Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

Las hijas de la pandemia

Por Ethel Krauze

Abril 2021

 

 

Un nuevo rancho

 

Sonó el Messenger y apareció una invitación:

Querida Ethel: Espero que estés bien. Como mañana celebramos el día de la escritora, y para no pasarlo en blanco, un grupo de escritoras organizamos una reunión por zoom para brindar y saludarnos. Ojalá nos puedas acompañar.

Salté como trampolín, con manos temblorosas escribí la respuesta:

¡¡¡Ay, qué bonito, claro!!!

            Hete aquí, a las nueve en punto de la noche del 19 de octubre de 2020, se hizo la luz en zoom y un montón de cuadritos aparecieron ante mis ojos en la pantalla. Nuestros rostros sonrientes, sin cubrebocas; nuestras exclamaciones de júbilo, la copa alzada. Algunas nos conocíamos en persona; otras, a través de nuestros escritos; unas más, de nombre y admiración recíproca.  Estábamos entrando a nuestras casas, hasta la recámara, y nos mirábamos con los ojos encendidos, ávidos de miradas, y el corazón henchido de conversaciones tanto tiempo retenidas en el cofre de una pandemia infinita.

            En diferentes continentes y regiones del país, en husos horarios convergentes y climas opuestos, estábamos construyendo con palabras un nuevo rancho. Así le llamo desde entonces al grupo que se convirtió en un chat grupal y que alguna tuvo a bien titular: Las hijas de la pandemia. Otra más, habló de que se iría a un rancho a pasar unos días, sola, le urgía, algo así como la reinvención de la habitación propia que pedía Virginia Woolf para toda escritora. Me apropié de la expresión para bautizar, desde mi corazón, a este espacio de escritoras. Se han vuelto “mi rancho”, porque bastó un primer zoom para que nos contáramos cómo estamos viviendo la pandemia y cómo le hacemos con la literatura, la familia y la angustia. Bastó una pregunta inicial para que las horas se pusieran intensas, profundas, dramáticas hasta que se volvieran ligeras y tuvimos que cortar porque ya iba amaneciendo en el otro lado del mundo.

            Cuidar a los hijos, a los padres, a las parejas, a sí mismas. Odiar y amar. Naufragar y emerger. Culparse y exorcizar. Escribir, describir, bloquearse, huir. Regresar.

A cada una le pega por acá o por allá, en la diversidad de edades y circunstancias. Yo, por ejemplo, vivo entre médicos y eso es excelente y aterrador al mismo tiempo: mis interioridades me parecen inútiles, culpables e infantiles. Pero hay un rancho a donde guarecerse, al que acudí hoy mismo, de nuevo, porque ya no daba más, y me puse a escribir este texto. Y se los mandé al chat, a ver si se animan todas a darle continuidad.

            Que no quede ahí, sólo en el momento. Que se convierta en un escrito, el testimonio de este extraño trance en el que estamos atrapadas. Tenemos el compromiso con nuestro oficio y con el tiempo que nos ha tocado vivir.

            Que sea un primer capítulo del nuevo rancho, para que cada una de nosotras escriba desde su ánimo, su ritmo y su mirada, lo que pasa en el mundo, desde su mundo.

            Y sí, aceptaron con un entusiasmo tan sobrecogedor como el mío, el tejido de letras que entre todas vamos construyendo: Mónica Castellanos, Mónica Hernández, Nadia Jiménez, Paulina Vieitez, Claudia Marcucetti, Mónica Salmón, Ligia Urroz, Victoria Dana, Tamara Trottner, Rayo Guzmán, Sophie Goldberg, Cristina Liceaga, Gaby Riveros, Sofía Segovia, Maura Gómez Mc Gregor.

            Estamos cumpliendo medio año en el rancho y saber que ahí estamos, juntas, nos ha cambiado la pandemia.