Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

Lo llamaban Litio

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Por Ender Rodríguez

16 Marzo 2020

A Yonny Paredes, el mago

Me vi mil quinientos millones de años atrás, deslizándome gozoso como una célula arcaica entre el fango de un lago. Se veía todo verde azulado y desértico como en una luna caótica de frenesí. No sé de dónde vine, ni se cuál relación sexual entre órganos me trajo aquí. No creo acordarme del color exacto del semen dulzón y ardiente de mi desconocido progenitor. Aunque en mi  placenta había cabellos canosos enredados en mí, como si antes hubiese sido un anciano esquelético.  Quedé estupefacto al notarlo. Creo que suceden cosas raras conmigo. Veo en retroceso y hacia adelante en mi mente y mi espíritu se asusta y yo no. Solo sé que una luz intensa se reflejó en mi piscina umbilical y algo muy fuerte me arrastró fuera del nido, hacia un túnel escandaloso.  Creo que fuera ayer, que los doctores experimentaban en mi laberinto desoxirribonucleico desintegrando cadenas y aislando atómicas estructuras de mi ser, como quien juega a tirar los dados fuera de un tablero. No entendí entonces la perversa ciencia de los carniceros que fragmentaron mi materia energética. Percibí que una fuerza externa entró en mí, separando el cuerpo en trozos, mientras el alma quedaba expuesta fuera de él. Cada pedazo fue llevado a una lenta descomposición, pero luego se reajustó todo en el lugar a donde iba. Mi cuerpo y alma desdoblados, no eran una unidad luminosa.  Escuché cuando los que me ultrajaban dijeron que con un gramo de mi ADN iban a hospedar mil millones de terabytes para alimentar organismos bio-electrónicos. Después de todo el suceso, me golpeaban la sien con unos guantes opacos, y reían esperando que chillara como niña. No lo hice, sólo me les oriné encima como un proyectil acuático. Antes de que me siguieran golpeando, alguien vino hacia mí desde otra habitación, y dijo que debía llevarme a un mejor lugar para evitar que muriera, porque yo era un mal rompecabezas de ensayo. Y en esos casos, el espíritu se debilita por lo volátil que me volvía. Mi cuerpo parece que viajaba a otros lugares y a épocas futuras, mientras mi alma se devolvía al pasado, a las cavernas huecas y azufradas donde los protozoarios iniciaron la vida. Tenía sueños esquizofrénicos donde me perdía, pero sin viajar del todo; y de repente tenía las manos sucias con huellas que traía de otras dimensiones que mi cerebro no procesaba.  Me enloquecía sentirme dividido. Retrocedía como si mi vida se viera en cámara lenta hacia el reverso de la nada. A pesar de todo, me ponía erecto y ansioso ante tanta dispersión psíquica, me deprimía como si fuese otro, y luego me alegraba de forma estrepitosa, golpeándome y mordiéndome la lengua hasta tratar de ahogar mi existencia.

Me pregunté: ¿Seré cuádruple? ¿Seré materia cósmica o un remolino de desorden psiquiátrico sin estrellas? No lograba estarme quieto nunca, sólo a ratos, y soñaba que era un huevo de moho en una tumba de Egipto, antes de Cristo, o a veces era un asesino serial asexuado en la Manhattan del siglo XX, otras, era una mujer pirómana, muy delgada, y con un síndrome desconocido viviendo en pleno Renacimiento. Es muy loco sentirse mujer y verse lindos los senos. Yo era amante de los pintores más famosos del momento pero, debían esconderme de todos, porque mi cerebro no conectaba hemisferios, y terminaba quemando las obras más geniales y hasta mi cuerpo.

Al estar otra vez estable, sin viajar, seguía sudando y trataba de escaparme de la habitación alambrada, color plata, antes de que mi mente escapara de mí. Ya en estados de delirio lograba escuchar el susurro de los escorpiones al pasar, cada aleteo de colibríes y hasta oía cómo las paredes mantenían conversaciones en idiomas de zumbido.

Cada día, una enfermera me alimentaba dándome a beber líquidos venidos desde su propia laringe. Yo sentía que yo no era yo.  Vivían en mí muchos personajes extraños e históricos o futuristas y no sabía por qué. A veces, mi pequeño cuerpo  enfermo, se iba recuperando y levitaba en un aura verdosa, con olor a cianuro, y bajaba y volvía a subir hasta que se aferraba violentamente al suelo por la gravedad asfixiante. Cuando lograba levitar, sentía que el universo que antes moría conmigo en un basurero de rayos y galaxias dispersas, me hacía ver el inicio del todo, hasta el big bang. Otras enfermeras, luego de verme tan desestructurado levitando, se excitaban conmigo de tal forma, que iban frotando sus genitales y senos sobre mi  piel de costra, arrojándome deliciosas sus leches vaginales hasta que luego venían mis crisis de violencia. Cada vez me embutían litio y más litio para equilibrarme, pero nada que yo volvía en mí. Me pusieron por nombre: litio, y preparaban una especie de cumpleaños con una torta horneada  en crema con ese elemento químico alcalino de metal blando, con el que me nombraron.

A tantos meses de cautiverio en el laboratorio-cárcel, me dio una enfermedad que se manifestaba en una imparable tos seca que me hacía generar alaridos como si estuviese muriendo en una silla de tortura lenta. Cuando llegué al clímax de tan escandalosos estertores, todo se detuvo y se puso blanco.  Apenas al  parpadear, en cosa de segundos envejecí; mi cabello apenas saliente se aclaró velozmente y se hizo largo y enredado en mechones mugrientos.  Noté mi cuerpo ablandado como gelatina y era un mítico gurú hindú, que rezaba sobre  cadáveres y comía carne humana para purificar las almas de otros. Las uñas me llegaban al espinazo y me pellizcaban como si fuesen brujas del amanecer. Vi los rituales de los hombres encendiendo los cuerpos de los muertos en balsas en un  río sagrado hace cien años. Empecé a sentir el fuego de los rituales muy cerca de mí. En  esa particular cremación, yo sentí que el fuego se  acercaba a un metro de mí. De repente, llegó directo a mis ojos y me encegueció. Todo se puso gris oscuro. Sonó a lo lejos un ruido salvaje que parecía el combate de las hienas en celo con el macho, para lograr aparearse. Cuando volví en mí, estaba lleno de plumas y oliendo a verduras y frutos podridos. Me convertí en una alargada ave enjaulada y no duré muchos minutos dentro de ese salvajismo hacinado, porque llegaron dos hombres a atraparme. Tenían harta hambre. En mi mente intenté pronunciar un idioma humano entendible pero no me salía nada, ni siquiera tosía para ver si un plano astral me salvaba el pellejo. Les miré a los ojos llorando, y vomitaba de tanto temor e ira. Cuando pude tratar de hacer un gemido medio humano creyendo lograrlo, sentí una filosa hacha destajarme el cuello. El plumero se dispersó como el hidrógeno. La sangre lo regaba todo y la mente se separó de nuevo del cuerpo y el alma no sé a dónde fue. Antes de morir pensé: ¿Tendré la edad del universo?

Amanecí de nuevo. Al sentirme despierto, pensé por segundos que hubiese deseado que mi madre me bordara alma y cuerpo besándolos, y que mi padre me llevara de la mano a algún tobogán de arco iris y descubrir su aura. Pero éste es un sueño idiota que olvidaré con mis desprendimientos. Volví a verme y me descubrí convertido en un tallo ligero con unas telillas muy delicadas aferradas suavemente a ese tallo. Al parecer me transformé en un ser vegetal, un diente de león sembrado en medio de un bosque frío de los Andes; pero parecía ser de una época nueva o futura. No había humanos, y logré notar unas naves extraterrestres que cuidaban del lugar en silencio. La neblina traía vientos y con cada soplo de aire se me caían esas hermosas telas. Cada telilla era una pesadilla que se iba, nadie me regaba litio en la raíz para equilibrar mis sesos o mi espíritu. Logré escuchar cada ave pasar por sobre mí y conocí sus lenguajes que eran cantos que me invitaban a morir con cada soplido. Quedó el tallo solo, sin alma y sin organismo, porque ambos se fueron a seguir danzando separados hacia otras dimensiones, de repente hacia el pasado y hacia el futuro, o hacia donde no existe un presente, porque nada parecía detenerse. Al separarse cada cosa, no supe más de mí. Me desvanecí como levedad etérea. Ni siquiera lo sé, porque estoy soñando siendo una estructura física sublime que ni siquiera puedo sentir o tocar. Es más, no sé por qué puedo contar esta historia. No huelo, no veo, no me abrazo a lo que me hace girar, sólo fluyo atravesando todos los espacios de la infinitud. Ya no me llamo litio.