Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

Literatura y Jazz

Por Ulises Paniagua

Mayo 2022

 

 

“El rock es una piscina. El jazz es todo un océano”

Carlos Santana

 

“La Dolorosa me dijo que la palabra jazz proviene de un vocablo africano, y significa hacer el amor. Ella me hablaba de música mientras apoyaba su cabeza sobre mi hombro, medio recostada en el sofá. Sonreía al notar mi turbación. No me intimidaba estar a su lado. Yo le había caído al ensayo del cuarteto porque Itchie me invitó, me dijo va a estar chido, Didi, me alcanzas en el depa, y te presento a la Dolorosa.”  

Así, con estas líneas inicia uno de los capítulos de mi novela “La ira del sapo”, publicada en el año 2015 y reeditada tres años después. En los días en que creaba aquel libro (tanto como en los días en que comparto este texto) me inspiraba el amor al jazz. Lo escucho casi todos los días, algunas veces teniendo claro el nombre de la banda, de la o el artista que canta o toca; algunas otras veces por el placer de oír algo delicioso, desconociendo quién interpreta la pieza. Amo los libros tanto como amo “Almost blue”, de Chet Baker. Me vuelan la cabeza las transgresiones literarias de James Joyce del mismo modo que las improvisaciones de Miles Davis; encuentro una gran nobleza, profundidad y elegancia en los poemas de Emilly Dickinson, de la manera en que hallo lo mismo en la voz de Sarah Vaughan. La literatura de Anne Sexton, Sylvia Plath y Rosario Castellanos me resultan femeninamente necesarias, tanto como las canciones de Nina Simone.

Páginas adelante en mi novela, comparto una reflexión que es en todo caso una búsqueda: “Algunas tardes cuando estoy en clases me da por acordarme de la Dolorosa hablando de Ella Fitzgerald, repitiendo que el jazz es la música pura, un regalo sin envolturas. Me acuerdo que le dije que el jazz no sólo es música, pues hay cosas cotidianas donde podemos encontrarlo. Por ejemplo, le dije, James Joyce ya lo intentó en alguna novela; y el Guernica de Picasso es como una melodía movida de jazz; incluso le dije que el hombre que inventó la licuadora también sabía de eso, pero ella dijo que no, que de eso nada. Reconoció que no sabía quién era Joyce, pero aseguró que el jazz sólo podía existir dentro de un pentagrama, y fuera sólo se llevaba en el golpeteo del corazón. Pudo decir miocardio; pero dijo corazón. Le aburren las definiciones del jazz: cool, smoth, smoth-cool. El jazz es jazz, simple y transparente; lo demás, aseguró acercando sus labios a mi oído, es invento de huevones que tienen que catalogar lo que no comprenden. Se veía guapa la Dolorosa en esa ocasión; se veía resplandeciente”.

El brillo. La sombra. La búsqueda, la exploración. Ello liga a las letras y las escalas de un Thelonious Monk ¿Qué otra cosa hace un escritor, sino buscar palabras a tientas en la oscuridad del inconsciente? El jazz anda por callejones parecidos: persigue notas todo el tiempo, con la felicidad de hallarlas. Basta recordar el inigualable cuento “El perseguidor”, de Julio Cortázar (1959), dedicado al saxofonista Charlie Parker -a quien tanto admiraba el “gran Cronopio”-. El Johnny (Charlie Parker) cortaziano es un genio que trasciende el fenómeno del tiempo al atravesar las multidimensionalidades sensoriales de la síncopa y sus misterios. Su personalidad encanta: “Esto lo estoy tocando mañana”, se me llena de pronto de un sentido clarísimo, porque Johnny siempre está tocando mañana y el resto viene a la zaga, en este hoy que él salta sin esfuerzo con las primeras notas de su música.”. El narrador en el cuento, Bruno, se encuentra fascinado ante “el perseguidor”, la literatura se rinde de este modo a las lecciones entrópicas de la música. Bruno reconoce: “Soy un crítico de jazz lo bastante sensible como para comprender mis limitaciones, y me doy cuenta de que lo que estoy pensando está por debajo del plano donde el pobre Johnny trata de avanzar con sus frases truncadas, sus suspiros, sus súbitas rabias y sus llantos. A él le importa un bledo que yo lo crea genial, y nunca se ha envanecido de que su música esté mucho más allá de la que tocan sus compañeros. Pienso melancólicamente que él está al principio de su saxo mientras yo vivo obligado a conformarme con el final. Él es la boca y yo la oreja…”

Por otra parte, el jazz resuena en las páginas, se desborda para alcanzar un sentido transgresor ligado a la elegancia o el crimen, en la obra de Francis Scott Fitzgerald dentro de su libro “Crack-up” (retrato de la crisis económica mundial de 1929); aunque aparece también, de manera incidental, en el “Gran Gatsby”. El libro que hace mayor alusión al género musical en este autor norteamericano es, sin embargo, “Cuentos de la era del jazz”, donde aparece implícito en el título (corrían los principios de los años 20s del siglo pasado). Dentro de dichas historias se critica a un mundo que se volvió loco con el frenesí del alcohol, el glamour y las fiestas -mientras rondaba la quiebra económica en los hogares de la unión americana-. Fitzgerald escribe: “A pesar de (todo) la época del jazz siguió, se hizo cada vez menos un asunto de juventud. La secuela fue como una fiesta infantil asumida por ancianos”.

Un grupo literario que amó el jazz profundamente e hizo de él parte de su esencia transgresora es el de la generación beat. El poema de Allen Gisnsberg, “Aullido”, puede leerse, sin duda, como una larga improvisación saxofónica. Citando al querido escritor y crítico José Vicente Anaya, “los beatniks encontraron al jazz y se identificaron con él a finales de 1940. En su novela En el camino Kerouac dice: “Por ese tiempo, en 1947, el bop iba como un loco que atravesaba los Estados Unidos. Los camaradas del sopladero Loop tocaban aunque estuvieran cansados, porque el bop se encontraba entre el tiempo de la ornitología con Charlie Parker y un nuevo período que empezaba con Miles Davis. Y yo me sentaba por ahí para escuchar el sonido de la noche (esto es lo que el bop representaba para todos nosotros); pensaba en mis amigos esparcidos por el país de extremo a extremo, y de cómo estábamos todos en un mismo patio enorme, moviéndonos en algo frenético y precipitado”. Más adelante, Vicente Anaya recurre a Mailer para aproximarnos a la relación intensa de los beatniks y el jazz:  Norman Mailer nos define a los hipsters como “aventureros que vagaban por las calles de la noche buscando acción, y que aplicaban el código del negro a sus actos. El hípster asimiló las experiencias existenciales del negro y, en la práctica, se convirtió en un blanco-negro.” También nos dice Mailer que es imposible encontrar la huella del hípster sin la sangre del jazz, música con la cual el negro” le dio voz a su carácter y calidad a su existencia; así como a su ira y a las infinitas variantes del gozo, la lujuria, la postración, el gruñido, la mordedura, el clamor y la ansiedad del orgasmo. Porque el jazz es orgásmico”.

            Literatura y jazz. Jazz y literatura. Bob y novela. Lo beat y la poesía. El jazz, su origen, su esencia, todo en él hechiza. Le debía a este género musical un texto, al menos breve, desde hace tiempo. Para ello, agradezco al querido Daniel López Infanzón, gran jazzista, que me propuso escribir sobre la relación entre esta música (casi una religión) y la literatura (sagrada para mí). Quise corresponder con estas letras a Daniel, devolver la cortesía a un pianista del que, cuando lo veo tocar en vivo, puedo jurar que sus manos se multiplican sobre las notas blancas y negras del piano cual truco fantástico. Mi amigo hace magia. En eso, su oficio se parece al de quien escribe: literatura y jazz son revelaciones. Poseen alientos humanos en su prosa y su melodía. Si alguien me preguntara su correspondencia diría que ambas son dos de las más honestas pasiones humanas, y dos de los más dulces asombros universales. Haya larga vida para estas inteligentes bellezas que ayudan a soportar al mundo. Literatura y jazz son felicidades a la deriva. De eso se trata la existencia. Por eso escribo este artículo como inventando a cada línea. Hay que recordar que, como comentó el compositor George Gershwin: “en cierto modo la vida es como el jazz…es mejor cuando improvisas”.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Ulises Paniagua (México, 1976)

Narrador, poeta y dramaturgo. Ganador del Concurso Internacional de Cuento de la Fundación Gabriel García Márquez, en Colombia (2019). Fue entrevistado por Silvia Lemus, en el año 2020, en el programa “Tratos y retratos” de Canal 22. Incluido en la antología internacional de carácter bilingüe “Puente y Precipicio”, publicada en Rusia, dentro de la celebración de la Bienal de Poesía de Moscú, bajo la selección de Natalia Azarova y Dmitriy Kuzmin (2019). Es autor de dos novelas, siete libros de cuentos y cuatro poemarios. Ha sido divulgado en antologías, revistas y diarios nacionales e internacionales, incluyendo Nocturnario, El búho, Círculo de poesía, Nexos, Siempre!, Blanco Móvil, Punto en línea, El Sol de México, Ígitur, Letralia, Nueva York Poetry, Altazor, Algarabía y Jus. Es publicado de forma habitual en Revista Anestesia, a través de su columna “Los textos del náufrago”. Es también editor de contenidos, en dicha revista. Es parte del catálogo de autores del INBAL. También es director del Festival Universitario de Literatura y Arte, Creador y director del Coloquio Internacional de Poesía y Filosofía (respaldado por el Fondo de Cultura Económica), y coordinador de publicaciones de la revista Blanco Móvil, en su sección de narrativa. Publicado en la Academia Uruguaya de Letras, en España, Italia, Perú y Venezuela, su obra ha sido traducida al inglés, ruso, griego, serbio, checo e italiano.