Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

Legión: un cuento de Hortensia Carrasco Santos

LEGIÓN

Autora: Hortensia Carrasco Santos

Abril 2023

 

Cuando Marco me propuso matrimonio yo traía en brazos a nuestra hija Angela. Como no quiso vivir en la casa de sus padres ni en la de los míos, rentó una vivienda en San Gregorio Atlapulco.

Era un cuarto construido con ladrillos grises y rojos, sin aplanados, con techo de lámina, sin baño propio, sin cocina y con servicio eléctrico suspendido por un corto circuito. A penas tenía cupo la cuna de Angela, nuestra cama, una mesa de madera y un roperito que nos dieron como regalo de bodas, algunos de nuestros trastos y la estufa.

Esa especie de habitación estaba flanqueada por otros cuartos. Yo advertí que varios ojos observaban a través de las ventanas. Existía un solo baño para todos, dos lavaderos, una pileta grande y un patio comunal que no alcanzaba a contener la frustración que sentí de habitar en un lugar como ese.

Marco trabajaba en horario nocturno, así que el primer día que llegamos ahí, nos quedamos solas a partir de las 8 de la noche, hora en que la penumbra arremetía contra todo. Los ahuejotes parecían espectros que se meneaban con el viento cuyo rumor traía consigo los más lúgubres sonidos.

Cerca estaban las chinampas, el atroz ruido de los canales no era otra cosa que el crujir de los ajolotes, peces y víboras y su ansia de sobrevivir entre las aguas limosas y negras. En la oscuridad, el cuarto parecía reducir su tamaño, prendí una vela para poder vigilar el sueño de la niña y que no la atormentaran los zancudos.

Al paso de las horas, percibí que la llama languidecía, entonces me levanté y me di cuenta que la cera estaba a punto de ser consumida por el fuego. Al encender otra vela las vi, en largas hileras, como un ejército medieval que ha recibido la orden de ataque. El piso se cubrió del rojo de aquellas criaturas, sentí horror y acudí de inmediato a la cuna, tomé a la niña en mis brazos y me subí a la mesa. Parte de la noche fui testigo de cómo invadieron el suelo, lo más terrible fue cuando la flama se apagó y solo pude percatarme de su hedor.

Eran las diez de la mañana cuando mi marido atravesó el umbral de la puerta. Me encontró sobre la mesa y de inmediato le hablé de las terribles criaturas, de que tuve que quedarme despierta y de cómo, con la primera luz del amanecer retrocedieron y desaparecieron a través de las paredes y que no quise bajar por el miedo que aún sentía.

Él revisó los muros, los lavó con agua y jabón, lo mismo hizo con el piso. Yo sacudí cobijas y revisé cada objeto. Ni un rastro de ellas.

Como era sábado, él se quedaba en casa. Por la noche, colocamos dos velas gruesas sobre la mesa, yo temía que las criaturas volvieran, que esa legión de patas se arrastrara por el piso. Marco me dijo que no me pasaría nada; sin embargo, me preocupaba la pequeña Angela.

El fuego de las velas ondulaba y crecía las sombras de las cosas, la respiración de la niña era suave, el zumbido de los zancudos era tan abrumador como el calor de esos días de verano. La madrugada se deslizó como una gata y no podía conciliar el sueño. Me incorporé y tomé uno de los cirios para alumbrar la cuna; la niña estaba bien, en el piso solo el brillo de una caja de cerillos y de su sonaja cortaba la penumbra.

El domingo se pasó entre visitas familiares. Estaba feliz de no estar en ese cuarto, respiraba libre y con la tranquilidad de que Angela estaba en un sitio seguro y cómodo.

El lunes mi marido se fue más temprano de lo habitual, los inquilinos seguían con sus misterios, se dejaban ver muy poco o nada, no obstante, sus miradas detrás de los cristales eran para mí, motivo de inquietud y desconfianza.

La noche llegó rápida y profunda, a pesar de que Marco revisó todo antes de irse, yo no estaba tranquila, las velas con su luz nerviosa me alteraban; además, de poco servía ese fuego anémico, los muros estaban opacos y la cuna poco se alumbraba con las flamas. Quise rezar y no pude porque apareció la primera fila, rojiza y macabra, en seguida la segunda y luego más, traté de ser rápida para llegar a la cuna y en pocos segundos mis pies eran acorralados por esas criaturas, después atacaron mis pantorrillas y luego todo mi cuerpo.

Un fuerte ardor se apoderó de mi piel y al verme cubierta por ellas, abrí la puerta del cuarto y salí al patio como pude. Ante mis gritos ningún vecino salió en mi auxilio. Aquellas alimañas nublaron mis ojos, con dificultad llegué a la pileta y me introduje en ella, emergía y seguían pegadas a mi cuerpo, trataba de forma inútil de removerlas con mis manos. Decidí desnudarme y restregar mi cuerpo con la ropa, sostuve una lucha a muerte con lo espeluznante, hasta que la desesperación me llevó a la derrota.

Al amanecer, las vecinas me miraban con enojo, una de ellas traía a Angela en brazos. Desnuda y aún en la pileta, expliqué aterrada lo que me sucedió. Con ojos inquisidores examinaron el agua: estaba limpia y clara. Cuando mi esposo llegó, me escuchaba con sospecha, incrédulo ante lo que narraba porque mi cuerpo no tenía huellas de algún piquete. Las vecinas exigieron nuestra salida del lugar, amenazaron con lincharme y argumentaron que yo estaba demente y me bañaba desnuda y bailaba en las noches para provocar a sus hombres.

La mudanza contenía nuestras cosas. Regresé para revisar que no olvidábamos nada y en una de las esquinas del dormitorio estaba la sonaja, al levantarla me di cuenta que había un orificio, me asomé, era tan oscuro que prendí un cerillo, lo que vi era semejante a los ojos que me observaban a través de las ventanas, salí de inmediato. Ya no quise comentar nada con Marco. Una bandada de hurracas oscureció los ahuejotes, a través del espejo retrovisor, me pareció que aquel lugar se perdía en su propia negrura.

 

 

 

Hortensia Carrasco Santos, Acatlán, Puebla, 1971.

Ha publicado los libros Jaulas Ocultas editado por Colegio de Bachilleres Sinaloa (2000), Ciudad como seca hierba, Universidad del estado de México (2001), Poemas del encierro, editorial Versodestierro (2011), La Habitante, editorial Trajín (2011), Quemar el silencio, Crisálida (2015), Libro del mal amor, Versodestierro (2018), Semblanza de un Poeta, ediciones Eón (2017), Muererío, Tintanueva ediciones (2019). Por eso escucho la Lumbre, edición limitada, Mantra ediciones (2020)

Obtuvo el Premio Interamericano de Poesía Navachiste Jóvenes Creadores (1999)

Primer lugar en el Torneo de Poesía Adversario en el Cuadrilátero (2010)

Premio de Poesía La Maga, organizado por la editorial Bruma (2015)

Mención honorífica en el concurso La Crónica como Antídoto, UNAM (2015)

Primer lugar del Concurso de Poesía Esos Pecados Suntuosos, Homenaje a Margo Glantz, FARO Tláhuac (2016)

Mención honorífica en el Certamen Internacional de Poesía “Ayotzinapa a tres años. Poesía, Verdad y Justicia”, Universidad Iberoamericana (2017)

Primer lugar en el Certamen Nacional de Poesía María Elena Solorzano 2019, organizado por la editorial Tintanueva.

Fue finalista en el Premio Ariadna de Cuento 2020 y su texto se integró a una antología, como resultado del certamen.