Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

Literatura, cine e insomnio

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Por Ulises Paniagua

16 Abril 2020

“No me dormiré, no me dormiré en toda la noche, veré la primera raya del alba en esa ventana de tantos insomnios, sabré que nada ha cambiado”.

Julio Cortázar

 

Confieso que a veces no puedo dormir. Tales noches cobran, de pronto, formas aterradoras bajo el disfraz de preocupaciones o antiguos remordimientos; otras tantas, la vigilia se torna una dulce contemplación de la luz de la luna, reflejada en el plafón o el piso del cuarto. Yo, que vivo solo desde hace años, recuerdo entonces aquel poema de López Velarde, donde menciona que “el soltero es el tigre que escribe ochos en el piso de la soledad”. Mi habitación está hecha una runa de tantos ochos que tracé en medio del insomnio.

El tema del desvelo es frecuente en la literatura y el cine. Miguel de Cervantes Saavedra, anotó: “Y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el celebro”. Viene a mi mente, también, el protagonista del cuento de Edgar Allan Poe, “El corazón delator”, un tipo nervioso como él mismo se describe, que se obsesiona con el ojo de vidrio de su vecino, un anciano al que espía a través de la rendija de una puerta cada noche, pues la incapacidad visual del otro le impide, de manera enfermiza, conseguir juntar los párpados a nuestro antihéroe.

Milorad Pavic, escritor serbio, en “Siete pecados capitales” (libro espléndido), se introduce en pasajes freudianos para hablar del sueño como una válvula de escape de deseos insatisfechos, incluso los más oscuros. Dice Pavic:

“Los pensamientos dentro de nosotros en realidad, esas habitaciones en nuestro interior, agrupadas en palacios o cuarteles, pueden ser moradas de otros donde uno resulta ser sólo un inquilino (…) Estamos encerrados como en un calabozo hasta que nuestros sueños nos liberan y nos dejan salir. Pero los sueños son como los invitados de una boda, hay que esperarlos. Mientras tanto, reina el insomnio.”

A continuación, el autor escribió una frase que me dejó sin aliento la primera vez que la leí, de tal modo que la usé de cita en una antología de cuento, hará cosas de unos años:

“Dicen que existen dos insomnios, como dos hermanas. El de antes de dormirse y el otro, después de despertar en plena noche. El primero es madre de la mentira, el otro es madre de la verdad.”

¿Qué tipo de insomnio estamos condenados a experimentar, el de una inquietud exasperante, o el de una pacífica, armónica conciliación de ideas y pensamientos? En la película “Seven”, de David Fincher (1995), aparece el carismático detective William R. Somerset (solitario empedernido, tras quedar viudo). Dicho personaje, interpretado por Morgan Freeman, suele levantarse en las madrugadas para lanzar dardos a su puerta, como un recurso mental para resolver los detalles de un crimen. Otra cinta donde aparece el insomnio como un recurso de salvación, es “A night on Elm Street” (1984), donde el director, Wes Craven, deja bien claro que muchas veces es mejor mantenerse despierto, incluso a altas horas de la noche, para no ser atacado por un fulano llamado Freddy Krueger.

Los efectos de no dormir pueden ser catastróficos, capaces de hundir a cualquiera en el imperio de la desesperación y la locura. Así, otro detective, Will Dormer, esta vez interpretado por Al Pacino en la película “Insomnia”, de Cristopher Nolan (2002), viaja a Alaska para apoyar en la investigación del caso de un escritor, un asesino serial de jovencitas. En Alaska, sin embargo, existe una época del año en que el día dura meses, es decir, no reina la noche. Dormer (Pacino) no puede pegar el ojo a causa de la luz: su ciclo circadiano está destrozado. Jugando con la impotencia del espectador, el detective intenta atrapar a un criminal que se esfuma ante los desvaríos y alucinaciones producto de una mente despierta durante demasiadas horas. Dormer, en un diálogo de la cinta, describe su infierno: “No hay nada más solitario que no poder dormir, tienes la sensación de que el planeta está desierto.”

“Insomnia”, como dato relevante, es una adaptación de una novela de Stephen King, del mismo nombre.

Pero quizá el ejemplo mejor llevado al extremo, en estas circunstancias, sea el del personaje Trevor Reznik, en la película “The machinist”, filmada por Brad Anderson (2004). Reznik es protagonizado, con maestría, por Christian Bale (lo que le valió el premio al mejor actor en el Festival de Cine de Sitges -Bale perdió veinte kilos para hacer el papel-). “The machinist” aborda la historia de un obrero con severos conflictos emocionales que se van tornando psicológicos, hasta el punto de que el pobre diablo empieza a desconfiar de la realidad; le es imposible determinar qué sucede en el plano de la ficción y qué es aquello que convive materialmente ante él; somos testigos, en un acompañamiento a la autodestrucción, de un hombre que se va poniendo ojeroso, extremadamente flaco.  “El maquinista”, como se le conoció en español, es un gran thriller que recuerda la importancia de hacer las paces con la almohada.

Queda claro, entonces, que literatura, cine e insomnio han ido de la mano. De tal avistamiento podemos inferir, afortunada y desafortunadamente, dos opciones, por si están interesados en practicarlas: la primera, el saludable oficio de ordenar los pensamientos mientras los vecinos hacen “la meme”; o, dos, la progresiva pérdida de la cordura al renunciar a la sana y necesaria seducción de Morfeo. Ustedes deciden qué camino tomar, pues las ovejas esperan para ser contadas, o para desbalagarse desparpajadamente por los extensos campos de la ansiedad nocturna. Puede ser que, en el silencio de la vigilia, al igual que la Clarice de “El silencio de los inocentes”, aún puedan escuchar balar a los corderos. Buenas y largas noches tengan ustedes.