Revista Anestesia

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Las casas de los grandes crímenes en la Ciudad de México / Ulises Paniagua

Por Ulises Paniagua

Abril 2024

 

Las moradas de cualquier ciudad cuentan historias; algunas de ellas épicas, otras lúgubres, una que otra francamente sangrienta. Como ocurre en urbes como Los Ángeles o Nueva York, en la Ciudad de México suceden asesinatos a diario; muchos de ellos se presentan en las calles como consecuencia de cierta cuota de violencia social; otros son tragedias que ocurren dentro de ciertas viviendas en un contexto tan cotidiano que resulta irrelevante. Hay casos, sin embargo, que dejan una huella colectiva imborrable. Asesinatos que se vuelven famosos dentro de una propiedad privada, y que permanecen en la memoria de los habitantes por su siniestra particularidad.

Son las casas de los grandes crímenes. Sitios que forman parte de la nota roja más allá de las leyendas urbanas en el espacio público, como la de don Juan Manuel, quien según el cronista Artemio del Valle Arizpe solía pedir la hora a la gente en solitarias madrugadas frente a su casa en República de Uruguay 90, para luego apuñalar a sus víctimas tras decir: “dichoso aquel que conoce la hora en que va a morir”. No hablamos de lugares macabros por su naturaleza de tortura y muerte con fundamentos religiosos, como lo fueron los quemaderos del Santo Oficio de la Alameda y la plaza de la Santa Veracruz, o el ahora Palacio y Museo de Medicina (localizado en la Plaza Santo Domingo), que alguna vez fue sede de la Santa Inquisición. No se trata de mencionar las mansiones embrujadas célebres por sus fuertes manifestaciones paranormales como la Casa de la Tía Toña, en Chapultepec; el Hotel Posada del Sol, en la colonia doctores; o la “Casa de las brujas” de la Roma (donde practicó sus intervenciones médico-mágicas la célebre bruja Pachita, estudiada por el desaparecido científico Jacobo Grinberg y el escritor místico Carlos Castaneda). Dentro de este “imaginario maligno” tampoco se registran los escenarios de desastres naturales, como ocurrió en los casos del colegio Rébsamen en relación al sismo de 2017, o el Hotel Regis y el multifamiliar Nuevo León con respecto al terremoto de 1985. Sobresalen aquí, en esta lista, eventos espantosos, salvajes, que se presentaron en viviendas que firman, así, su carácter sórdido y criminal: rincones o guaridas de asesinos seriales o de asesinatos múltiples; sucesos que manchan de sangre y memoria las paredes y el piso de un lugar.

            El primer caso que se tiene fechado sobre un homicidio múltiple en la Ciudad de México corresponde a la era aún virreinal. Se trata de una pesadilla ocurrida en el caserón de Donceles 88, que hoy es una escuela de iniciación artística del INBAL. Allí, la mañana del 24 de octubre de 1789 un cabo del regimiento de dragones, es decir, uno oficial de la policía de aquella época, encontró un carruaje vacío y la puerta de dicho domicilio entreabierta. Sospechando que algo andaba mal, descubrió con horror, sobre el patio, los cuerpos sin vida del comerciante Joaquín Dongo, de su tesorero Nicolás Lanuza y de nueve sirvientes más. Cristopher Garnica describe la manera en que, sobre las baldosas de piedra, descansaban los once cuerpos deshechos a machetazos, junto a una cabeza de uno de ellos (separada del tronco) [i]. Tras las indagatorias se logró la captura de los responsables. Eran José Joaquín Blanco, y Baltasar Dávila Quintero, dos ladrones de nacionalidad española que residían en estas tierras: encontraron entre sus pertenencias veintiún mil seiscientos pesos en monedas de plata, cuyo origen no pudieron comprobar. Fue tal impacto del crimen de la Casa Dongo (en una urbe donde la calle de Donceles constituía casi el inicio de la periferia), que los habitantes de la “ciudad de los palacios” demandaron a las autoridades mayor seguridad dentro de las callejuelas que se habían tornado, por las noches, espantosamente oscuras. Dicha petición motivó la aparición del primer alumbrado público. Las calles de la capital mexicana se vieron iluminadas con lámparas de queroseno. Fue todo un suceso, pues la iluminación destacaba la elegancia de los edificios. Los primeros cafés, por cierto, fueron famosos por ser los sitios mejor alumbrados de aquel momento. No sería sino hasta finales del siglo XIX que aparecería el alumbrado eléctrico.

Un segundo evento macabro de resonancia, ya en plena era moderna, tuvo lugar en el barrio de Tacuba: se trata del número 54 de la cerrada Mar del Norte, dentro de la colonia San Álvaro, en Azcapotzalco. Allí, uno de los primeros asesinos seriales mexicanos, Goyo Cárdenas, cometió varios homicidios. Asesinó a cuatro mujeres luego de mantener relaciones sexuales con ellas. Tres de las víctimas, las primeras, se dedicaban al sexoservicio. A la última, su novia, la había ultrajado repetidas veces, sobre la cama, a pesar de que ya estaba muerta. Luego de estrangularlas las enterraba, maniatadas, en el huerto de la propiedad. El olor a putrefacción que desprendía el jardín era tal, que finalmente los vecinos lo descubrieron. El caso de Goyo Cárdenas es extraño, porque el tipo pasó años en la cárcel después de ser encontrado culpable. Luego decidió estudiar leyes, dentro de su reclusión en el “palacio negro” de Lecumberri. Se convirtió, al salir, en un abogado exitoso, graduado en la UNAM, y llegó a ofrecer algún discurso dentro de la Cámara de Diputados. No sería, desde luego, la única ocasión en que un asesino se sentaría en un curul dentro del edificio legislativo…

Cito, en este artículo, al antecedente de Goyo Cárdenas sólo a modo de breviario cultural, porque no tiene relación con una casa, sino con el espacio público de la Ciudad de México. No obstante, es tal su notoriedad criminal que no puede quedar fuera de las menciones.  Me refiero a Francisco Guerrero Pérez, conocido como “el chalequero”. Surgido en la época porfirista, fue el primer asesino serial del que se tiene registro en nuestro país. Vivía por los rumbos del Río Consulado (río al descubierto en ese entonces), en el que solía arrojar los cadáveres de sus víctimas. Se le acusó de matar, entre los años de1880 y 1888, a aproximadamente veinte mujeres, sexoservidoras en su mayoría. Era un tipo elegante y atractivo para las damas. Vestía saco, chaleco de charro y pantalones de casimir. Nació en 1840, en la región del Bajío. Murió en noviembre de 1910 en la cárcel de Lecumberri [ii]. Las muertas eran encontradas con signos de violencia y crueldad, además de estar marcadas por mutilación genital. Externaba un odio extremo hacia las mujeres, a las cuales violaba para demostrar, según él, el poder y la superioridad que tenía sobre ellas. Asesinaba a las sexoservidoras no por el oficio que éstas practicaban, sino porque eran vulnerables, según confesó. Una porquería de tipo.

            Otro caso que implica, en este caso a una asesina serial, es el de Felicitas Sánchez, conocida como “la ogresa de la Colonia Roma”. La mañana del 8 de abril de 1941, la casa ubicada en el número 9 de la calle de Salamanca, en la Roma Norte, fue testigo de un escándalo ante el arribo de la policía. Aquella fecha, Felicitas fue arrestada. Se descubrió que practicaba abortos clandestinos a adolescentes de la alta sociedad. También realizó partos no autorizados: algunos niños, producto de estos alumbramientos “a escondidas” fueron entregados a su custodia. La leyenda negra narra que maltrató, e incluso asesinó, a algunos de los niños que le fueron otorgados. La descubrieron finalmente porque, al intentar destapar la cañería del edificio, un plomero encontró pequeños retazos de cuerpos: manitas, pies, alguna pierna diminuta. Los miembros pertenecían a embriones, en su mayoría, y alguno más a un niño en la extensión de la palabra. Hoy la memoria ha dejado atrás estos hechos. La antigua casona es, en la actualidad, un restaurante argentino donde se cocinan carnes al carbón. Qué ironía.

Dos casos terribles que sacudieron décadas distintas son el de “los narcosatánicos”, poderosa banda de los años ochenta del siglo XX, involucrada en el tráfico de drogas y la santería; y el del conocido como “el caníbal de la Guerrero”, entrado el siglo XXI. En cuanto al primer asunto, los “narcosatánicos” fueron comandados por Adolfo de Jesús Constanzo, alias “el padrino”, un personaje de origen cubano nacido en Miami y Sara Aldrete, “la Madrina”, de quien existe en Netflix un documental bien interesante. Los “narcosatánicos” fueron dejando, desde el norte del país, un rastro de violencia, rituales y sacrificios humanos en los que estuvieron involucrados políticos, estrellas de la farándula (actores, actrices y cantantes famosos) y, ¡qué sorpresa!, la policía mexicana. Hasta que, acorralados por la policía norteamericana (que seguía el rastro de un ciudadano estadounidenses desaparecido), los “narcosatánicos” tuvieron que refugiarse en la Ciudad de México. Allí, en uno de los departamentos de la esquina de Río Sena y Río Balsas, en la colonia Cuauhtémoc, se escondieron y practicaron ritos desesperados. Finalmente, fueron apresados. Todos, excepto Adolfo Constanzo, quien fue abatido a tiros dentro del closet del apartamento durante un fuerte operativo, y tras una espectacular balacera. Era el año de 1989… El caso del “caníbal de la Guerrero” fue un asunto impactante. Su nombre era José Luis Calva Zepeda. Se trataba de un poeta de los rumbos del centro que tenía fama por escribir, por practicar rituales oscuros y por parecer atractivo a mujeres de baja autoestima. Vivía en un departamento de la calle Mosqueta, en el número 198, en la Colonia Guerrero. José Luis Calva, también llamado “el poeta caníbal”, fue responsable de tres feminicidios. Marcado por el abandono de su esposa, el alcohol y con tendencias sicópatas, Calva llevó su depresión muy lejos cuando desencantado de la compañía de las mujeres, comenzó a asesinarlas y a desmembrarlas. Mató, en un inicio, a un par de parejas casuales. En una de esas ocasiones recibió, incluso, la ayuda de una de sus parejas homosexuales para el descuartizamiento. Del cuerpo de su tercera pareja, su novia formal, guardó pedazos en el refrigerador, despojos humanos que cocinaba para luego comerlos. “El caníbal de la Guerrero” fue detenido en 2007. Ese mismo año, el 11 de diciembre, José Luis Calva (presuntamente) se suicidó dentro del Reclusorio Oriente. La autopsia reveló que había consumido cocaína, y presentaba moretones.

Un crimen que estremeció a una urbe que cualquiera pensaría no puede sacudirse más porque está acostumbrada a la violencia, es el de los niños de la calle de Cuba. En 2020, los restos de dos niños fueron esparcidos, una madrugada, en las cercanías al Puente de Nonoalco. Tras las averiguaciones, se dio con la pista, en un video, de un hombre que transporta en un “diablito”, y dentro de bolsas, dos cuerpos descuartizados desde una vecindad del centro. Se trataba de dos infantes de origen mazahua que habitaban en la vecindad del número 86 de República de Cuba. La nota al respecto, indica: “En uno de esos cuartos de cuatro fueron sacrificados y desmembrados la semana pasada los dos menores que estaban reportados como desaparecidos. La Policía de Investigación localizó huellas hemáticas, herramientas punzocortantes, seguetas, una manguera empleada para lavar el piso, así como restos de cloro y cal, probablemente empleados para borrar evidencias”. Se culpó de los dos asesinatos a una poderosa banda delictiva, bien organizada, que controla el Centro Histórico en particular, y la CDMX en general. Impactado por estos hechos, escribí un cuento de terror al que titulé “Los niños del Centro”. Espero se animen, alguna vez, a leerlo.

            Otro misterio urbano dentro de la Ciudad de México es el que la doctora Olivia Domínguez Prieto, socióloga y antropóloga, ha decidido denominar “el triángulo de la Narvarte”. De acuerdo a lo que ella explica, al menos tres crímenes famosos se han cometido en un área reducida que bien podrían conformar un triángulo dentro de la colonia. El primero de estos casos ha dado motivo a la realización de un documental de Netflix. Se trata del asesinato, en el año 2015, de la activista Nadia Vera y el fotoperiodista Rubén Espinosa (quien se había mudado de Veracruz a la Ciudad de México debido a las amenazas políticas que había recibido por su trabajo de investigación).  El 31 de julio, luego de regresar de una noche de farra, el fotoperiodista y cuatro mujeres fueron asesinados. Los agresores robaron un maletín con fotos y documentos. La Procuraduría narra así los hechos: “De acuerdo con la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal, el asesinato ocurrió el viernes 31 de julio en un departamento del edificio 1909 de la calle Luz Saviñón, en la colonia Narvarte. Los cuerpos fueron hallados en las recámaras y el baño del lugar. Cada uno presentaba una herida por disparo de arma de fuego en la cabeza, así como excoriaciones en el cuerpo a causa del forcejeo…”. El evento fue conocido como el “multihomicidio de la Colonia Narvarte”, o “Caso Narvarte [iii]”. El departamento 401, donde ocurrió la masacre, hoy es rentado como Airbnb. Una vergüenza… En cuanto a los otros dos crímenes de resonancia, les dejo con la duda para que, en un futuro, pueda resolverla, para ustedes, la estimada investigadora Olivia Domínguez.

Hay, finalmente, algunas casas más que podemos citar. Está, por ejemplo, el asunto de Andrés Filomeno Mendoza, conocido como “el Caníbal de Atizapán”, un tipo de la tercera edad que es considerado, hasta la fecha, el mayor feminicida serial en México. En su casa de autoconstrucción se descubrieron enterrados al menos diecisiete cadáveres: quince pertenecientes a mujeres, uno a un niño, y otro más a un hombre adulto. Andrés Filomeno Mendoza confesó haber devorado la carne de sus víctimas. En alguna de sus entrevistas en video, “el caníbal” da claras muestras de una marcada ignorancia y una cruenta misoginia ¿Qué más se podía esperar? La casa, ahora en abandono, se localiza en la calle de Margaritas 22, en la colonia Lomas de San Miguel.

Por otra parte, Héctor de Mauleon menciona en una de sus crónicas la casona de Álvaro Obregón 80, en la colonia Roma. Allí existe, actualmente, una tlapalería donde el tercer piso raramente enciende las luces. En esa casona, narra de Mauleon, un chofer mató a martillazos a su patrona, una mujer mayor, para robar su dinero. La historia resulta tan escabrosa que tampoco pude evitar escribir un relato al respecto… Un lugar más, que pertenece tanto al imaginario de los fantasmas como al de la tragedia y el crimen, es el ubicado también en la Avenida Álvaro Obregón, esquina con Insurgentes. Es conocido como la “casa negra” o “Casa Mondragón”. Es una de las residencias más embrujadas de la ciudad, según se rumora. Los empleados que suben al ático aseguran que los entes les han jalado el cabello, los han golpeado o empujado por las escaleras. Casi nadie sube al tercer piso del sitio. La leyenda indica que, durante la época de una pandemia (muy anterior al Covid del 2020), la gente moría de manera estrepitosa. Los habitantes caían como moscas. Rebasada por la situación, la sociedad de aquella época utilizó la mansión como un hospital improvisado. Sin embargo, había tanto miedo a la enfermedad y era tal la desinformación que alguien, al parecer no del todo bien en sus facultades mentales, incendió el lugar. Murieron algunos médicos y varios pacientes. Hay, por desgracia, poca información sobre este hecho. Más tarde, una familia de apellido Mondragón compró la propiedad. “Un mes después de ocupar la casa, los Mondragón fueron encontrados muertos dentro de ella. Nunca supieron qué fue lo que les pasó. Así como las víctimas del incendio, hay gente que asegura ver a los niños Mondragón caminando por el edificio. Sea cierto o no, la realidad de lo que pasó en la casa negra ya es una historia cruel y trágica por sí sola” [iv].

Un expediente cercano tuvo lugar en la colonia Roma, en el número 113 de la calle de Medellín. Se trata del caso conocido como “el multihomicidio de los hermanos Tirado”. Uno de ellos, por cierto, era actor. El suceso fue famoso por un extraño motivo, esta vez de tipo inmobiliario. Allí, el 18 de diciembre un grupo de ladrones y extorsionadores asesinaron a los hermanos Tirado y al tío de éstos, dejando viva a la tía con el propósito de que, días más adelante, les firmara las escrituras de la propiedad, según revelaron las autoridades. Un asunto confuso, porque la tía aseguró haber ofrecido hasta un millón de pesos porque les dejaran en libertad sin conseguir persuadir a los delincuentes ¿Es entonces que el móvil ya no es el dinero, sino una propiedad? ¿Estamos ante una nueva forma de robo inmobiliario, o de un caso enrarecido como existen tantos en nuestra gran “Desmadrópolis”? Esto ocurrió en 2022. Transgresiones de la era posmoderna.

            Hasta aquí, este recorrido del miedo y su fascinación “doméstica”. Si bien no están todas las que son y no son todas las que están, se mencionan las casas de los grandes crímenes dentro de la tormentosa y atormentada CDMX. Con certeza, se podrán agregar más. Sé, de antemano, que para algunos lectores estos temas resultan inútiles. Pero tengo plena confianza que habrá un grupo de personas que, tal como a mí, les resultan fascinantes estos datos (aunque uno quisiera que no tuvieran que existir en el futuro situaciones de esta naturaleza). Ya se sabe, es el espectro del terror y su rechazo en medio de dos capitales mexicanas: una luminosa y una siniestra. Ambas nos atraen poderosamente, porque la Ciudad de México es, también, un encanto sombrío.

[i] Fuente: https://mxcity.mx/2018/10/donceles-88-a-sangre-fria-en-el-mexico-del-siglo-xviii/

[ii] Fuente: https://www.infobae.com/america/mexico/2022/08/28/el-chalequero-que-caracteristica-une-al-primer-asesino-serial-mexicano-con-jack-el-destripador/

[iii] Fuente: https://www.jornada.com.mx/2015/08/02/politica/003n1pol

[iv] Fuente: https://culturacolectiva.com/historia/casa-negra-roma-historia-embrujada/