Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

Lo ridículo y lo sublime

pesoa

Por Herles Velasco

16 Enero 2021

Fernando Pessoa (1888-1935) el genial poeta portugués creador de tabaquería tiene por aquí, gracias a la editorial El zorro rojo, sus Cartas a Ophélia; una compilación de 48 misivas y 16 poemas ilustrados por Antonio Seguí, artista argentino radicado en París.

Pessoa de 32 años conoció a Ophélia Queiroz, cuando esta tenía 19, siendo mecanógrafa en las oficinas de Felix, Valladas y Freitas, donde el poeta trabajaba como traductor de correspondencia. Antonio Tabucchi uno de los más grandes conocedores de la vida y obra de Fernando, rescata en su prólogo el momento del encuentro en voz de la propia Ophélia: “Un día se fue la luz en la oficina. Freitas no estaba y Osorio, el ‘grumete’, había salido a hacer unos recados. Fernando fue a buscar una lámpara de petróleo, la encendió y la puso encima de mi mesa. Poco antes de la hora de partida, me alcanzó una notita que decía ‘Le pido que se quede’. Yo permanecí expectante. Por entonces ya había notado el amor de Fernando hacia mí; y yo, lo confieso, también le encontraba gracia… Recuerdo que estaba de pie, a punto de ponerme el abrigo, cuando él entró en mi despacho. Se sentó en mi silla, dejó sobre la mesa la lámpara que traía y comenzó de pronto a declararse como Hamlet a Ofelia”. Tabucchi sigue: “Inscrita entre la parodia de la declaración de Hamlet, en pequeñas notas ocultas en cajitas de caramelos… la historia de este amor secretísimo, de tan optimista puerilidad y a la vez tan carente de esperanza, podría parecer ridícula acaso, si no participara, exactamente como los auténticos grandes amores, de lo ridículo y lo sublime”.

 

Lo ridículo y lo sublime del amor tenía que ser expresado por el hombre que parece ser una expresión de todo; un hombre que parecía que “no tocaba el suelo” y cuya persona (que no el personaje) no provocaba gran atención. Pero al otro lado del espectro, a la otra orilla de esa diáfana figura, había un universo; sus estrellas, galaxias y hoyos negros los dejó bien distribuidos para encontrarlos en un vistazo, entre páginas, para los que viven, de verdad, en la intensidad de lo particular y en los contornos traslapados de lo general; en los que no se arrepienten de nada, y si se arrepienten, encuentran también ahí una sublimación, íntima. Que griten los burdos, el artista encuentra en ambas caras de la moneda su suerte asumida, sólo la voltea a ver y sigue caminando, entre lo ridículo y lo sublime con cada lance de moneda, un paso a la vez.

 

El epistolario nos muestra una faceta de Pessoa que se deja ver algunas veces naif, y lo asume, hablándole a su Ophélia con expresiones como “mi bebé pequeño y travieso” y en otras en donde sale a la luz su lado neurótico, obsesionado con las citas y los horarios. Esta reciente compilación refuerza, sin duda, al personaje altamente complejo que fue Fernando Pessoa, una conciencia poética desdoblada, principalmente, en sus 4 más famosos heterónimos: Ricardo Reis, Alberto Caeiro, Bernardo Soares y Álvaro de Campos. Éste último escribió el 23 de octubre de 1935, a cinco años de su última separación de Ophélia, “Todas las cartas de amor son/ridículas. No serían cartas de amor si no fuesen/ridículas. También en mi tiempo escribí cartas de amor/como las demás/ridículas. Las cartas de amor, si hay amor, tienen que ser ridículas”.

 

herles@escueladeescritoresdemexico.com

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