Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

Literatura y cigarros

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Por Ulises Paniagua

Abril  2020

Advertencia: el consumo de literatura puede

causar daños benignos, irreversibles en la

salud mental y emocional de los lectores.

 

Me di cuenta de que debía dejar de fumar cuando, un día como cualquier otro, me hallé buscando una tienda o un puesto de cigarros a las ocho de la mañana. El vicio del tabaco es, en evidencia, un aguijón punzante que no se detiene hasta la primera invasión de humo en nuestro cuerpo; el placer de llenarse de él, cautiva. Por algún motivo se le ha conferido al tabaco, en adición, un romance con el ejercicio intelectual; lo que ha hecho que muchos escritores recurrieran (y sigan recurriendo) al tabaco para reivindicar su carácter meditabundo. Las espirales alrededor de un rostro reflexivo son, desde luego, de gran calidad dramática; así, por ejemplo, es inevitable pensar en Albert Camus sin reconstruirlo en nuestra mente en una fotografía a blanco y negro, cigarro en boca.

Leyendo a Julio Ramón Ribeyro, gran narrador peruano, descubrí un cuento que lleva por título “Sólo para fumadores”. En el texto, el autor se sorprende de que existan tan pocos textos, dentro de la literatura universal, que tengan al cigarro como protagonista de una adicción desastrosa. Cito: “Pero es curioso que no se hallan escrito libros sobre el vicio del cigarrillo, como se han escrito sobre el juego, la droga o el alcohol. ¿Dónde está el Dostoyevski, el de Quincey o el Malcolm Lowry del cigarrillo?”.

En “Sólo para fumadores”, el protagonista lleva el asunto de la adicción al límite cuando se ve obligado a vender su biblioteca para obtener cajetillas. El personaje comenta, a través de la pluma de Ribeyro: “Este Valéry vale quizás un cartón de rubios americanos (…), Luego me deshice de mis Balzac; que se convertían automáticamente en sendos paquetes de Lucky. Mis poetas surrealistas me decepcionaron, pues no daban más que para un Players británico. Un Ciro Alegría dedicado, en el que puse muchas esperanzas, fue sólo recibido porque le añadí de paso el teatro de Chéjov. A Flaubert lo fui soltando de a poquitos, lo que me permitió fumar durante una semana los primitivos Gauloises”.

En cuestión musical, los cigarros han estado presentes en diversos temas. Me viene a la mente la canción del grupo británico Oasis, “Cigarettes & Alcohol”. Pienso también en el monólogo de “el Tío Costilla”, sonero veracruzano que construye una magnífica y humorística historia -acerca de la desesperación del fumador- a través del recurso de las décimas, en “Por un cigarro”. José Cruz, en una de las letras de sus canciones con la banda “Real de catorce”, canta: “Voy a liar un tabaco / En un solo de blues”.

En cuestión de cine, podemos citar la película mexicana “Nicotina”, dirigida por Hugo Rodríguez, donde la trama se centra en tan preciada práctica pulmonar. Siguiendo con el séptimo arte, es imposible recurrir a la imagen de Humphrey Bogart, detective privado, sin el cigarrillo en la boca como aliciente para resolver un misterio en películas de cine negro, como ocurre en “El halcón maltés”.

Volviendo a los libros, ¿qué sucede con el cigarro? Es precisamente el género de novela negra el que incluye este artefacto de aspirar humo con más frecuencia en sus protagonistas, investigadores solitarios que suelen usar gabardina, beber mucho alcohol y enamorarse de la chica fatal (la rubia platino de la que habla Joaquín Sabina en una canción). Es curioso, por otra parte, que aunque Ribeyro se queja de que no hay suficiente literatura al respecto, él mismo nos induce a conocer varios títulos dónde escarbar. El “Don Juan” de Moliére, dice, inicia con la frase “Diga lo que diga Aristóteles y toda la filosofía, no hay nada comparable al tabaco…Quien vive sin tabaco, no merece vivir”. En “La montaña mágica” Thomas Mann pone en labios de su héroe, Hans Castorp, estas palabras: “No comprendo cómo se puede vivir sin fumar”. Un autor más, Italo Svevo, le dedica treinta páginas magistrales al sano arte de destruirse los órganos respiratorios en su novela “La conciencia de Zeno”. Para concluir, es posible mencionar la frase de André Gide, que murió octagenario y aspirando: “Escribir es para mí un acto complementario al placer del fumar”.

En mi primera novela, “La ira del sapo”, mi inquietud vagaba sobre las dificultades que enfrenta una persona que pretende dejar el hábito. Así, escribí iniciando un subcapítulo del libro: “A veces sueño que fumo. Que me encuentro echado en mi cama, arrojando bocanadas sobre la colección de discos de Tom Waits; sobre la biblioteca personal donde abunda la obra de Blake, y sobre mis piernas que se desvanecen bajo la densa cortina de humo. Es un sueño recurrente, e imagino que purificador, Hace quince años adopté el tabaco. A propósito de ello, una vez hice cuentas sobre cuánto gastaba en cajetillas. Me pareció una imprudencia si tomamos en cuenta que el sueldo de un profesor de literatura permite escasas concesiones. Además, por supuesto existe el riesgo de los tumores cancerígenos, del enfisema pulmonar, de las manías que se asocian a la depresión; y hasta los incendios accidentales originados en alguna almohada asesina. Fumar no es bueno”. Sé que a través de este fragmento mi novela puede parecer moralina, pero puedo asegurarles que no lo es en ningún modo. Aunque esa es harina de otro costal. Lo cierto es que el cigarrillo puede convertirse en un peligro doble: a causa de una muerte lenta o como un agente de la tragedia. Clarice Lispector, estupenda escritora ucraniana-brasileña, estuvo a punto de perder la mano, en 1966, a causa de las quemaduras de tercer en grado en dedos, palmas y tendones; quemaduras provocadas por la combinación de la costumbre de ingerir pastillas para dormir y fumar antes de conciliar el sueño.

En fin, que cuando se busca se encuentra. Y aunque es cierto que aún no aparece la novela que aborde, como tema central, un exceso tan frecuente, lo cierto es que la escritura y las cajetillas han ido de la mano durante décadas, porque perseguir las piruetas de humo nos vuelve con seguridad existencialistas, nihilistas o transgresores. El ser humano, ante el cigarro y ante el mundo, se vuelve precisamente humo, como apunta Fernando Pessoa en su célebre poema “Tabaquería”: “No soy nada. / Nunca seré nada. / No puedo querer ser nada. / Aparte de esto, tengo en mí todos los sueños del mundo”.

Literatura y cigarro nos recuerdan con frecuencia que nada somos y en nada nos convertiremos. Creo conveniente cerrar este artículo con la frase del escritor Orhan Pamuk que puede resumir el asunto: “A veces pienso que si el tabaco gusta tanto no es por la fuerza de la nicotina, sino porque en este mundo vacío y sin sentido te da con facilidad la impresión de estar haciendo algo que tiene un significado”.

Nos leemos en la próxima fumada.