Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

Los amantes están infravalorados

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Por Herles Velasco

16 Septiembre 2020

Con cariño para A y R.

Pocos amigos tengo, podría contarlos con los dedos de las manos; la amistad se construye y reconstruye con el tiempo, es el filtro más eficaz. Dicen por ahí que el hombre es un ser de cofradías, de tribus, de relacionarse con iguales; mis mejores amigos están llenos de “defectos” (que yo llamo cualidades), la confianza despeja el camino para que las sombras se desplieguen en toda plenitud; por supuesto, entre más grande la sombra más plena la luz que los ilumina. A veces me toca ser el cómplice que han decidido tener, un amigo sobre el que descargan los frágiles esquemas que los atormentan a veces, después de, en esta lucha en la que combaten los inconformes, los rebeldes, amantes que han hecho promesas que muy pocos están dispuestos a cumplir (cuántas veces las he escuchado en tantas personas que claudican por cobardía) y que se hacen y refuerzan a la menor oportunidad. Ella propone, él duda a veces, cuando la sangre se enfría; pero cada día se va atemperando en los grados adecuados. Amigo, cada vez arde más la llama.

El amor de ella (y suyo) en un instante, necio, vanidoso, como el de Isolada que arriesga tanto; su amor, culpa y angustia forman un todo inseparable; Tristán, en esa misma historia, por amor hechiza a sus compañeros guerreros para que gane siempre la pasión por encima del deber. O el de Marco Antonio por Cleopatra que lo desentiende de sus deberes imperiales y que fue ingrediente en su derrota de Actium. El de Otelo, temeroso, violento, inconmensurable hacia Desdémona, estúpido para los esquemáticos. Edipo desventurado, fatídico llevado por el hado a amar a quien por naturaleza no debía y que lo llevó a sacarse los ojos. Zeus usó su omnipotencia en favor de los placeres sin importar las consecuencias terribles, y aun así siempre fueron Zeus y Hera.

El amante tiene un estigma que trataron de profundizar los románticos, los poetas malditos y los más libres entre los libres. Distinto ese amor, tema que en la poesía fluye como en nada. Ya Neruda dijo que

“Dos amantes dichosos hacen un solo pan,

una sola gota de luna en la hierba,

dejan andando dos sombras que se reúnen…”.

 

La sombra fruto del instante que hace ecos de su locura; el pan que se muele y hornea para ser devorado de prisa; la gota insignificante en medio de la hierba, gota que contiene al astro opaco en su plenitud. Luna y amantes, la noche precisa esta complicidad, y también la vuelve símbolo, como en Vicente Alexaindre:

“Manos de amantes que murieron, recientes,

manos con vida que volantes se buscan

y cuando chocan y se estrechan encienden

sobre los hombres una luna instantánea”.

 

La muerte constante de la separación intermitente, que bien vale el choque eventual que ilumina a los que viven en oscuridad. La muerte y otras maldiciones como en “A Dorila”, de Jose María Blanco.

“Son necios los amantes

que llaman su dominio

cruel, y que maldicen

sus cadenas y grillos”.

 

La necedad valiente de los que se reúnen en dominios personalísimos, crueles, malditos, inevitables, porque regresan una y otra vez, ellos mismos se ponen el grillete en cada encuentro, algo les hace ruido, pero no dejan de ir.

“Al que ingrato me deja, busco amante;

al que amante me sigue, dejo ingrata;

constante adoro a quien mi amor maltrata,

maltrato a quien mi amor busca constante”.

 

Sor Juana se regodea en las capacidades de indecisión y libertad y también en sus contradicciones, en esas fuerzas que contrapesan, que imponen los otros o nosotros mismos.

“Debajo de la hoja

de la verbena

tengo a mi amante malo.

¡Jesús, qué pena!”.

 

Lorca socarrón, que juega en esta estrofa con los moralismos, los estigmas, oculto el amante, pero visible debajo de la hoja.

“Hacemos el amor incestuosamente

escandalizando a los peces

y a los buenos ciudadanos de éste

y de todos los partidos.

A la mañana, en el desayuno,

cuando las cosas lentamente vayan despertando

llamaré por mi nombre

y tú contestarás

alegre,

mi igual, mi hermana, mi semejante”.

 

Cristina Peri Rossi escandaliza a los que viven en su pequeña pecera, a los “buenos” que se atormentan ante la aberración de las amantes que quisieran ver desaparecer; pero que cuando se nombran existen en una alegría incomprensible, la que solo los amantes comprenden.

Afuera se juzga, se cuentan verdades a medias y se mide con la corta vara del corto de pensamiento. A veces, una venda cae para toparse con otra y crees ver la verdad; cuando la verdad no está disponible para verse a través de los ojos.

Amantes, la poesía es su castillo, su vela y su pan. Yo los abrazo y cubro con las mantas que tengo a mano, antes de cerrar la puerta desde afuera.

herles@escueladeescritoresdemexico.com