seguro, un día vas a dejarme para casarte con una vieja y tener un hijo.” La medicina veterinaria, las disecciones: peces, lobos, borregos, perros, conejos, abejas, un jabalí y la visión de Adonis, imágenes del reino animal: “mis ojos se quedaban quietos, eran charcos contenedores de peces muertos que esperan su evaporación.”
 
Canibalismo: “esta capa oscura de la que cada lobo huye luego de intentar asustarme con sus colmillos enormes para recibir un beso hambriento.”
Juegos infantiles y peligrosos; juegos eróticos y sexuales que se cruzan en estos arcoíris negros sin retorno, sin esperanza.
La religión, entre adventismo y catolicismo se cierne la tragedia: “Cuando empecé a salir con Renzo, un chico italiano de intercambio, le mostré la danza de los matachines a la Virgen de Guadalupe. Dijo que era algo diabólico cuando vio al chicalero con su máscara y su látigo, ni siquiera me creyó cuando le conté que en una iglesia de San Juan Chamula se castigaba a los santos poniéndolos contra la pared cuando pasaba algún tiempo sin que cumplieran las peticiones de los creyentes”.
 
“Las vírgenes me resultaban más incomprensibles, sus muchos cambios de ropa, de facciones, de color, aunque siempre eran la misma; fue más fácil cuando vi la analogía con Barbie, hay Barbie doctora, Barbie maestra, Barbie Malibú y aunque se ajuste el disfraz y el fenotipo, siempre era la misma.“ Una maravillosa descripción que nos deja pensando en los diferentes disfraces, las diferentes máscaras que usamos, que somos.
 
El ejercicio de lectura que hacemos en Arcoíris negros, invariablemente es cobijado por la muerte: “Leo gente muerta. Cada libro nuevo es una promesa de una voz aferrada con alfileres a la pared del silencio […] Incluso aprendemos lenguas muertas para compensar nuestro miedo, el mismo que nos encoge los labios hasta el punto de no poder besarnos en la oscuridad, ahí encendemos una lámpara para leer a solas.”
 
Resabios de Paz y El laberinto de la soledad: “Es un país obsesionado con la muerte, ésta se come, se canta, se puede ver en el periódico de cada día, por eso me pareció un pleonasmo cuando llegué al Museo Nacional de la Muerte. […] Los huesos falsos con encaje, las fotografías en sepia donde los muertos posaban por última vez.” Los arcoíris negros es también una especie de mapeo de emociones, de sensaciones, de lugares, de reportajes, es una maravillosa obra polifónica.
El libro tibetano de los muertos, el valle de los reyes, lugares, nombres. Y claro, tampoco podían faltar las imágenes apocalípticas: “Ahora yo era más pálido que la luna amarillenta. La muerte también me parecía venir galopando en cámara lenta”.
 
—“No tengo un anillo para darte, [-dijo él-] pero ten la seguridad de que esto es para siempre”, nunca y siempre son palabras peligrosas, tal vez nada es para siempre, sólo la muerte. Quizá; quizá nunca lo sabremos.