Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

Las pequeñas virtudes

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Natalia Ginzburg

Por Verónica Noyola

16 Junio 2020

Novelista, dramaturga, traductora y editora, Natalia Ginzburg (1916-1991) es figura esencial de la cultura italiana del siglo XX. Pertenece a una generación marcada por la incertidumbre y el desencanto. Su nombre se inscribe, inexplicablemente con menos resonancia, junto al de los grandes: Cesare Pavese, Italo Calvino, Pier Paolo Pasolini, Alberto Moravia, Primo Levi.

Desde muy joven, Ginzburg urdió su oficio con silenciosa discreción. Hizo de la escritura un destino doméstico del que no tuvo intención de escapar. Apostó por la observación minuciosa de los detalles, la explicación del mundo en los objetos cotidianos y la memoria puntual de los gestos de las personas comunes.

Las pequeñas virtudes reúne once textos breves, a caballo entre el relato y el ensayo autobiográfico, escritos y publicados en Roma, Turín y Londres: las ciudades que habitó durante el final del exilio y el periodo de reconstrucción de la vida, es decir, entre 1944 y 1960. La variedad de los temas que aborda tiene como eje el insuperable estilo melancólico, certero y sin adornos, de quien busca afanosamente en las palabras la expresión de la medida de lo humano.

La pobreza, la amistad, la guerra, el amor, la escritura, las relaciones familiares, la educación de los hijos, las tradiciones y los contrastes culturales son los asuntos sobre los que el pensamiento de Natalia discurre con admirable claridad, con precisión deslumbrante.

El libro abre con “Invierno en los Abruzos”, una memoria de la región donde la autora, su marido -Leone Ginzburg- y sus tres pequeños hijos residieron en confinamiento civil. La crueldad de la guerra no aparece aquí, sino como un recordatorio de aquello que se impone sin elección en las vidas minúsculas de la gente. El ensayo se centra más en diseccionar la monotonía de los días de verano e invierno; en analizar sin condescendencia la singularidad de las personas: sus prejuicios, su estupidez, sus trampas, sus arrebatos, su pobreza, pero también su inmensa generosidad. Natalia recuerda extensamente la nostalgia vivida en aquellas colinas alejadas de su ciudad, su casa y sus libros; hacia el final de la lectura, en dos líneas que llegan de golpe, menciona la muerte de Leone, ocurrida en una cárcel de Roma unos meses después de haber dejado los Abruzos. Entonces, da un giro más a la tuerca de su melancolía y concluye: “Ante el horror de la muerte solitaria, ante las angustiosas alternativas que precedieron a su muerte, yo me pregunto si esto nos ocurrió a nosotros, a nosotros que comprábamos las naranjas en la tienda de Girò y nos paseábamos por la nieve […] aquella fue la mejor época de mi vida, y sólo ahora que ha pasado para siempre, sólo ahora, lo sé”. Por muchos textos, casi todos, como éste, Italo Calvino la calificó como “Ejemplarmente bella, pero tristísima”.

Otro memorable de esta colección es el ensayo en el que recuerda a Cesare Pavese. “Retrato de un amigo” habla de la ciudad donde vivió y murió el poeta; habla del poeta que marcó para siempre el recuerdo de esa ciudad. La elipsis es enorme, Natalia no los menciona y ellos, Turín y Pavese, están ahí de forma tangible. “Tenía un modo avaro y cauto de estrechar la mano al saludar: daba pocos dedos y los retiraba enseguida; tenía un modo arisco y parsimonioso de sacar el tabaco de la bolsa y llenar la pipa; y tenía un modo brusco y repentino de regalarnos dinero…”. Ginzburg es implacable desnudando el carácter miserable del poeta, pero las líneas que le dedica no tienen el tono de la ignominia, sino el del íntimo y sincero homenaje.

El ensayo que da nombre a esta selección es una exposición filosófica perfecta de la moral en la educación de los hijos. Natalia contrasta las virtudes pequeñas, que son buenas, como el ahorro, la prudencia, la astucia, la diplomacia o la búsqueda del éxito, con las grandes virtudes: la generosidad, el coraje para afrontar el peligro, el amor a la verdad, la abnegación por el otro y el deseo de ser y saber. Sin las primeras el hombre no es incompleto, sin las segundas es despreciable.

Otras disquisiciones abordan, por ejemplo, la libertad del yugo familiar simbolizado en el uso de los zapatos rotos; el carácter inglés contrastado con el italiano a partir de la revisión del concepto práctico de la comida; los procedimientos narrativos y la certidumbre del oficio en el reconocimiento de la palabra concreta; el curso de la vida en las relaciones familiares y con los otros.

Leer a Natalia Ginzburg es adentrarse en una región tan profunda como universal.